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Un exiliado y masón olvidado por la historia: Heliodoro Arconada Medrano


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Muchas veces, los historiadores construimos la historia a través de las grandes figuras. Así, hablamos de reyes, de grandes políticos o de personajes que han realizado importantes obras, olvidando que detrás de todo cambio, de toda evolución hay personajes anónimos y silenciosos que han sido parte fundamental de la evolución de la humanidad y que han quedado ocultos por esas otras figuras sobresalientes.

Uno de esos personajes olvidados por la historia, es Heliodoro Arconada Medrano. De él, solo conocía el nombre, su simbólico, la logia y la fecha de su iniciación. Hubiera sido un nombre más entre los tres mil, que hoy tiene mi base de datos de miembros de la Orden en la ciudad de Madrid. Pero la casualidad, o mejor dicho, esa red de solidaridad y fraternidad en la que se ha convertido en cierta forma mi trabajo sobre la Masonería madrileña, hizo que un amigo, Oscar Soriano, me pusiera en contacto con Beatriz Arconada, una compañera de trabajo que era nieta de Heliodoro. De esta forma, ese nombre tomó vida, mostrándome que los masones fueron personas normales, con familias y esperanzas que tenían como mérito su deseo de transformación, de construcción de una sociedad más democrática, más justa, más libre y fraternal.

Su hijo Enrique Arconada Pardo - sin su inestimable ayuda, lo mismo que la de su hija Beatriz, no hubiera podido realizar este artículo -, me indicó que su padre, nunca le habló de su ingreso en la Orden y cree que tampoco lo hizo con sus hermanos Heliodoro y Federico, aunque su hermano Gustavo le revelo que su padre, en cierta ocasión, a la salida de los campos de concentración franceses recibió ayuda en metálico de la Masonería. Esta circunstancia se repite en la mayoría de las entrevistas que he mantenido con descendientes de masones de logias madrileñas, probablemente en un intento de protegerles ante posibles represalias.

Heliodoro, de nombre simbólico Marconi, pasó casi de puntillas por la Orden, si hacemos caso a su declaración ante el Tribunal de Represión de la Masonería y el Comunismo, pues afirma que solo asistió al acto de iniciación, al que fue engañado. Nunca sabremos si esto es verdad del todo, pues muchos masones aseguraban algo parecido para evitar su encarcelamiento y la represión. Lo que es cierto, es que su permanencia en la Orden fue corta puesto que no pasó del grado de aprendiz, iniciándose en la logia madrileña Ibérica número 7, el 22 de octubre de 1925, en plena dictadura de Primo de Rivera.

Por otro lado, Heliodo Arconada representa a esos muchos exiliados españoles que vieron su vida truncada y que cuando regresan a España, pues consideran que no tienen nada que temer y se fían de la palabra de los vencedores, se encuentran que tienen que hacer frente a delitos que o no habían cometido, o no eran tales cuando ellos los realizaron, como es la pertenencia a la Orden, delito inventando por el franquismo que además tenía carácter retroactivo.

Heliodoro nace en Palencia el 19 de noviembre de 1894, era hijo de Heliodo Arconada Ibarlucea y de Arsenia Medrano. Antes de los once años, tiene que hacer cargo de su madre, pues su padre desaparece, lo que le lleva a tener una infancia dura.

En 1913, haciendo gala del arrojo que le acompañó toda su vida, se traslada a París y consigue trabajar como camarero en los hoteles Grand Palais, Meurisse y Ritz.

El 7 de noviembre de 1914 entra a trabajar en Telégrafos, en la calle Correos de Madrid como portero tercero. En aquellos años Telégrafos era un centro puntero de modernidad, en sus oficinas se sentía el avance y el progreso, donde Heliodoro era uno más de esos hombres y mujeres que la formaron.

En agosto de 1915 es llamado a filas. Tras el sorteo, queda en situación de exceptuado al no conocerse el paradero de su padre y estar a cargo de su madre.

Entre 1915 y 1936 sigue trabajando en Telégrafo, encontrándole en varios destinos, uno de ellos es Chipiona y participa con artículos en “El Subalterno. Órgano del personal de reparto, vigilancia y servicio”; por ejemplo, el 30 de mayo de 1932, en el número 28, aparece un artículo suyo titulado “Salpicaduras de cieno”. Políticamente pertenece al partido radical-socialista.

Durante la guerra de España sigue trabajando en Telégrafos, siguiendo al gobierno en sus desplazamientos, primero a Valencia y más tarde a Barcelona. Al mismo tiempo, forma parte del batallón de reserva de comunicaciones como cabo.

Por orden del gobierno de la República, el 1 de febrero de 1939, cruza la frontera por La Junquera, junto a su mujer, Antonia Pardo González, y sus cuatro hijos: Gustavo, Heliodoro, Federico y Enrique, que tenían 12, 9, 7 y 5 años, respectivamente.

Las autoridades francesas le detienen en Le Boullou, llevándole al campo de concentración de Argelés sur Mer. En marzo de 1939 le trasladan al campo de concentración de Bram, en el departamento del Aude cerca de Carcassonne. Mientras que su mujer e hijos son llevados al campo de concentración de Verdun en Ronnes, departamento Ille-et-Vilain en Bretaña. Meses después, pudo trasladarse al campo de Redon, que estaba cercano al de su mujer e hijos.

En marzo de 1940, empresarios franceses fueron al campo de concentración a reclutar mano de obra barata, y le emplearon en Papeterie de Bretagne. Más adelante, le ofrecieron un nuevo trabajo en la empresa GIBBS que le proporcionó a él y su familia un alojamiento modesto, y lo más importante salir del campo de concentración, y estar lejos “de las alambradas y de los centinelas Malgaches”.

Las tropas alemanas entraron en junio de 1940. En un bombardeo, un obús cayó sobre el tejado de su casa, hiriendo a su hijo mayor Gustavo, lo que provocó que perdiera la vista del ojo derecho. Poco después, en Rennes, encontró un trabajo de cocinero en la base aérea de Saint Jacques del ejército alemán.

Diego Martínez Barrio le ofreció el traslado a él y a su familia a Venezuela, lo que no aceptó, aunque mandó a su hijo Gustavo a París para agradecerle el ofrecimiento. Por otro lado, su amigo José Bullejos, que había sido secretario general de las juventudes comunistas, le insistió en que se trasladaran a México, donde el presidente Cárdenas, que era masón, acogía favorablemente a los emigrantes españoles. Tampoco aceptó este ofrecimiento.

Heliodoro tenía la creencia que los aliados iban a ganar la guerra, lo que significaría el fin del franquismo y el regreso a España. Con esta seguridad, pidió el traslado en 1943, a Istres en la Provenza, dónde existía un campo de aviación, y donde se había trasladado el comandante jefe alemán que tenía en Rennes.

En 1943 comienza los trámites para regresar a España. Aunque consigue los permisos no puede producirse el regreso puesto que primero, se pierden los papeles; y más tarde, se cierra la frontera. En 1944, vivía en Istres (Bouches-du-Rhone).

Mientras, en España, sin él saberlo, es juzgado en 1944, por el Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo, juzgado especial núm.3, archivo 17463, expediente 433/44. Se le condena a doce años y un día de reclusión menor y accesorias correspondientes, archivándose provisionalmente el expediente por rebeldía, quedando separado definitivamente del cuerpo de porteros de ministerios civiles, por orden dictada el 16 de enero de 1945.

En 1947, llaman a filas a su hijo Gustavo. Éste regresa a España, aunque a los pocos días le licencian como consecuencia de su lesión en el ojo. Gustavo se queda en Madrid, en casa de una tía, encontrando trabajo en el Banco Español de Crédito, dado que dominaba además del castellano, el francés, el inglés y conocía el italiano. Por medio de un pariente materno, comisario político, conoce el expediente político de su padre.

Este familiar, aunque no se lo garantiza al cien por ciento, considera que, al no haber delitos de sangre, podría solicitar el regreso a España, aunque al día siguiente de su llegada debía presentarse en la dirección general de Seguridad.

El 21 de agosto de 1948, toda la familia regresa a España procedente de Francia, de forma autorizada. Heliodoro se dirige, como le habían aconsejado a la dirección general de Seguridad y se le impone la obligación de presentarse una vez por semana.

En septiembre, pide el reingreso en el cuerpo de porteros de ministerios civiles al que pertenecía con anterioridad a la guerra. En ese momento, se descubre que está en busca y captura por el Tribunal Especial de Represión de la Masonería y el Comunismo. El Tribunal confirma la condena de doce años y un día de reclusión menor y accesorias legales de inhabilitación absoluta perpetua para el desempeño de cualquier cargo del Estado, corporaciones públicas u oficiales, entidades subvencionadas, empresas privadas, así como cargos de confianza mando o dirección. Se decreta su prisión atenuada en su domicilio situado en Madrid, calle de Tres Peces número 9, con obligación de efectuar su presentación ante este Tribunal Especial los días quince de cada mes. Finalmente, la condena a doce años y un día es conmutada por el artículo 4º de la orden comunicada de la presidencia del Gobierno del 30 de noviembre de 1945, en septiembre de 1949 por la de inhabilitación para cargos políticos y sindicales. La separación definitiva del servicio se produce en 1951.

En 1952 el juez Gonzalo Queipo de Llano, que llevaba su expediente, dictó sentencia, absolviéndole de todos los cargos y permitiéndole el reingreso en el cuerpo de Telégrafos con dos excepciones - postergación para ascensos durante dos años e inhabilitación durante cinco años para desempeñar puestos de mando o de confianza. Aunque lo solicita, no se le concede el reingreso. En julio de 1955 pide, de nuevo, su reingreso en el cuerpo de porteros de los ministerios civiles, que nuevamente le es denegado. El 12 de enero de 1959, el tribunal no tiene inconveniente en que se le expira la certificación de antecedentes penales negativos a los solos efectos del reingreso en el cuerpo de porteros civiles. Lo que otra vez, le es denegado.

El 19 de noviembre de 1964 se jubila. Muriendo ocho años antes que el general Franco, el 20 de noviembre de 1967 y a pesar de las numerosas gestiones, como hemos visto, que realizó para su reincorporación al cuerpo de Telégrafos, nunca lo consiguió.

Ya, muerto el dictador, y en plena transición democrática, en marzo de 1977, su viuda, solicita y le es concedido, el reconocimiento de todos los efectos tiempo que estuvo separado del servicio (si no hubiera sido separado, el 19 de noviembre de 1964, fecha de su jubilación, hubiese alcanzado la antigüedad de cincuenta años y doce). Antonia Pardo consigue la pensión de viudedad que realmente le correspondía.

Hasta aquí, un pequeño acercamiento a la vida de un exiliado y masón cuyo único delito fue la defensa de la democracia, la libertad y sus valores. Estoy seguro, su mujer, sus hijos, sus nueras, sus nietas y nietos, siempre se sintieron orgullosos de él, como nos sentimos los que creemos en los valores que él defendió.

1CDMH Masonería B 496/39, TERMC Sumario 9707. Información y fotos facilitada por hijo Enrique Arconada Pardo y su nieta Beatriz Arconada. Tesis doctoral del autor del artículo.

Funcionario del Cuerpo de Gestión de Sistemas e Información de la Administración General del estado. Actualmente destinado en el Ayuntamiento de Madrid como jefe de Unidad en la subdirección general de Comunicaciones del Organismo Autónomo Informática Ayuntamiento de Madrid (IAM). Doctor en Historia e historia del arte y territorio con la tesis “Masonería y Política en Madrid (1900-1939). Miembro del Centro de Estudios históricos de la Masonería Española (CEHME). Miembro del Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid. Libros: La quema de conventos de mayo de 1931 en el Madrid republicano. El anticlericalismo de la gasolina y la cerilla. Saarbrücken, Academia Española, 2015, y La masonería madrileña en la primera mitad del siglo XX. Madrid, Sanz y Torres. 2019.