Las revolucionarias - Capítulo IV
- Escrito por Rosa Amor del Olmo
- La comuna el origen de todas revoluciones posteriores relatado por Isabella -
En el año 1871, durante la Comuna de París, un movimiento revolucionario que buscaba la autogestión y la igualdad, mujeres anarquistas desempeñaron un papel destacado en la lucha por la libertad y la justicia1. Una de las figuras más prominentes fue Luisa Michel, una comunera y activista anarquista que se convirtió en un símbolo del anarcofeminismo1. Luisa Michel, junto con otras mujeres valientes, se enfrentó a la represión y defendió sus ideas incluso después de ser deportada y encarcelada.
Durante dicha Comuna de París, un movimiento revolucionario que buscaba la autogestión y la igualdad, mujeres anarquistas desempeñaron un papel destacado en la lucha por la libertad y la justicia1. Entre ellas se encontraban Isabella, Armonía y Caridad, tres amigas cercanas de Luisa Miches. Juntas, estas mujeres valientes se enfrentaron a la represión y defendieron sus ideas incluso después de ser deportadas y encarceladas. A pesar de las dificultades, nunca perdieron su espíritu de lucha y resistencia. Después del fin de la Comuna de París, el espíritu revolucionario se extendió a otros lugares, incluida España. Allí, el espíritu de la Comuna de París inspiró a muchos anarquistas y feministas en su lucha por la libertad y la justicia social.
La Comuna de París fue una experiencia histórica excepcional en la que el pueblo parisino tomó el control de la ciudad y buscó transformar la sociedad a través de prácticas antiautoritarias e igualitarias1. Las mujeres, siendo las primeras en enfrentarse a los cañones que pretendían ser desmovilizados por las fuerzas versallesas, desempeñaron un papel fundamental en este proceso. Sin embargo, la represión fue severa y muchas mujeres fueron fusiladas, deportadas o encarceladas.
Aunque la Comuna de París llegó a su fin, su espíritu de lucha y resistencia no desapareció. De hecho, su influencia se extendió a otros lugares, incluida España. En España, el espíritu de la Comuna de París inspiró a muchos anarquistas y feministas en su lucha por la libertad y la justicia social. La memoria de las mujeres anarquistas que lucharon en la Comuna de París sigue viva hasta el día de hoy y continúa siendo una fuente de inspiración para aquellos que buscan un mundo más justo y equitativo.
Ya que los sucesos de la Comuna de París tuvieron lugar antes del cisma entre anarquistas y marxistas, ambos movimientos políticos pasaron a considerarla como propia y la celebran como la primera toma de poder de las clases proletarias en la historia de Europa occidental. Aquellos días, no obstante, fueron grandes. Marx la describió como el primer ejemplo concreto de una dictadura del proletariado en la que el Estado es tomado por el proletariado, a lo que Bakunin declaró que al no depender de una vanguardia organizada y no haber arrebatado el poder al Estado francés o intentado crear un estado revolucionario, la comuna parisina era anarquista.
La revolución puso inesperadamente el poder en manos de la Guardia Nacional, que había asegurado la defensa de la ciudad durante la guerra, mientras el Gobierno de Defensa Nacional dirigido por Adolphe Thiers se encontraba refugiado en Burdeos. La Comuna fue posible gracias a un levantamiento popular de todas las tendencias republicanas dentro de París después de que la Guerra Franco-prusiana terminase con Francia derrotada. La guerra con Prusia, comenzada por Napoleón III («Louis Napoleón Bonaparte») en julio de 1870, se desarrolló desastrosamente para Francia, y en septiembre del mismo año tras la derrota en la Batalla de Sedán, los diputados republicanos derrocaron el Imperio y proclamaron la República. Días después, París quedó bajo el asedio del ejército enemigo. Hombres y mujeres valientes quedarán para la historia.
La escasez de comida, sumada al constante bombardeo prusiano, llevó a un descontento general. Desde la revolución de 1848 la población se había vuelto cada vez más receptiva a ideas republicanas más radicales. Una demanda específica fue la de que París debía poseer un gobierno autónomo, con una comuna elegida por la propia población, algo que ya disfrutaban la mayor parte de las ciudades francesas, pero que era negado a París por un gobierno temeroso de la indócil población de la capital. Un deseo más vago, pero también relacionado fue el de un sistema de gestión de la economía más justo, si no necesariamente un sistema socialista, ¡resumido en el grito popular de «La république démocratique et sociale!».
La Comuna de París fue constituida el 28 de marzo. Los 92 miembros del «Consejo Comunal» incluían obreros, artesanos, pequeños comerciantes, profesionales (tales como médicos y periodistas), y un gran número de políticos. Abarcaban todas las tendencias republicanas: desde republicanos reformistas y moderados, socialistas, anarquistas, proudhonianos, blanquistas e independientes, hasta jacobinos que miraban con nostalgia la Revolución francesa.
Un amigo de las jóvenes revolucionarias, aunque no camarada, el socialista Auguste Blanqui fue elegido presidente del Consejo, pero esto ocurrió en su ausencia ya que había sido arrestado el 17 de marzo y estuvo retenido en una prisión secreta durante la vida de la Comuna. A pesar de las diferencias internas, el Consejo tuvo un buen comienzo al mantener los servicios públicos esenciales para una ciudad de dos millones de habitantes; también fue capaz de alcanzar un consenso sobre ciertas políticas que tendían hacia una democracia social progresista, más que a una revolución social.
Debido a la falta de tiempo (la Comuna pudo reunirse menos de 60 días en total) sólo unos pocos decretos fueron implementados. Estos incluían: remisión de las rentas, que habían sido aumentadas considerablemente por caseros, hasta que se terminase el asedio; la abolición del trabajo nocturno en los cientos de panaderías de París; la abolición de la guillotina; la concesión de pensiones para las viudas de los miembros de la Guardia Nacional muertos en servicio, así también como para sus hijos; la devolución gratuita de todas las herramientas de los trabajadores, a través de las casas de empeño estatales; se pospusieron las obligaciones de deudas y se abolieron los intereses en las deudas; y, alejándose de los estrictos principios reformistas, el derecho de los empleados a tomar el control de una empresa si fuese abandonada por su dueño.
El Consejo terminó con el alistamiento y reemplazó el ejército convencional con una Guardia Nacional de todos los ciudadanos que podían portar armas. La legislación propuesta separaba la iglesia del estado, hacía que todas las propiedades de la iglesia pasaran a ser propiedad estatal, y excluía la religión de las escuelas. Se les permitió a las iglesias seguir con su actividad religiosa sólo si mantenían sus puertas abiertas al público por la tarde para que se realizasen reuniones políticas. Esto hizo de las iglesias el principal centro político participativo de la Comuna. Otra legislación proyectada trataba de reformas educativas que permitirían que la educación y la práctica técnica fueran disponibles para todo el mundo. Muchos de los compañeros revolucionarios españoles fueron a París por aquellos días, pero ya se sabía que implantar una Comuna en Madrid, sería muy difícil por la presencia del poder eclesiástico que tenía en España más influencia que en ninguno.
La Comuna adoptó durante su breve existencia el anteriormente descartado Calendario de la primera República Francesa, así como la bandera roja en vez de la tricolor.
La carga de trabajo fue facilitada por varios factores, aunque se esperaba de los miembros del Consejo (que no eran «representantes» sino «delegados» y podían ser inmediatamente cambiados por sus electores) que realizasen algunas funciones ejecutivas aparte de las legislativas. Las numerosas organizaciones ad hoc establecidas durante el asedio en los barrios quartiers para satisfacer las necesidades sociales (cantinas, estaciones de primeros auxilios, etc.) continuaron creciendo y cooperando con la Comuna. Nuestras heroínas del pueblo trabajaban sin cesar.
Al mismo tiempo, estas asambleas locales persiguieron sus propias metas, normalmente bajo la dirección de trabajadoras locales. A pesar del reformismo formal del Consejo de la Comuna en su conjunto, la actuación comunal era mucho más revolucionaria. La Comuna de París será con seguridad celebrada por anarquistas y socialistas marxistas continuamente hasta el final como un hecho verdaderamente revolucionario, llevado a cabo por hombres y mujeres valientes, en parte debido a la variedad de tendencias, el alto grado de control por parte de los trabajadores y la notable cooperación entre los diferentes bandos revolucionarios.
Como Caridad relató en alguno de sus escritos: “Hacíamos cosas pequeñas que después se hacían grandes, pequeñas semillas en dispersión. En el III Arrondissement, por ejemplo, proporcionamos material escolar gratuitamente, tres escuelas se transformaron en entidades laicas y se estableció un orfanato. En el XX Arrondissement, se proporcionó a los escolares ropa y comida gratuita. Existieron muchos casos más de este tipo. Pero un ingrediente vital en el relativo éxito de la Comuna en su etapa fue la iniciativa mostrada por trabajadores sencillos en el dominio público, que se las arreglaron para tomar las responsabilidades de los administradores y especialistas removidos por Thiers”.
La idea por encima de todo que teníamos en nuestra cabeza era la de la supresión total del Estado. Friedrich Engels, el más cercano colaborador de Marx, mantendría después que la ausencia de un ejército fijo, las políticas autónomas de los quartiers y otras características tuvieron como consecuencia que la Comuna no fuese como un Estado en el sentido represivo del término: era una forma de transición en dirección de la abolición del Estado como tal.
Su posible desarrollo futuro, sin embargo, seguiría siendo una pregunta teórica: después de solo una semana fue atacada por elementos del nuevo ejército (que incluía antiguos prisioneros de guerra liberados por los prusianos) creado rápidamente en Versalles.
La Comuna fue asaltada desde el 2 de abril por las fuerzas del gobierno del ejército de Versalles y la ciudad fue bombardeada constantemente. La ventaja del gobierno era tal que desde mediados de abril negaron la posibilidad de negociaciones.
La defensa y la supervivencia se transformaron en las principales consideraciones. “Las mujeres de la clase trabajadora de París servían en la Guardia Nacional e incluso formaron su propio batallón, con el que más tarde pelearon para defender el Palacio Blanche, pieza fundamental para Montmartre. La única mujer que participaba en el Concilio fui yo misma ataviada generalmente como un hombre, costumbre que tenía yo desde muy joven. Ese fue uno de los comienzos de mi trabajo como activista revolucionaria y digo aquí para que conste a quien corresponda que incluso bajo el gobierno de la Comuna las mujeres aún no tenían derecho a voto, ni tampoco existían miembros femeninos en el Concilio. Para nosotras estaba todo por hacer”.
Sin embargo, una gran ayuda también vino desde la comunidad extranjera de refugiados y exiliados políticos en París: uno de ellos, el polaco ex-oficial y nacionalista Jaroslaw Dombrowski, quien se convirtió en general destacado de la Comuna. El Concilio estaba influenciado por el internacionalismo, por lo que la Columna Vendôme, que celebraba las victorias de Napoleón I y era considerada por la Comuna como un monumento al chovinismo, fue derribada.
En el extranjero, había reuniones y mensajes de buena voluntad enviados por sindicatos y organizaciones socialistas, incluyendo algunos en Alemania que era donde había adeptos incondicionales, además de Moscú, Madrid, Barcelona y Ginebra que eran nuestros centros revolucionarios. Pero las esperanzas de obtener ayuda concreta de otras ciudades de Francia fueron pronto abandonadas. Thiers y sus ministros en Versalles se las arreglaron para evitar que saliera de París casi toda la información; y en los sectores provinciales y rurales de Francia había siempre existido una actitud escéptica hacia las actividades de la metrópolis.
Las represalias comenzaron en serio. Se declaró un crimen haber apoyado a la Comuna en cualquier modo, de lo que se podía acusar —y se inculpó— a miles de personas. En esa escabechina fue donde despareció Albert González cuyo seudónimo era Eugène Varlin, colaborador de Marx. Varios miles de comuneros fueron fusilados masivamente (de diez en diez) en el Cementerio de Père-Lachaise mientras que otros miles de personas fueron llevados a Versalles u otras localidades en las afueras de París, para ser juzgados. Pocos comuneros escaparon, principalmente a través de las líneas prusianas hacia el norte. Durante días, columnas de hombres, mujeres y niños hicieron, escoltados por militares, un camino hacia barrios o campos baldíos de Versalles convertidos en prisiones temporales o más bien en campos de concentración. Con toda probabilidad estos eran los primeros campos de concentración que se espera que registre la Historia, concebidos por franceses.
El gobierno arrestó a aproximadamente 40.000 personas y las persecuciones siguieron hasta 1874. Más tarde muchos fueron juzgados y varios condenados a muerte, aunque otros muchos fueron ejecutados sumariamente; otros fueron condenados a trabajos forzados o encarcelados en fortalezas penitenciarias en territorio francés; otros más, fueron deportados temporalmente o de por vida a unos penales situados en islas francesas del Pacífico.
Nunca se ha podido establecer de manera segura el número de muertos durante la Semaine sanglante, lo único que puedo decir es que fue horrible, verdaderamente terrorífico, como siempre, varios seres se sacrificaron por las libertades de otros, porque había una causa que defender. Algunos testigos, como el camarada Prosper-Olivier Lissagaray que más adelante fue autor de una conocida obra sobre la Comuna, señalaron que en realidad fueron dos semanas de ejecuciones.
Algunas estimaciones fueron de entre 20.000 y 30.000 parisinos muertos en los combates o ejecutados entre el 3 de abril y el 31 de mayo, y muchos más heridos. Pero Lissagaray y otros testigos de la época como la misma Caridad escribió, apunta a que los ejecutados durante las dos semanas sangrientas que siguieron a la toma de París fueron 50.000, sin hacer distinción de edad o sexo. Varios centenares de obreras parisienses, conocidas como «petroleras», fueron también fusiladas en los muros del cementerio de Père-Lachaise, antes fueron torturadas y violadas. Unas 7.000 personas fueron deportadas a penales improvisados en Nueva Caledonia, como fue el caso de la maestra anarquista Louise Michel quien sufrió al poco tiempo de neuropatías agudas causadas por el miedo y la incertidumbre. Ella fue una gran pérdida para nosotros.
Miles de personas tuvieron que exiliarse. Para los presos (sólo algunos centenares) hubo una amnistía general en 1889. En total, las pérdidas del gobierno rondaron los 1000 hombres. Al mismo tiempo en tu país que en realidad es el que siempre llevé en el corazón y por el que siempre luché para que tuviera libertad, escritores e idealistas también luchaban como podían por esa libertad.