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Franco y la masonería. Un terrible enemigo que no se rinde jamás


  • Escrito por Juan José Morales Ruiz
  • Publicado en Cultura
(Tiempo de lectura: 10 - 20 minutos)

Francisco Franco Bahamonde, el Generalísimo, el Caudillo, el dictador: nunca fue masón, pero estaba enfermizamente obsesionado con la masonería y los masones. De hecho, fue el único Jefe de Estado que firmó una ley implacable para la persecución de los masones.

Recién acabada la guerra civil y durante toda su vida repitió insistentemente en numerosos discursos y en más de un centenar de artículos -curiosamente firmados con distintos seudónimos- que había que estar en guardia contra las acechanzas de un extraño contubernio judeo-masónico-comunista, basado fundamentalmente en rancias, pero muy eficaces teorías conspiratorias.

En España prevalece todavía la visión más oscura de la masonería, como la de un ente secreto, satánico e infernal, causante de todos los males. Esta visión estaba tan arraigada en la mente de muchos españoles -y probablemente aún lo esté- que por eso los masones tuvieron que esperar unos cuantos años después del fallecimiento de Franco para poder regresar del exilio.

Y algo que también parece muy significativo: la masonería no fue legalizada hasta dos años después que el Partido Comunista de España (PCE). Franco, no podía dormir tranquilo porque estaba convencido de que la masonería es un terrible enemigo que no se rinde jamás. Esa era la peor de sus pesadillas.

Estudiar más a fondo la figura de Franco

Hace ahora treinta años, en 1992, publiqué mi libro “La publicación de la Ley de represión de la masonería en la España de postguerra”. Después he publicado numerosos trabajos de investigación sobre la historia de la masonería, y algunos libros dedicados al tema de la represión de la masonería durante la guerra civil española y durante el franquismo. Por ejemplo, en 2017 publiqué “Palabras asesinas. El discurso antimasónico en la guerra civil”.

Inmediatamente después me planteé la conveniencia de estudiar más fondo la figura de Franco y el tema de la Masonería. El resultado de estos cinco años de trabajo es mi último libro “Franco y la masonería. Un terrible enemigo que no se rinde jamás”, que presenté el pasado 2 de mayo en el Ateneo de Cádiz, donde celebramos un Seminario Internacional sobre Historia de la Masonería.

Confío en que, a través de sus páginas, el lector tendrá oportunidad de conocer más a fondo la cuestión de por qué Franco persiguió tan denodada y cruelmente a la masonería, y sobre su enfermiza obsesión antimasónica. Creo que se trata de una investigación histórica que todavía exige un extenso estudio.

Mi libro está estructurado a la manera clásica, tiene un prefacio, una introducción, tres partes que me parecen significativas. La primera parte se dedica al tema de la obsesión antimasónica de Franco; la segunda a la represión de la masonería; y la tercera al discurso antimasónico. Y un amplio capítulo de bibliografía, y otro de cronología. Próximamente publicaré un segundo tomo (de unas cuatrocientas páginas) dedicado exclusivamente a los documentos antimasónicos franquistas.

l. La obsesión antimasónica de Franco

Francisco Franco Bahamonde, el Generalísimo, el Caudillo, el dictador: nunca fue masón, pero estaba obsesionado con la masonería y los masones. Eso parece que está bastante claro, subsisten algunos misterios y enigmas todavía sin resolver. Y formulo unos cuantos:

¿Franco intentó ser admitido en la masonería, y aún encima por dos veces consecutivas? ¿Es verdad que fue rechazado, una vez en África, en una logia de Larache y otra, años más tarde, en una logia madrileña y con el voto en contra de su propio hermano?

En caso afirmativo, ¿en la hipotética humillación que debió de haber sufrido si hubiera sido rechazado, estaría la explicación de su odio y de la implacable persecución de la masonería española? ¿El accidente de su hermano Ramón, fue un accidente o una venganza? ¿Tuvo algo que ver la masonería, o el propio Franco? ¿Es verdad que en su dormitorio veneraba la reliquia del brazo incorrupto de Santa Teresa, y que tenía también la reliquia de un brazo de San Francisco Javier, y la Espada de San Pablo?

Lo de que hubiera intentado alguna vez ser masón es una fantasía, parece una cosa muy improbable, y dadas las características de la persona de Franco tiene visos de ser un tremendo disparate. Pero, sin embargo, hay que reconocer que la cosa tuvo éxito, y que el mito fue creciendo, prácticamente desde su fallecimiento hasta la actualidad, y todavía de vez en cuando vuelve a la palestra y no resulta fácil aclararlo porque, aunque no existe ninguna prueba documental, al final siempre cabe la duda de si fuera verdad.

Franco ha caído casi en el olvido, y dentro de nada estará prácticamente olvidado, como una mala pesadilla. Ni siquiera la polémica sobre la inhumación y traslado de su cadáver desde su tumba en el Valle de los Caídos, a un nuevo emplazamiento en el cementerio de El Pardo, ha logrado que persista vívidamente su recuerdo, al margen de que siempre salte a la actualidad algún tema de su familia, porque siempre resulta morboso, sobre todo, si está tratado de un modo sensacionalista.

Lo de su obsesión con la masonería y los masones es otro cantar. Tiene otro calado, aunque siga siendo una cuestión bastante inexplicable. Y es que es un hecho cierto que Franco firmó una ley específica para la persecución de los masones en los años cuarenta, recién acabada la guerra civil, y que durante toda su vida repitió insistentemente en numerosos discursos y en algunos artículos –curiosamente firmados con distintos seudónimos– que había que estar en guardia contra la existencia de un extraño contubernio judeo-masónico-comunista, basado fundamentalmente en rancias pero muy eficaces teorías conspiratorias. En realidad, ¿Franco se creía eso del contubernio, o simplemente lo utilizó para mantenerse en el poder durante tantos años, y a pesar de tantas adversidades?

Sea lo que sea, lo que parece verdad es que mucha gente no sabía y posiblemente no sabe todavía hoy, a qué se refería Franco en realidad, cuando hablaba de la masonería y del famoso contubernio. Lo que sabemos es que el general fue un personaje singular que se hacía llamar Generalísimo y Caudillo, y que dirigió nuestro país con mano firme durante casi medio siglo. Eso, parece que está fuera de toda duda.

Y parece también que Franco creía en una serie de teorías conspiratorias, y se sentía víctima de las acechanzas de un misterioso contubernio-judeo-masónico-comunista internacional. A este respecto, como a veces había declarado, decía que nunca se le perdonaría haber sido el único que lo había vencido, en una guerra fratricida de una crueldad sin límites, y esto por la sencilla razón de que la masonería es un enemigo que no se rinde jamás.

En todo caso, se resistía a verse a sí mismo como el verdugo que, sin embargo, lamentablemente resultó ser. Incluso, cuando al final de su vida, en su testamento político, a la hora de hacer la reflexión más íntima y personal de quien se sabe, cómo él, al borde irremediable de la muerte, pidió perdón, solicitó que se mantuviera la unidad de España y volvió a la cantinela de siempre: «No olvidéis que los enemigos de España y de la civilización cristiana están alerta. Velad también vosotros y deponed, frente a los supremos intereses de la Patria y del pueblo español, toda mira personal».

En estado de alerta. Así, quedaba lo de la masonería, insinuado implícitamente, pero no explícitamente, porque Franco era así. Entonces lógicamente surge la duda ¿Eso de la masonería y de los masones, estaba incluido en la nómina de los peligrosos «enemigos» de España, que, al parecer, durante tantos años le quitaron el sueño y le amargaron la vida? Ahí queda la pregunta hasta el final. Un día Francisco Umbral publicó en un significativo libro sobre el Caudillo, que «los masones eran los judíos de Franco», en una. clara referencia a la obsesión antisemita de Hitler y la persecución de la masonería durante el franquismo.

Sí, los masones eran los judíos de Franco, estaba obsesionado con ellos, pero, nadie sabe, a ciencia cierta por qué, ni cómo. Tenía miedo a morir. Dormía siempre cerca de la reliquia del brazo incorrupto de Santa Teresa, (de la que nunca se separaba) en su mesilla de noche y que tenía una réplica de la Espada de San Pablo, entre otras reliquias dignas de su devoción. Sabemos que fue socio de la Adoración Nocturna desde su adolescencia y durante toda la vida, y que también murió con un manto de la Virgen del Pilar que le trajo al hospital el arzobispo de Zaragoza, monseñor Cantero Cuadrado, cuando no conseguía morir, en una larga, interminable y dolorosa agonía, pero esto, es harina de otro costal.

Y que Franco no se fiaba de nadie, no se fiaba ni de su propia sombra. Y todavía perduran algunos misterios sin resolver, aunque nunca se sabe, y probablemente no se sabrá. La inexplicable relación de Franco con la masonería y la persecución de los masones, están fuera de toda duda. La persecución de los masones fue una terrible realidad que provocó en la práctica, la total destrucción de la masonería española, causando un enorme dolor que no convendría olvidar.

Pero, claro, entre luces y sombras cabe preguntarse qué es la Masonería y por qué fue tan perseguida durante el franquismo. La respuesta a estos dos interrogantes es el objetivo principal de mi libro.

En todo caso, parto de la idea de que en España prevalece aún todavía la visión más oscura de la masonería, como la de un ente secreto, satánico e infernal, causante de todos los males de España, como repitió tantas veces el Caudillo.

Una visión que estaba tan arraigada en la mente de muchos españoles –y posiblemente todavía lo esté– que por eso los masones tuvieron que esperar todavía unos cuantos años después del fallecimiento de Franco, para poder regresar del exilio. Y algo que también me parece muy significativo: la masonería no fue legalizada hasta dos años después que el Partido Comunista de España (PCE). Franco, no podía dormir tranquilo porque estaba convencido de que la Masonería es un terrible enemigo que no se rinde jamás. Y esa era la peor de sus pesadillas.

Es difícil explicar el odio que tenía Franco a los masones. La tesis principal es que todo se debía a que, en su etapa africana había intentado ingresar en una logia de Larache, y muchos años después en otra logia de Madrid, sin haberlo conseguido en los dos casos porque sus compañeros militares habían votado en contra de tal pretensión, lo que provocó un tremendo resentimiento.

Esta sería la razón de que cuando consiguió el mando supremo del Ejército Nacional, y la máxima autoridad del Estado se dedicará a perseguir implacablemente a los masones, como nadie lo había hecho en España. El problema es que todo son especulaciones. No hay ninguna prueba real de que Franco hubiera solicitado entrar en la Masonería, ni en África, ni en Madrid, pero el mito persiste, y el mito de la frustración de Franco se niega a desaparecer.

Entonces, ¿por qué la masonería se convirtió para Franco en una obsesión que no le dejaba vivir? ¿Por qué había que perseguirla? ¿Por qué la persecución de los masones fue tan importante durante el franquismo? ¿Cómo se explica que el propio dictador tuviera que ocuparse personalmente de atacarles con todas las armas de que disponía? ¿Qué hizo que Franco dispusiera toda una legislación especial para reprimir implacablemente a los masones? ¿Por qué les dedicó una ingente cantidad de discursos y más de un centenar de artículos (aunque con varios seudónimos) que publicó en el periódico falangista madrileño «Arriba» que tuvieron que publicar obligatoriamente el resto de los periódicos españoles? ¿Y que, posteriormente fueron recogidos en un libro?

¿Cómo un Jefe de Estado como Franco encontró el tiempo necesario para escribir el guion de la película «Raza» (firmado con otro seudónimo8), que fue publicado como libro por Ediciones Numancia en 1942 (el mismo año del estreno del film) con el subtítulo de «Anecdotario para el guion de una película» (libro que fue reeditado en los años 80)

¿Qué era en realidad la masonería? ¿Por qué los Papas la habían condenado siempre? ¿Cómo llegó a convertirse en una enfermiza obsesión que no le dejaba en paz? ¿Por qué Franco creía que la masonería le perseguía, y lo quería matar? ¿Cómo era posible que un hombre así, fuera capaz de ser «¿Caudillo por la Gracia de Dios», «¿Generalísimo de los Ejércitos» y «Jefe del Estado»? ¿Cómo, a pesar de las permanentes acechanzas de un enemigo tan peligroso Franco consiguió mantenerse en el poder durante tantos años?

En todo caso, sea por lo que fuere, parece evidente que esta obsesión que, como decimos le acompañó toda la vida, se tradujo en una durísima política represiva durante toda la dictadura. Y no parece que para odiar a la masonería y a los masones como él lo hizo, fuera condición indispensable el haber sido rechazado por ella.

El Papa León XIII, fue uno de los principales inspiradores de la doctrina antimasónica en que se basó la justificación intelectual de la persecución de la masonería, que, sin duda inspiró a los principales paladines antimasónicos católicos –como Franco – nunca solicitó ingresar en ninguna logia y por tanto no se sintió humillado por haber sido rechazado.

Y lo mismo podríamos decir de Stalin, de Hitler y de Benito Mussolini, por poner tres ejemplos de personajes que prohibieron la masonería en sus regímenes dictatoriales. Que se sepa, parece que podemos estar seguros de que ninguno de ellos, solicitó entrar en la masonería, lo que no les impidió perseguir con despecho a los masones. Por eso creo que con toda seguridad se puede desechar esta pista para tratar de comprender la obsesión antimasónica de Franco.

Creo que la raíz del odio contra los masones no es fruto necesariamente de ninguna frustración personal, ni se basa en algún tipo de manía persecutoria, por más que estos dictadores –Franco incluido – se sentían víctimas de alguna secreta conspiración. Curiosamente se creían más víctimas que verdugos, aunque, sin embargo, es lo que verdaderamente fueron. Y es que contra todo lo que pueda parecer, ser víctima no tiene más que ventajas, pues la víctima siempre es inocente. Y eso es lo que realmente se creían estos dictadores. Igual que Franco, todos se veían más que perseguidores –que es lo que fueron – perseguidos.

Hay que tener en cuenta además que la persecución de la masonería y el discurso antimasónico se produjeron prácticamente desde el mismo momento en que se crearon las primeras logias británicas hace más de trescientos años, y por supuesto no se circunscribe al ámbito meramente católico. Este fenómeno antimasónico, se da en la actualidad, junto al antisemitismo, en algunos países musulmanes sin necesidad de inspirarse en las numerosas condenas pontificias contra la masonería.

En el caso de Franco, algunos autores han aludido a factores estrictamente personales (incluso familiares) para tratar de comprender este odio brutal y desmesurado contra los masones y la obsesión antimasónica del Caudillo, pero por supuesto esta vía parece poco probable. Creen que la explicación de este odio y de su obsesión antimasónica viene del rechazo de su padre, que había abandonado a su madre, y se había rejuntado con una mujer con la que vivía en Madrid.

Otra posible explicación podía encontrarse en su madre a la que Franco adoraba. Pilar Bahamonde era una mujer que tenía una religiosidad tradicional y cuyo comportamiento ejemplar, al cuidado de la familia y de sus hijos, estaba en las antípodas del comportamiento de su padre que había abandonado su familia, justamente el día que Franco ingresó en la Academia de Infantería en Toledo. (Franco ingresó en la Academia de Infantería de Toledo, el 29 de agosto de 1907, a la edad de catorce años.)

Siguiendo en el ámbito puramente familiar, toca también hablar de su hermano Ramón Franco, el famoso as internacional de la aviación. Éste sí que había sido masón. Se inició en una logia de españoles en París. Precisamente, de Ramón se ha dicho que había sido uno los masones que votaron en contra de que su hermano ingresara en la logia «Concordia» de Madrid, en los años treinta, cuando Francisco Franco era general, de lo que, sin embargo, no existe ninguna prueba documental.

II. La represión de la masonería

En la segunda parte estudio la represión de la masonería en la guerra civil y durante el franquismo. Digo que, junto con el tema de la obsesión antimasónica del Caudillo, la represión de la masonería fue uno de los elementos más definidores de la dictadura franquista. Franco se sirvió fundamentalmente de dos leyes específicas para afrontar ese singular combate contra la masonería que consideraba como uno de los enemigos más peligrosos de España.

El 1 de marzo de 1940 se aprobó la Ley de Represión de la Masonería y el Comunismo. Esta Ley fue junto con la Ley de Responsabilidades Políticas, el mecanismo jurídico con el que el franquismo persiguió a los masones españoles hasta prácticamente la muerte de Franco. En la segunda parte de mi libro estudio los aspectos histórico-jurídicos en los que se basó la represión de la masonería, teniendo en cuenta que ésta se circunscribió en el marco general de la represión.

Al triunfar el golpe militar del 18 de julio de 1936 y declararse el estado de guerra, la represión de los republicanos y no adictos al nuevo régimen se ejerció, en gran parte por juzgados militares, y por tanto bajo jurisdicción militar. La utilización de esta jurisdicción fue masiva y generalizada durante la guerra civil con miles de condenas a muerte y cientos de miles de procesados y mantuvo su carácter preponderante durante el posterior quinquenio, 1940-1945. La represión golpeó de un modo brutal a los masones españoles. Prácticamente hasta después de la muerte de Franco la masonería estuvo estigmatizada y perseguida en España.

Los ecos de la represión resuenan todavía. La Ley de Responsabilidades Políticas primero y posteriormente después la Ley de Represión de la Masonería y el Comunismo, sirvieron para la persecución de los masones, incluso de los que habían fallecido antes de la guerra civil. Las Auditorias de Guerra fueron los tribunales militares que juzgaron en Consejos de Guerra a los prisioneros de guerra republicanos capturados en acción bélica, así como a infinidad de civiles detenidos por la autoridad militar durante y después de la guerra acusados de rebelión militar, auxilio a la rebelión, tenencia de armas, terrorismo, etc. Los Consejos de Guerra se realizaron fundamentalmente mediante procedimientos sumarísimos, en los que con escasas o nulas garantías legales se instruían, juzgaban, condenaban y ejecutaban las sentencias en un plazo de tiempo brevísimo, incluso sólo de horas.

Durante la postguerra, el régimen franquista aplicó la legislación represiva generada durante la guerra civil española (1936-1939), ampliada por un conjunto de órdenes, decretos y leyes de carácter complementario. De 1939-1948, el eje de la política represiva fue la «justicia militar», que, mediante sumarios de urgencia y consejos de guerra, llenó las cárceles de presos, y en algunos casos los cementerios de ejecutados (el Decreto de 28 de julio de 1936 se mantuvo hasta julio de 1948).

La legislación militar fue completada con la Ley de Responsabilidades Políticas, de 9 de febrero de 1939 (reformada el 1942, y derogada el 1945, aunque sus expedientes estuvieron vigentes hasta 1966), con la finalidad de extorsionar económicamente a las personas y a las familias del bando republicano y a sus herederos en caso de fallecimiento del encausado.

La Ley de represión de la Masonería y el Comunismo de 1 de marzo de 1940 (vigente hasta el 1964); la Causa General (abril de 1940) y la Ley de Seguridad del Estado, de 11 de abril de 1941. El 3 de enero de 1945, entra en vigor el Código Penal franquista, y el 18 de abril de 1947, la Ley de Represión del Bandidaje y Terrorismo. Finalmente, en los años sesenta se creó el Tribunal de Orden Público (1963-1977), que llegó a procesar a miles de españoles antifranquistas, produciendo más de 22.660 sentencias.

Debemos recordar que desde el mismo inicio de la guerra civil fueron fusilados los masones en el bando rebelde, por el simple hecho de serlo y sin necesidad de ninguna prueba, ni de ninguna otra acusación. Incluso, se dio el caso de que fueron fusilados algunos que no eran masones pero que habían sido acusados de serlo.

Franco en unas declaraciones publicadas en el periódico «L’ Echo de París, el 16 de noviembre de 1937, manifestó que los objetivos de la guerra civil eran «nacionales» y «religiosos». «Nuestra guerra –dijo – es una guerra religiosa. Nosotros, todos los que combatimos, cristianos o musulmanes, somos soldados de Dios y no luchamos contra los hombres, sino contra el ateísmo y el materialismo, contra todo lo que rebaja la dignidad humana, que nosotros queremos elevar, purificar y ennoblecer».

En todo caso, el franquismo, que se definía a sí mismo como un régimen «nacido de la Cruzada», y que por tanto llamaba cruzada a su golpe de estado y a la destrucción que ocasionó, encarnó fielmente el espíritu inquisitorial. Este espíritu destructor fue impulsado desde algunas publicaciones falangistas, como por ejemplo Arriba España, en cuyo primer número –publicado el 1 de agosto de 1936–, se leía en primera página: «Camarada, tienes la obligación de perseguir al judaísmo, a la masonería, al marxismo y al separatismo. Destruye y quema sus periódicos, sus libros, sus revistas, sus propagandas».

El Papa Pio XII en el mensaje navideño de 1942, en plena Segunda Guerra Mundial, todavía hablaría de la necesidad de llevar a la práctica este espíritu belicoso cristiano: «El precepto de la hora presente no es el lamento, sino la acción [...] Conviene a los mejores y más selectos miembros de la Cristiandad, penetrados por un entusiasmo de cruzados, reunirse en espíritu de verdad, de justicia y de amor, al grito de Dios lo quiere, dispuestos a servir, a sacrificarse, como los antiguos Cruzados».

III. El discurso antimasónico del general Franco y la legalización de la masonería española

En la tercera parte estudio el discurso antimasónico de Franco. Este tema continúa mis estudios anteriores que abordé en mi último libro titulado “Palabras asesinas. El discurso antimasónico en la guerra civil española”. Digo que la producción antimasónica del Generalísimo –como sucede también con los discursos antisemitas de Hitler, y las proclamas fascistas de Benito Mussolini– es extensísima. Lógicamente no todas son igual de logradas.

Y algunas han pasado a la Historia, como su último discurso, aquel que pronunció el 1 de octubre de 1975, desde el balcón principal del Palacio Real, con motivo de una manifestación de apoyo al gobierno, frente a las protestas que se produjeron contra las últimas ejecuciones del 27 de septiembre de 1975.

Es de sobras conocido que, en esa oportunidad, como había hecho siempre, volvió a denunciar la existencia de un contubernio, contra España, sosteniendo que «todo se debía a una conspiración masónico izquierdista, en contubernio con la subversión terrorista-comunista en lo social». Pero, evidentemente otros discursos del dictador en clave antimasónica que he estudiado con anterioridad, también son memorables.

Dedico al tema de la legalización de la masonería española un amplio capítulo. Y otro a los masones y la memoria histórica. Finalizo con un apartado dedicado a la bibliografía y otro a la cronología de Franco.

IV. La figura de Franco y el franquismo

Mi libro es el resumen de cinco intensos años de trabajo historiográfico. Considero que la figura de Franco –como el franquismo-, debe ser estudiada con rigor y profundidad.

Ahora, en la actualidad, estoy estudiando la doctrina pontificia antimasónica porque me parece que es una de las fuentes intelectuales fundamentales que explican –si pueden ser explicables- las causas y las consecuencias del combate antimasónico franquista que lamentablemente produjo la total eliminación de la Masonería en España.