El manuscrito sagrado - Capítulo XI
- Escrito por Rosa Amor del Olmo
Los zarahelitas, un pueblo cuya historia se entrelazaba con las antiguas leyendas de la tierra que habitaban, se destacaban por su profunda herencia cultural. Sus antepasados habían tejido mitos que se transmitían de generación en generación, mitos que hablaban de un pasado misterioso y conexiones con los dioses de las montañas. Cada aldea zarahelita estaba adornada con frescos y tallas que contaban la epopeya de sus ancestros, y las historias de héroes y dioses formaban el tejido de su identidad.
Enclavados en un valle entre altas cumbres, los zarahelitas habían aprendido a adaptarse a las duras condiciones de la montaña. Su territorio, una tierra de bosques frondosos y ríos cristalinos, los proveía de recursos naturales que consideraban sagrados. Cazadores diestros y recolectores expertos, sabían cómo aprovechar la abundancia de la naturaleza sin dañarla, honrando una conexión espiritual con el mundo que los rodeaba. La religión era central en la vida de los zarahelitas. Sus templos, construidos en lo alto de las montañas, ofrecían vistas panorámicas de su territorio sagrado. Aquí, realizaban ceremonias que involucraban danzas y cánticos dedicados a los dioses ancestrales, buscando su favor y protección. El sol y la luna eran objetos de adoración, y creían que sus dioses hablaban a través de los cambios en el cielo y la naturaleza. En algún tiempo debieron ser monoteístas.
La sociedad de Zarahemla estaba organizada en tribus independientes, pero unidas por una confederación de clanes. La toma de decisiones se basaba en la sabiduría de los ancianos y el consejo de chamanes, quienes servían como intermediarios entre el mundo humano y el espiritual. Los conflictos entre tribus se resolvían a menudo a través de la diplomacia y el respeto por la palabra dada. Sus canciones y melodías, a menudo acompañadas por instrumentos de viento y percusión, eran expresiones de belleza y devoción que resonaban en las montañas.
Beltrán se apercibió de que ellos, las dos tribus, guardaban fragmentos de los misterios que había venido a buscar. Sus historias antiguas hablaban de un tiempo en el que sus tierras estaban vinculadas a otras tierras distantes, y de las visitas de seres que venían del cielo. La narrativa de los lamanios resonaba con las profecías y los anales que Beltrán buscaba.
Mientras continuaba su viaje, Beltrán comprendió que tanto los zarahelitas como los lamanios tenían piezas importantes de un rompecabezas que revelaría la verdad sobre las apariciones de Jesucristo en estas tierras ancestrales. Los dos grupos, con sus culturas y conocimientos únicos, serían cruciales en su búsqueda por descubrir los secretos que habían permanecido ocultos durante tanto tiempo.
La música se convirtió en una herramienta poderosa para la comunicación y la evangelización en esta tierra desconocida. Beltrán, con su voz y su canto, se convirtió en un símbolo de esperanza y entendimiento en un mundo donde las diferencias culturales y lingüísticas a menudo creaban barreras insuperables. La sabiduría del clérigo que había demostrado en el Monasterio de Yuso en España, ahora se transformaba y le hacía ser como un animal de inteligencia superior. Tenía que saber entender todo lo que aquellas almas le comunicaban. Los benedictinos le dejaron al cargo de esa región, visto que había entablado.
Mientras continuaban su viaje hacia Zarahemla, Beltrán, Martín que no se despegaba y las tribus indígenas construían un puente entre dos mundos, y la música gregoriana, con su belleza y espiritualidad, se convertía en un lazo que unía sus corazones en un viaje de descubrimiento y fe. Pasado el tiempo, los indígenas comprendieron a dónde quería ir, después de semanas de viaje, escoltado por dichas almas, Beltrán llegó a un lugar que coincidía con las descripciones vagas que había encontrado en su pergamino. Ante él se extendía un río majestuoso, cuyas aguas se deslizaban con serenidad a través de una tierra exuberante. Este río, Sidón, podría ser el indicado en las escrituras antiguas.
Siguiendo el río hacia el norte, Beltrán llegó a las tierras altas de Kaminal-juyú, una antigua ciudad que se asemejaba en muchos aspectos a lo que su pergamino había descrito. Aquí, rodeado por las ruinas de una civilización antigua, comenzó la búsqueda de los anales y manuscritos que podrían arrojar luz sobre la historia hebrea y las apariciones de Jesucristo en estas tierras lejanas.
Durante su estancia con esos pueblos vecinos, Beltrán y Martín comenzaron a notar un patrón intrigante en las conversaciones nocturnas alrededor de la fogata. Los ancianos de la tribu a menudo mencionaban un mapa estelar secreto que se decía que contenía las respuestas a los misterios más profundos de su cultura. Intrigados por esta mención constante del mapa estelar, Beltrán y Martín decidieron investigar más a fondo. Preguntaron a los ancianos sobre la ubicación del mapa y su significado. Sin embargo, las respuestas eran vagas, y los lamanios parecían reacios a revelar más detalles.
Una noche, mientras compartían historias, uno de los ancianos insinuó la existencia de un antiguo pergamino que estaba relacionado con el mapa estelar y que se encontraba escondido en una ubicación secreta. Aquella mirada le parecía a nuestro clérigo conocida. Beltrán y Martín sintieron que estaban más cerca de desentrañar un enigma que podría arrojar luz sobre la historia de los lamanios y su conexión con las estrellas.
Decidieron embarcarse en una búsqueda conjunta para encontrar este pergamino y descifrar el mapa estelar. Los lamanios los llevarían junto con los zarahelitas a Zarahemla. Juntos, exploraron los bosques circundantes, siguieron pistas y leyendas transmitidas por generaciones, y se aventuraron en territorios que rara vez habían sido visitados por extraños.
La tierra se convirtió en su aliada y su refugio mientras exploraba los misterios de Kaminal-juyú y sus alrededores, en busca de pistas que lo acercaran a Zarahemla. Cuando llegaron Beltrán y Martín, con la información y el conocimiento que habían adquirido en su viaje con los Lamanios y los Zarahelitas, apenas podían hablar del impacto, esa ciudad era una especie de Jerusalén. Allí, quedaron impresionados por la magnificencia del Templo de la Sabiduría como así se llamaba, pero no era otro que una réplica del Templo de Salomón, que se alzaba majestuosamente en medio de la ciudad.
Ante ellos se extendía un edificio de esplendor inigualable. El vestíbulo o pórtico del templo sostenido por columnas altas y esbeltas, talladas con intrincados diseños que relataban las historias sagradas del pueblo judío. La entrada decorada con arcos y relieves que representaban escenas bíblicas, y el resplandor del oro en la ornamentación brillaba bajo el sol.
Beltrán y Martín ingresaron al Lugar Santo, donde contemplaron con reverencia los objetos sagrados que se alineaban en su interior. El altar de los inciensos, adornado con incrustaciones de piedras preciosas, cercado por cortinas de ricos colores. La mesa de los panes de la proposición sostenía doce panes frescos, simbolizando las doce tribus de Israel.
Pero lo que más los conmovió fue el Santo de los Santos, el lugar más sagrado del templo. Allí, en una cámara iluminada por la luz tenue que filtraba a través de las cortinas, descansaba el Arca de la Alianza. Era un cofre de madera revestido de oro, adornado con dos querubines con las alas extendidas. Dentro del Arca se encontraban las Tablas de la Ley, un testimonio de la relación especial entre Dios y su pueblo.
El ambiente estaba cargado de una profunda sensación de sacralidad. Beltrán y Martín se arrodillaron en reverencia, sintiendo la presencia divina que impregnaba el lugar. Habían llegado al corazón de la adoración judía, al epicentro de la conexión entre Dios y el pueblo de Israel.
A medida que exploraban el Templo de la Sabiduría, los dos hombres se dieron cuenta de la magnificencia de la arquitectura y la riqueza de la ornamentación, pero también comprendieron que la verdadera grandeza de este lugar residía en su significado espiritual y su importancia en la historia religiosa. El Templo de la Sabiduría o de Salomón se convirtió en un recordatorio de la búsqueda incansable de la verdad y la conexión con lo divino que había guiado a Beltrán y Martín en su viaje. Los secretos y la sabiduría de este lugar sagrado se convertirían en una parte inolvidable de su búsqueda, mientras continuaban explorando los misterios de las tierras ancestrales.
Cuando entraron y se arrodillaron, escucharon a lo lejos, aunque sin verlo, la misma voz que dijo: “Yo soy Juan el Amado”. Beltrán y Martín, arrodillados en el Santo de los Santos del Templo de Salomón, quedaron atónitos al escuchar aquella voz misteriosa que resonó en el silencio sagrado. La presencia divina llenaba el lugar, y una sensación de asombro y reverencia se apoderó de ellos.
"Yo soy Juan el Amado", repitió la voz, esta vez con un tono cálido y amoroso. Los dos hombres intercambiaron miradas, asombrados por lo que estaban experimentando.
La voz les habló de la importancia de la búsqueda de la verdad y la sabiduría, de la necesidad de comprender la unidad de todas las creencias y culturas en la búsqueda de la conexión divina. Les instó a compartir sus experiencias y conocimientos con otros, a ser puentes entre las distintas tradiciones espirituales y a difundir el amor y la comprensión en el mundo.
Beltrán y Martín sintieron una renovada determinación en su misión y un profundo sentido de propósito. Habían sido elegidos para llevar un mensaje de unidad y compasión a un mundo que a menudo estaba dividido por diferencias religiosas y culturales.
En ese momento, Martín cayó desplomado al suelo. Había muerto.
Emily a penas podía seguir leyendo, pero comprendía todo mucho más. Supo en aquel momento que tenía una relación estrecha con ese tal Beltrán o Beltrana, que era una antepasada suya y que sin duda su interés en la arqueología lingüística tenía todo su sentido, mucho más allá que las aulas con Robert Langdon. Si él supiera todo lo que ella estaba descubriendo, seguro que era capaz hasta de matarla, o de unirse a su proyecto, para luego quedarse como él como protagonista. Pero esta vez no sería así. El vínculo de Beltrán con Emily estaba ahí. Solo tenía que descifrar el siguiente testimonio del diario, que estaba encriptado. Mientras…se decía ¿Por qué moriría Martín? ¿Qué haría ahora Beltrán solo entre aquella gente?