Camí sense destí

A la niña de ojos verdes en verano las lágrimas le saltan tan rápidas que, bailarinas, caen sobre la piel tersa y clara. Qué esconde un corazón destrozado. Tantos años de diferencia y la misma pena, ausencia, dolor y silencio. A su hermana todo le da igual, moja sus penas en el agua, es un pez saltarín y juguetón.

Los días se desmoronan y la noche se convierte en un breve paréntesis de descanso. El pelo trigueño casi blanquea. Sé tu dolor, lo conozco desde lejos, desde siempre, toca disimular. Mientras quien mea y caga en la calle ha perdido el sentido de la realidad, no sabe lo que hace.

No me quiero ir, el Gurugú es mi casa, una playa limpia y arenosa me sana y salva del peligro del alquitrán y del plástico donde ratas y cucarachas se comen los restos.

El sol y la sal queman la piel mientras los mosquitos acribillan con el aguijón bien apuntado. Saltan los pies desnudos sobre las olas.

Mejor una mesa camilla con atención y cariño en una lucha abierta por la igualdad y la unidad que el lujo y el dinero fácil que tapa los agujeros de la codicia y las falsas apariencias.

La música diseñada para sentirse en la onda y de moda llena las ilusiones de cabezas vacías y palabras huecas. Ay, qué cuqui, madre que me derrito.

Por la noche la niña mira el patio por la ventana, los vecino alborotan entre gritos que saben a vacaciones. Sus ojos, de las estrellas al suelo, recorren las ventanas y los rostros. La abuela es miedosa, no la deja bajar. Por el mar de la noche las nubes se contienen al mirarla.

Nos constreñidos y cuesta salir de la vieja miseria acumulada.

Resucita ilusión, no me abandones.