D. Jose Echegaray y Eizaguirre, un ateneista, premio Nóbel de Literatura y hombre universal
- Escrito por Alfonso J. Vázquez Vaamonde
- Publicado en Cultura
Todos sabemos que Echegaray recibió el premio Nobel de Literatura; muchos menos que fue compartido con Federico Mistral en 1904, pese a que su obra literaria no era muy poderosa y, al menos en España, había recibido fuertes críticas. Pero lo que muchas menos personas saben es que si como dramaturgo fue eminente no lo fue menos como político, activo liberal y muy comprometido y además un apasionado matemático.
Son tres ámbitos de la actividad humana que no suelen coincidir en la misma persona por lo que era recurrente la pregunta sobre esa circunstancia a lo que él respondió diciendo: "Las matemáticas forman una salsa que viene bien a todos los guisos del espíritu. Las matemáticas armonizan con la música y con el arte en general. Ocasiones hubo en que el afán y la necesidad de ganar dinero me animaron a cultivar la dramática. Pero mi afición a las matemáticas fue constante, era más desinteresada, más pura, más honda, más grande, en una palabra. La política está por debajo de estas otras aficiones. Nunca encontré en ella ese placer íntimo que las matemáticas y la literatura me producían. Reconocí siempre que la política era necesaria en las sociedades modernas, porque con todas sus impurezas es elemento de progreso. Pero nada más. Fui político leal y sincero, y a veces político ardiente, pero la fiebre pasaba pronto y me quedaba tan tranquilo".
Como político su liberalismo está claro en numerosos escritos suyos en la revista que el fundara "El Economista" junto con su colega, Gabriel Rodríguez, que además era abogado y Catedrático de Economía, y en tanta otras de la época, científicas y generales, como "La Ilustracion española", "La España moderna", "La Revista de obras Públicas", etc. A ellos se suma una gestión política muy activa: diputado en Cortes, incluidas la Constituyente de 1869, fue Ministro tras la revolución de 1868 en los Gobiernos del General Serrano y del General Prim; recibió a Amadeo I cuando aceptó ser Rey y desempeñando las carteras de Obras Públicas (1868-69) Fomento (1869-70 y 1872) y de Hacienda (1872-73) y también en el Gobierno de concentración que siguió al golpe de Martín Campos que volvió a imponer a los Borbones. Destacó por la defensa en el Parlamento de las libertades individuales y religiosa en momentos muy controvertida tras la publicación de la encíclica "Quanta Cura", de Pio IX, y su "Syllabus" de errores; hoy muchos son derechos constitucionales que se reconocen en todo el mundo.
En el Ateneo fue Presidente de la Sección de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales en la que dicta algunas conferencias sobre si "¿Puede y debe considerarse la vida en los seres organizados como transformación de la fuerza (energía) universal?". También fue miembro del Comité de Redacción del Boletín que comenzó a editarse en 1876. En 1878 es un tema de discusión de esa Sección "Las condiciones higiénicas que deben reunir los cementerios". Destacada fue también su participación en la Escuela de Estudios Superiores, que crearía Moret en 1894, de la que se dijo que "las cátedras y profesores de Estudios Superiores atenístas son un claro testimonio del rigor intelectual de la corriente krassopositivista dento del pensamiento científico español de finales del siglo" XIX. No era para menos; junto a Echegaray, que impartió 21 clases de matemáticas, estaban Ramón y Cajal, Juan Valera, Menéndez y Pidal, Menéndez y Pelayo, Gumersindo de Azcarate y, rompedora como siempre, Emilia Pardo Bazan. En 1898-99 presidirá el Ateneo siendo sus vicepresidentes Marcelino Menéndez y Pelayo y Santiago Ramón y Cajal.
Contribuye a la renovación de la Escuela de Estudios Superiores en la que pronuncia un singular discurso tras la derrota de Cuba, del que tomamos la cita del libro de Olmos "Agora de la libertad": "... Yo no creo que una nación sea fuerte y grande porque tenga numerosos ejército ... porque tenga potente armada ... Esa es la fuerza bruta, no la fuerza espiritual que es la que, en último análisis, esta llamada a gobernar....". De ese discurso regeneracionista se dijo en "La Época": El discurso del Sr. Echegaray fue juzgado unánimemente como uno de los mejores que se han leído en el Ateneo, tanto por la profundidad de los pensamientos como por (…) de su exposición, siempre fluida, y brillante" y de él se dice en El Liberal: El Ateneo oyó con fervorosa atención con un intenso interés, que no decayó un solo momento aquella disertación hermosa". Pese a ello, en 1899, víctima del cainismo del que no logramos librarnos Echegaray presenta su dimisión.
Pese a ello sigue activo en el Ateneo donde da una interesante conferencia "Las relaciones de la industria con la Ciencia, el Arte, la Moral, la Política y el Derecho" muestra de su permanente espíritu de colaboración. Cuando se le concedió el premio Nobel de Literatura en 1905, precedido de un desfile matutino en 1905 por todo Madrid que terminó en la Biblioteca Nacional, por la tarde, presidido por el rey Alfonso XIII, recibe un grandísimo homenaje en el Ateneo al que responde "vigoroso física y mentalmente como un mozo", tiene 73 años, "entre aclamaciones delirantes" como recuerdan las crónicas de la época.
Desde el punto de vista científico son notables sus aportaciones en el campo de la investigación matemática y física. Con 20 años era Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos y en 1854 llega a Madrid para hacerse cargo de la secretaría de la Escuela de Caminos siendo elegido miembro de la Real Academia de las Ciencias Exactas con 32 años. También lo sería de la Real Sociedad Matemática Española, de la Real Sociedad Española de Física y Química y de la Real Academia Española así como de la Sociedad Abolicionista Española.
Su discurso de ingreso en la Academia de Ciencias estuvo dedicado a la "historia de las Matemáticas puras en nuestra España; y entiendo por Matemáticas puras la ciencia eminentemente racional, no la Física, ni la Astronomía, ni todas aquellas que, si bien acuden al análisis algebraico o geométrico como a poderoso auxiliar, son por su naturaleza, y por el carácter de los fenómenos que estudian, verdaderas ciencias de observación".
Es un análisis de su evolución histórica profundo y muy crítico. "Las verdades ideales de las matemáticas son tan reales, más reales, si me es permitida esta frase, que las del mundo físico, porque es el hombre realidad, más intensa, y más rica, y más elevada, que el mundo de la materia y de los sentidos" a lo que luego añade: "mal puede negarse la utilidad de las verdades abstractas de las Matemáticas, que son las leyes de dos grandes y universales categorías, la cantidad y el orden; categorías que, como de esencia divina, todo, por decirlo así, lo penetran, y desde la razón humana hasta la última molécula material, desde el infinitamente pequeño al infinitamente grande, en todas partes se hallan, y por do quiera, en el mundo del espíritu o en el mundo físico, sentimos con sublime estremecimiento su divina palpitación".
De él se dijo que "como el discurso resultara áspero, crudo y hasta agresivo, produjo, a pesar de las felicitaciones y elogios de rúbrica, pésimo efecto en algunos centros y colectividades", quizá por el "poco patriotismo" de la denuncia "la ciencia matemática nada nos debe: no es nuestra; no hay en ella nombre alguno que labios castellanos puedan pronunciar sin esfuerzo"; para los poco inteligentes, es muy duro aceptar la realidad.
Indiscutido su éxito en sus actividades literarias, amén de en las políticas, Echegaray se lamenta de que "el cultivo de las Altas Matemáticas no da lo bastante para vivir. El drama más desdichado, el crimen teatral más modesto, proporciona mucho más dinero que el más alto problema de cálculo integral; y la obligación es antes que la devoción, y la realidad se impone, y hay que dejar las Matemáticas para ir rellenando con ellas los huecos de descanso que el trabajo productivo deja de tiempo en tiempo".
Fue mucha su producción científica de ella cabe entresacar unos pocos libros que cubren un amplio panorama: "Introducción a la Geometría superior", "Memoria sobre la teoría de las determinantes", "Tratado elemental de termodinámica", "Teoría matemática de la luz" y "Observaciones y teorías sobre la afinidad química" amén de artículos brillantes, en especial “Disertaciones matemáticas sobre la cuadratura del círculo. El método de Wantzel y la división de la circunferencia en partes iguales”, al que no le resta importancia que Ferdinand Liedemann hubiese demostrado ya en los Mathematische Annalen que pi es un número trascendente. No merece menos mérito Boyle que Mariotte autores de la ley que lleva sus dos nombres, que ambos independientemente llegaran a la misma conclusión.
Lector apasionado de la literatura moderna francesa, no era menor su devoción por sus matemáticos: "Cauchy, el gran Cauchy, uno de los más admirables genios creadores de las ciencias matemáticas, el de las funciones imaginarias y de la teoría de la luz, después de Fresnel; Legendre, uno de los primeros fundadores de las funciones elípticas, y el autor de la Teoría de los números, obra verdaderamente clásica; Poncelet, el de las propiedades proyectivas; Poisson, el eminente analista; y Chaesles , el eminente geómetra del siglo; y Liouville, autor de tantos trabajos fundamentales y del teorema sobre los números trascendentales; y tantos y tantos autores más..." A Echegaray se debe gran parte del progreso en el conocimiento matemático español de finales del S XIX e inicio del S. XX, destacando la importación y difusión que, de su mano, tuvieron las ecuaciones diferenciales de Gaulois. De él diría Rey Pastor, otro matemático eminente, al año siguiente de su muerte en el V Congreso para el Progreso de las Ciencias celebrado en Valladolid: "Para la matemática española, el siglo XIX comienza en 1865 y comienza con Echegaray"
Es monumental su trabajo "Teorías modernas de la Física. Unidad de las fuerzas materiales" en tres volúmenes, alguno con más de una edición, publicados en 1867, 1883, 1889 y otro libro de gran valor divulgador, cuando esta disciplina ni existía, "Ciencia popular", ambos de 1905. Con 83 años comentaba con humor "No puedo morirme, porque si he de escribir mi Enciclopedia elemental de Física matemática, necesito por lo menos 25 años"; fallecería al año siguiente el 14.09.1016. Esta actividad, unida a la literaria y política, nos lo presenta como un trabajador incansable, un verdadero "uomo universale" de nuestro tiempo.
Alfonso J. Vázquez Vaamonde
Secretario primero del Ateneo de Madrid.
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