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Las sansimonianas frente a los sansimonianos: Los límites de la utopía.


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El sansimonismo fue una doctrina económica, política y social basada en los escritos del socialista utópico Claude-Henri de Rouvoy (1760-1825), conde de Saint-Simon. Entre otras cuestiones, consideraba que los individuos debían ser clasificados según su capacidad y remunerados en función de sus obras. Sus seguidores llevaron a cabo la primera experiencia práctica basada en el socialismo, si bien de una naturaleza concreta difícil de definir.

Saint Simón basaba todo su pensamiento en la fe en el progreso, que, actuando en el seno de la sociedad industrial, permitiría eliminar toda explotación de un modo pacífico. El pensamiento de Saint Simón, toda su teoría social, oscilaba, no obstante, entre el dinamismo y la contradicción. Él mismo era esencialmente contradictorio: Era noble y renunció a su título, tachó a la propia nobleza de parasitaria, formaba parte de una familia aristocrática y renunció a sus apellidos, era militar y defendió la supresión del ejército, tenía una formación católica y acusó al Papa de herejía, y, finalmente, era profundamente anticlerical pero acabó fundando una nueva religión con su propio clero.

A la muerte del conde, la utopía racionalista de Saint Simón, que en un principio bebía de la propia Ilustración, fue evolucionando hacia el milenarismo hasta convertirse en una creencia con formas propias de una secta.

En los escritos de Saint Simón no aparece ninguna mención directa a la igualdad entre sexos. A pesar de ello, “la cuestión de la mujer” fue tratada por el sansimonismo, especialmente a partir del momento en que en 1830, ya muerto Saint Simon, el movimiento pasó de ser Escuela a ser Iglesia. Es más, en las primeras etapas del sansimonismo, un grupo de mujeres de origen burgués habían logrado ocupar puestos de preeminencia dentro de la jerarquía del grupo (el “Collège”): Madame Bazard, Madame Fournel y Aglaë Saint-Hilaire. Se hicieron llamar “Damas de la Doctrina”.

Los propios líderes del movimiento a la muerte de Saint Simon, nombrados Padres o Papas de la nueva religión, Sain-Armand Bazard y Enfantin, se dirigieron el 1 de octubre de 1830 a la nueva Cámara para pedir la igualdad religiosa, política y civil de los dos sexos. Es más, afirmaban la creencia radical en un Dios con dos personificaciones: Padre y Madre. Pero, a pesar de las buenas palabras, la integración de las mujeres en el nuevo clero sansimoniano resultó problemática desde el primer momento.

De hecho, durante la crisis que sufrió el movimiento, se reafirmó su carácter masculino al decidir el propio Enfantin que las mujeres debían permanecer “en situación de espera” mientras se buscaba a la madre en Oriente (la llamada “mujer-Mesías”). En adelante, ninguna de las discípulas logró jamás reunir las cualidades necesarias a los ojos de los líderes para ocupar esta posición. Por lo que las mujeres sansimonianas quedaron en situación de espera en lo que a su igualdad jerárquica se refiere sin fecha de término.

La posición de las mujeres en la familia sansimoniana se degradó más todavía a partir de 1831, cuando Enfantin, ya Papa único tras haber eliminado a Bazard, expuso su nueva doctrina moral. La desconfianza hacia este nuevo giro hizo que muchos fieles abandonasen el movimiento y que Enfantin optara por fundar una nueva comunidad con características sectarias en la propiedad de su familia en Ménilmontant en junio de 1832. Las mujeres, que según Enfantin eran todavía demasiado serviles para formar parte de su clero, quedaron excluidas nuevamente de la jerarquía.

Fue precisamente entonces cuando un grupo de mujeres pertenecientes al sector proletario del movimiento decidieron tomar la palabra. A través de ellas, las sansimonianas relanzaron una llamada a la movilización colectiva para la emancipación femenina a través de su periódico La Femme libre, publicado bajo diferentes títulos entre agosto de 1832 y abril de 1834. El periódico daba cabida a diversas líneas de pensamiento. La fundadora, Désirée Véret, costurera de veintiocho años, y la directora, Reine Guindorf, lavandera de veinte años, se presentaban como devotas de la nueva religión sansimoniana, pero pronto empezaron a recelar del autoritarismo del líder.

Al fundar La Femme Libre, las mujeres sansimonianas, que se autodefinían como “hijas del pueblo”, trataban de escapar de dos autoridades: La de las “Damas de la Doctrina” y la de los hombres sansimonianos. A la vez, se proclamaban como la vanguardia del movimiento obrero, puesto que la publicación proclamaba que “con la liberación de la mujer vendrá la liberación del trabajador”.

Si bien buena parte de las mujeres que participaron en La Femme Libre dejaban entrever auténtica fascinación por el Padre Enfantin y su doctrina mística, ésta no les impidió defender la necesidad de emancipación de la mujer como individuo completo. Así lo sostiene Suzanne Voilquin en uno de sus artículos:

“En nuestra época la mujer empieza a no renegar de su individualidad, comienza a sentirse como una “unidad” dentro del “gran todo”; ahora la mujer quiere unirse con el hombre que ella elija pero sin confundirse con él; ya no quiere atrincherarse detrás de un nombre que no es el suyo (...); quiere tener derecho como él al gran banquete de la vida, a un nombre y un lugar que le sean propios y de los que disponer a su antojo1”.

En consonancia con esta búsqueda de su individualidad, las redactoras comenzaron a firmar únicamente con sus nombres de pila, anteponiendo a veces “Juana” (en referencia a Juana de Arco) o “Marie” (como muestra de su pertenencia a la comunidad cristiana). Esta circunstancia, sin embargo, ha dificultado la identificación de muchas de ellas.

En lo referente a la concreción de un programa político y social, las redactoras de La Femme Libre formularon propuestas diversas pero siempre a partir de un principio común: Ni la igualdad ni la transformación social eran posibles sin la educación y la autonomía financiera y política de las mujeres. Así lo defendía Claire Demar en 1833:

“Quiero hablar al pueblo, al pueblo ¿me oís? es decir tanto a las mujeres como a los hombres, pues es habitual el olvidarse de mencionar a las mujeres cuando se habla del pueblo […] Hombres de amplias ciencias, de previsión inconmensurable, decidme, ¿qué habéis hecho por ellas, por las que todavía amáis, pero hipócritamente, lúbricamente, y de un modo indigno de hombres que otorgarían alguna gloria al amor? No habéis abierto la boca; me equivoco, habéis escrito en vuestro Código Civil, la mujer debe obedecer a su marido2”.

Tampoco evitaron la polémica, y La Femme Libre no eludió ser tribuna para la polémica en torno al amor libre defendido por Enfantin cuando el sansimonismo se convirtió en secta. En la mayoría de las ocasiones, las redactoras se mostraron críticas con las consecuencias de esta opción vital, al tener que hacerse cargo las mujeres en soledad de los hijos nacidos de estas relaciones.

En síntesis, las sansimonianas como grupo no constituyeron un colectivo uniforme ni en lo ideológico ni en lo social. De igual manera, sus textos nos han llegado en formatos diversos (folletos, artículos de prensa, opúsculos, correspondencia...). Presuponemos, además, que debido al tiempo que pasaron en el olvido, parte de sus escritos se hayan perdido irremediablemente.

Pero el propio movimiento no era uniforme, pues como afirma Philippe Régnier: “No hay, a nuestro juicio, un sansimonismo único, igual a sí mismo, y varias herejías, sino un movimiento complejo, ramificado, que conviene considerar en su totalidad pero también, no dejaremos de insistir en ello, con sus contradicciones. El sansimonismo no es solamente una doctrina, completa en algunos aspectos, es un lugar de debates, un laboratorio de ideas3

Y es que, en un primer momento, el sansimonismo congregó a grupos de hombres jóvenes e intelectuales procedentes de la mediana y pequeña burguesía. Ideológicamente liberales o republicanos, en lo profesional solían ejercer profesiones liberales, eran ingenieros, o estaban vinculados al comercio y la banca. Las mujeres, al igual que los proletarios, se habían incorporado a este grupo heterogéneo de modo tardío y lo hicieron sin pretensión de uniformizar la ideología del mismo.

La condena de Enfantin a dos años de cárcel por asociación ilegal y ultraje a las buenas costumbres en 1832 (ya bajo la monarquía de Luis-Felipe (1773-1850)) puso fin a la Iglesia sansimoniana. No así a su legado intelectual en lo político y lo económico, que alcanzaría un enorme predicamento, también dentro del feminismo.

BIBLIOGRAFÍA

ANSART, Pierre: Saint-Simon (textos escogidos); Presses Universitaires de France, 1969.

LEROY, Maxime: La vie véritable du comte de Saint-Simon (1760-1825); Bernard Grasset, 1925.

MUSSO, Pierre: Saint-Simon et le saint-simonisme; “Que sais-je”; Presses Universitaires de France, 1999.

VEAUVY, Christiane, “Las sansimonianas y sus escritos”, en Lectora: revista de dones i textualitat, 2008

1VOILQUIN, Suzanne, Souvenirs d’une fille du peuple, ou La Saint-Simonienne en Égypte 1834-1836, E. Sauzet Librairie, Paris, 1866. Reeditada por Éditions Maspero (París) en 1978.

2DEMAR, Claire, Appel d’une femme au peuple sur l’affranchissement de la femme, publicado en 1833 en una edición a cargo de la propia autora.

3Philippe Régnier en Régnier, Philippe (dir.) (2002), “Bibliographie du saint-simonisme (suite) de 1984 à 2001” en Études saint-simoniennes, Lyon, Presses Universitaires de Lyon, “Littérature et idéologie”: 357-381.

Doctora en Historia Contemporánea. Autora de diversos libros y artículos sobre el Catolicismo y la Guerra Civil española.