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Fotogenia de Quijote


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La fotogenia de Quijote es como la de Caperucita Roja, no más verles, sabemos que son ellos. Igual sucede con el contraste de Sancho Panza. Trascienden el texto. No hemos leído la novela ni el cuento y sabemos quiénes son.

Es mito que, como todos, sufre variaciones, y una de ellas ha sido llevarlo al cine, al francés (año de 1902) y con 20 minutos de duración, que por largo era de esperar fracasara. Entonces más de 10 minutos aburrían. En Cervantes conviven ansias por contar realidades pero éstas, por fuerza sucumben freudianamente a los sueños y la fantasía. El cine español es, y sigue siendo tímido con Quijote. Teme apartar al personaje del libro. No tiene claro si el toque fantástico y de ensoñación debe transmitirlo el diálogo o la imagen. Conocemos a Dulcinea gracias al cine; en el libro ella apenas es mencionada. Por eso en la versión de Gutiérrez Aragón (1992), sencillamente, no sale.

La de Gil (1947) es una lectura del libro sin guiño de audacia hacia la gramática cinematográfica: en aras de quedar bien con todos, se limitó a hacer una adaptación leal del texto y como resultado, no hay cine. Desconoce que cuando se publicó Quijote, ya la gente no hablaba ese lenguaje, ya no se usaba fermoso por hermoso. ¿Cuántos quijotes no lograron salir de una primera fase de rodaje? A saber, el de Abel Gance, uno de Chaplin, otro de Welles, el de Sidney Lumet... Dibujos de vistas fijas impresas directamente sobre 12 rollos de papel, proyectables desde un juguete llamado Cine NIC, son quizás, lo más osado que se haya realizado aquí para ser exhibido como sombra translúcida.

Pabst (1933) puso a cantar a Chaliapin, porque consideraba que Quijote tiene voz de bajo y los gigantescos molinos sólo pueden temblar de miedo ante una voz así de estentórea, tronante, y ante sus aspas y enfurecido por la quema de libros, pone al hidalgo manchego a pronunciar un ronco discurso anticapitalista. Sin pudor altera el orden de los capítulos porque al final tienen que estar los molinos (es el capítulo omnipresente en todas las versiones cinematográficas, algo que en el libro es corto y quizás poco evocador, pero ha tenido la suerte de trascender por la indisciplina de las variaciones).

Para el director bohemio, Quijote es un profeta, quien allende su tierra, es investido caballero por el rey Arturo. Tocó a Kozintsev (1957) la suerte de reconciliar al cine soviético con el Estado español y es la primera película hecha en la URSS, admitida por la censura franquista. También cambia el orden y pone al final e invariablemente, a los ubicuos molinos. Su Quijote habla con nosotros, con la gente de ahora. Cineasta consciente de la magia de la palabra y de que el protagonista por instantes puede parecer anacrónico, pone en voz de Sancho un bocadillo: ʺ...hábleme usted en caballerescoʺ. Contrata al decorador español Alberto Sánchez porque no quiere caer en la equivocación de Iwerks con el primer dibujo animado (1934), de cambiar los manchegos por unos molinos holandeses. Escoge a Cherkasov, otrora mítico Alexander Nevsky e Iván El Terrible, pero éste ya es viejo y apenas puede montar sobre Rocinante ni sostener la lanza, y localiza un doble perfecto, parece un mellizo, mas resulta que es un enemigo acérrimo del cascarrabias e histórico actor. Relación que otorgaría al rodaje un ambiente medio infernal.

Stalin les hace el favor de morir cuando el cineasta preparaba un mega biopic del líder y los técnicos recién habían patentado el SovColor que inaugurarían con esa grandiosa producción de culto a la personalidad. Quiso el sortílego azar que el deshielo dirigiera esos recursos hacia Quijote, ¡y saliera la variación que más me chifla! Pienso en Quijote y no pienso en el libro, sino en la idea que tengo sobre el libro.

Comisario de exposiciones, profesor documentalista y coleccionista cinematográfico.

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