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La desaparición de los rituales: la puerta de una logia masónica


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Byung-Chul Han en su último libro, que lleva por título “La desaparición de los rituales”, afirma que el rito llama a proteger las fuentes de adhesión familiar y social; y así, los rituales no son otra cosa que esas acciones simbólicas que establecen una comunidad sin comunicación, asentándose en significados que no transmiten nada, pero que a la vez logran que una sociedad les reconozca como sus señas de identidad. Por el contrario, hoy se produce una pérdida de los rituales colectivos y se perciben los ritos como obsoletos y como un estorbo prescindible; siendo su lenta e inapreciable desaparición la causante de la desorientación individual y el desgaste de la comunidad puesto que los rituales, se quiera o no, perfilan los contornos sociales.

Con el COVID-19 han desaparecido o se han tenido que celebrar de forma muy diferente, los acontecimientos festivos ritualísticos, esas puertas a nuestro pasado más remoto, como la Semana Santa, Santiago Apóstol, la Virgen del Pilar, los Santos, las fiestas locales, las Fallas o el solsticio de verano (festividad de Juan Bautista). La sociedad tiene duda si podrá celebrar la Navidad y los miembros de la masonería si podrán celebrar el solsticio de invierno (festividad de Juan Evangelista) e incluso, hay quien dice de forma exagerada, que el COVID-19 ha conseguido lo que no logró ningún dictador: que no celebren sus tenidas de forma voluntaria.

Los ritos son parte de nosotros, sirviéndonos para despedir etapas e iniciar otras. Nos permiten regocijarnos encontrándonos con el espíritu pagano que habita bajo múltiples capas de adaptaciones religiosas. Recordemos que el dios Jano es el dios de las puertas o de las dos caras de la misma puerta, y así, Juan Bautista es la puerta que abre el Nuevo testamento y Juan Evangelista la puerta que lo cierra. Juanes que abren y cierran el año masónico: dos caras de la misma puerta.

Se vive un momento de desastre psicológico, que va más allá de lo económico, de lo político, de lo social y de lo sanitario, porque la pandemia “nos priva de un éxtasis colectivo que alivia la presión de una rutina extenuante” y nos aleja de lo que querríamos que fuese nuestra vida. Incluso quienes no gustamos de esas fiestas y utilizamos esos días para leer, descansar o ver a aquellas amigas y amigos que la velocidad de la rutina del día a día no nos permite disfrutar a diario, sabemos que la tradición está ahí. Esos hitos nos transportan a “lo que fuimos al calor de una hoguera, eufóricos por una buena cosecha o arrebatados ante un ídolo, todo eso que nos conecta mediante un hilo invisible en un tejido social fruncido, sobrevive en los rituales, en los grandes y en los pequeños, en los ancestrales y en los modernos..., en la misa del domingo o en el entierro de la sardina”.

Los miembros de la Orden viven un momento aún más difícil, pues les han privado del trabajo comunitario de sus tenidas, de la celebración de sus rituales, de mirar a los ojos a sus hermanos y hermanas, y sin necesitar de utilizar la palabra, sin comunicarse, saber que forman parte de una fraternidad. Pero también son afortunados, ya que son, en cierta forma, uno de los últimos reductos del simbolismo de occidente.

Pero los rituales no están solo amenazados por el coronavirus. Como acertadamente afirma Byung-Chul Han somos nosotros el mayor de los problemas y especialmente nuestra enfermiza forma de vivir que hace que los rituales estén comprometidos por un consumismo desaforado que despoja al símbolo de su poder. Al tiempo le falta un caparazón firme.

Los miembros de la Orden saben de la importancia de los rituales, de los símbolos, del tiempo y por ello, sus tenidas son tan importante. Sus templos, generalmente, son pequeños, pobres y alquilados, ¡pero no les importa! En este momento, no echan de menos un gran templo en propiedad, lleno de caros objetos, sino sus trabajos rituales, sentir como se abren estos y se encienden las tres luces que los iluminaran, ver al experto colocar el compás (representación de lo redondo, del cielo, del espíritu) y la escuadra (representación de lo cuadrado, de la tierra, de lo material), uniendo lo femenino (la tierra) con lo masculino (el cielo), para más tarde, trazar su cuadro de logia. Ver circular al maestro de ceremonias como un bailarín que marca el orden de la tenida. Oír las planchas y la construcción acertada en las intervenciones de los miembros de la logia. Su Cadena de Unión y la tristeza de ver que las luces se apagan y llega el momento del cierre de los trabajos. El ágape donde comparten inquietudes, esperanzas, confidencias y el brindis que les une; seguro que no recuerdan lo que comieron en el último, pero si, la fraternidad que reinó. Desean volver a vivirlo, no importando las viandas que lo acompañe ni la calidad del vino.

Pero antes de todo y al final de todo, tienen que traspasar una puerta, esa que les abre la entrada en el templo, último reducto del simbolismo de las puertas de las catedrales. Esas que estaban construidas de tal forma que no hacía falta explicación puesto que la persona es persona en tanto tiene capacidad simbólica. Esa puerta cuadrada representando la Tierra y sobre ella, un conjunto de semicírculos cada vez más grande que representa el Cielo. Cielo y Tierra que se unen como la escuadra y el compás, pues uno sin otro, no pueden existir, como la espiritualidad sin la materia, lo masculino sin lo femenino, lo blanco sin lo negro.

No es habitable el tiempo que no tiene interrupción. Necesitamos los ritos, los hitos, esas cosas que, por costumbre, por cotidiano no nos parecen importante. Cuando alguien pierde a un ser querido, no recuerda de él lo material, sino los momentos vividos, los afectos, sus palabras, el brillo de sus ojos, su sonrisa y las risas compartidas.

Los miembros de la Orden necesitan y quieren comenzar a trabajar, sentir que siguen construyendo, dejar por un momento fuera esa sociedad donde “lo antiguo se elimina y lo nuevo se banaliza”, donde eres lo que tienes, donde la sensación de vacío impulsa a consumir. Abandonar el mundo profano y poder pensar con libertad en una “forma de vida que sea más intensa que el continuo consumir y comunicar”.  

Hoy más que nunca, como el hermano Kipling:

“¿Cuánto, cuánto daría

por hallarme de nuevo

entre las dos columnas de mi Logia madre!

Diera cuanto he tenido

por poderme encontrar nuevamente delante

de la puerta de mi logia madre”.

Bibliografía

Funcionario del Cuerpo de Gestión de Sistemas e Información de la Administración General del estado. Actualmente destinado en el Ayuntamiento de Madrid como jefe de Unidad en la subdirección general de Comunicaciones del Organismo Autónomo Informática Ayuntamiento de Madrid (IAM). Doctor en Historia e historia del arte y territorio con la tesis “Masonería y Política en Madrid (1900-1939). Miembro del Centro de Estudios históricos de la Masonería Española (CEHME). Miembro del Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid. Libros: La quema de conventos de mayo de 1931 en el Madrid republicano. El anticlericalismo de la gasolina y la cerilla. Saarbrücken, Academia Española, 2015, y La masonería madrileña en la primera mitad del siglo XX. Madrid, Sanz y Torres. 2019.