El legado de Nicolás y Marcelino
- Escrito por Rafael Fraguas
- Publicado en Opinión

Representar a los demás: qué honor. Qué distinción recibir de ellos la autorización para luchar por los intereses de todos. Conseguir un objetivo anhelado mayoritariamente es, tal vez, uno de los gozos más intensos del que cabe disfrutar en la escena social. El gozo de saber que ese potencial representativo depositado en manos de un delegado, ha conseguido reestablecer un derecho arrebatado o ha cristalizado en una conquista colectiva, laboral, salarial o política. Placer intenso porque el verdadero valor de tal representación reside en que ha de ejercerse desinteresadamente.
Así acostumbran proceder decenas de miles de representantes de los trabajadores en España. Y asumen tal compromiso a sabiendas de que, en una empresa cualquiera, el mero hecho de postularse como delegado sindical suele llevar aparejado un gravamen añadido: o bien un baldón para la natural promoción propia del representante sindical si ha defendido con denuedo los intereses de sus compañeros, -como acontece aún hoy en gran parte del tejido empresarial de la España de nuestros días-; o bien implica, casi siempre como represalia empresarial, una ralentización forzada de la normal trayectoria personal en la empresa ulterior a la etapa de la representación. Pese a ello, miles de trabajadores asumen tal compromiso. Y su fuerza y su lucha, reduce el margen de represalia contra ellos.
Ello es aplicable, asimismo, a los denominados liberados sindicales. Resulta muy frecuente en nuestro país escuchar descalificaciones hacia los liberados por parte de gentes diversas, generalmente carentes de formación o, meramente, frívolas y reaccionarias. Aquellos que son incapaces de dedicar un cuarto de hora de su propia vida a reflexionar sobre los intereses propios y su defensa, o sobre sus propias condiciones laborales o salariales, reacios, por supuesto, a destinar una exigua cuota para una caja de resistencia, son los que más se desgañitan, casi siempre en bares y tabernas, en propalar esas descalificaciones. Pero sus imprecaciones se rebaten fácilmente: ¿qué sucede -cabe atajarles-, que sólo pueden disponer de tiempo y garantías negociadoras los patronos a la hora de diseñar las condiciones de trabajo y los derechos de todos? Sin trabajo no hay capital posible.
Sindicatos, conquista colectiva
Los sindicatos y la libertad de asociación y de reunión en la empresa también componen conquistas colectivas para la defensa de los intereses de los trabajadores, que, no debe olvidarse, componen la mayoría social. Defensa que, en democracia, no está reñida con el respeto a intereses minoritarios. Los sindicatos asumen, asimismo, la gestión de los interese de pensionistas y desempleados. Y desempeñan un papel central en la vida sociopolítica de un país como el nuestro, por hallarse involucrados en la autodefensa de las mujeres, de las minorías y de los sectores sociales discriminados. Pugnan igualmente por el bienestar medioambiental. Por ende, protagonizan posiciones de vanguardia en la mayor parte de las reivindicaciones colectivas y sectoriales. Y, desde la autonomía respecto de los partidos, solo despliegan actividades estrictamente sociopolíticas cuando se desploman, por inacción, incompetencia o represión, instituciones políticas.
Qué duda cabe que fallos, errores, omisiones y transgresiones pueden encontrar y han encontrado ámbito en la actividad de determinados individuos desde el interior de sindicatos; pero no es, ni mucho menos, la característica principal de estas organizaciones que, desde luego, han de dar testimonio perenne de incorruptibilidad y de entrega social.
Horas y tareas
Intramuros de la empresa, los representantes sindicales disponen, como prerrogativa básica, de una serie de horas de su horario laboral para ejercer esa representatividad. Se trata de un trabajo adicional al que ya desempeñan, manifiesto en numerosas y arduas reuniones destinadas a escuchar a los representados; dar expresión a las reivindicaciones colectivas; idear propuestas para satisfacerlas; informar de ellas y redactar boletines e informes al respecto; convocar y moderar asambleas; así como reunirse con los representantes del capital de la empresa con los cuales negociar las condiciones y mejoras salariales, la planificación del trabajo (cuando las empresas se avienen a ello); las libranzas y vacaciones; las cuotas de trabajo a domicilio, la sanidad y la higiene… entre muchos otros cometidos; y todo ello precedido por un proceso de formación del delegado o representante, para poder acometer las complejas y necesarias lides sindicales con la desenvoltura que los representados van a exigirle para poder defender sus intereses ante la patronal.
Críticas
Las principales críticas contra sindicalistas y sindicatos suelen proceder de aquellas personas que nunca se han afiliado a sindicato alguno y que no suelen ser conscientes de la responsabilidad social y de las dificultades técnicas, legales y normativas, para desplegar una acción sindical satisfactoria para todos. Con todo, existe una inercia recurrente dentro de algunos sindicatos a la hora de acometer reformas, por considerarse que como la lucha y la actividad es incesante, siempre es difícil hallar escenarios de pausa y reposo para debatir autocríticamente las acciones u omisiones en escena.
Los representantes sindicales, bien lo saben todos los que han dedicado horas, semanas y vida familiar a tales cometidos, son uno de los sectores laborales a los que, justamente, más se les exige… y, por otra parte, que menos gratitud reciben. A veces esta ingratitud ha causado dolorosas deserciones en las filas de los trabajadores.
Íntegros, valientes, dialogantes
Los líderes sindicales han de ser rectos, inteligentes, dialogantes, íntegros además de valientes y, sobre todo, mantener muy claros algunos principios básicos de la representación colectiva. La reciente desaparición del dirigente sindical Nicolás Redondo Urbieta, Secretario General de la Unión General de Trabajadores de 1976 a 1994, así nos lo muestra, como también lo revela el ejemplo dejado por la trayectoria sindical de Marcelino Camacho Abad, líder de Comisiones Obreras entre 1976 y 1987, fallecido en 2010.
Para ambos líderes, formados y curtidos en plena clandestinidad, aunque desde posiciones distintas de inspiración socialista y comunista, respectivamente, siempre estuvo clara la idea de que la riqueza es el fruto del trabajo humano. Y ambos se cuestionaban por qué razón si este proceso de generación de riqueza es colectivo, la apropiación del fruto de tal esfuerzo colectivo es, sin embargo, privada. Ni el dinero ni el capital crean la riqueza; la crea el trabajo, el esfuerzo en la transformación de la realidad y de la naturaleza mediante diferentes actividades laborales, industriales, agrarias o de servicios, desplegadas por los seres humanos para garantizar las condiciones materiales de existencia de todos.
A esa lucha, ambos dirigentes desaparecidos dedicaron sus vidas, asumiendo la condición de representantes de los trabajadores en condiciones de clandestinidad, bajo la dictadura franquista primero, y abiertamente después a partir del restablecimiento de las libertades, con la democracia. Empero, en los albores de la transición, el tejido empresarial era aún endeble y la patronal, acogida al subvencionismo estatal, se mostraba viciada, además, por prácticas autoritarias que, poco a poco, la lucha sindical consiguió reducir y atemperar.
Dadas las dificultades en las relaciones entre el capital y el Trabajo en sociedades insertas en el sistema del capital, hoy hegemonizado por el capitalismo financiero, improductivo, arbitrario y enemigo de la democracia, aquellos dos grandes dirigentes sindicales nos reiteraron la necesidad vital de la organización del mundo del trabajo. Nos demostraron que tal requisito organizativo resulta imprescindible para no ser barridos por las pulsiones insaciables del capital más insensato por ampliar, a costa de lo que sea, la tasa de ganancia extraída al trabajo colectivo.
Muchos jóvenes trabajadores desdeñan hoy este extraordinario consejo relativo a la organización y sufren ahora en sus carnes los efectos de su desatención: la arbitrariedad patronal más caprichosa y la precariedad salarial más humillante; sometidos, además, a unas exigencias de productividad, horarios y condiciones laborales que frisan la inhumanidad.
Rectitud, resistencia, organización
Integridad, resistencia y organización es el legado que ambos líderes, Camacho y Redondo, Redondo y Camacho, nos dejaron, junto con tantos otros dirigentes y militantes sindicales. Un legado de abnegación y dedicación plena y organizada a esa tarea cargada de responsabilidad, que tiene en su haber garantizar condiciones laborales remuneradas y dignas que aseguren la vida cotidiana de los trabajadores, empleados, funcionarios, pequeños y medianos comerciantes, clases medias también. Huyendo, como ellos huyeron, de posiciones aventureras y mostrando una firmeza reivindicativa permanente, con el recurso a la huelga, medida legal de fuerza suprema que se ha de adoptar cuando aquellas condiciones existenciales están en peligro o se conculcan derechos laborales, salariales o sociales adquiridos. Plantear tal medida de fuerza, solo será justo después de haber agotado las vías del diálogo que permiten las leyes laborales, conseguidas en luchas previas sin las cuales no hubieran sido nunca promulgadas.
Y ello sin excluir el respeto hacia algunos representantes del empresariado -desgraciadamente muy pocos- que asumen riesgos y reinvierten racionalmente los ingresos que extraen del trabajo ajeno en crear empleo. Pero ello no puede llevarnos, y Redondo y Camacho nos lo advirtieron, a afirmar que todo beneficio empresarial es automáticamente reinvertido en crear trabajo, porque ese mantra es mentira. El beneficio del capital es una forma más, quizá el símbolo más contundente, del poder y del dominio. Ellos dos nunca lo olvidaron. ¿Vamos a olvidarlo nosotros?
Rafael Fraguas
Rafael Fraguas (1949) es madrileño. Dirigente estudiantil antifranquista, estudió Ciencias Políticas en la UCM; es sociólogo y Doctor en Sociología con una tesis sobre el Secreto de Estado. Periodista desde 1974 y miembro de la Redacción fundacional del diario El País, fue enviado especial al África Negra y Oriente Medio. Analista internacional del diario El Espectador de Bogotá, dirigió la Revista Diálogo Iberoamericano. Vicepresidente Internacional de Reporters sans Frontières y Secretario General de PSF, ha dado conferencias en América Central, Suramérica y Europa. Es docente y analista geopolítico, experto en organizaciones de Inteligencia, armas nucleares e Islam chií. Vive en Madrid.