Réquiem por un falso centrismo
- Escrito por Rafael Fraguas
- Publicado en Opinión
Arranca de hecho la campaña que nos va a llevar a elecciones municipales, autonómicas y generales este otoño y la primavera siguiente. Muchos actores políticos toman posiciones. Y de ellos, algunos niegan ser lo que en realidad demuestran ser. El asunto es grave. La negación concierne a ciertas formaciones políticas, entre las cuales destacaré hoy la que más se ha apresurado a tomar posiciones de salida electoral: Ciudadanos. Esta formación, que ha contado con numerosos recursos materiales – su sede de la calle de Alcalá en Madrid era todo un emblema de su pujanza económica–, no se ha visto agraciada con recursos semejantes en cuanto se refiere a inteligencia, talento o ingenio en la acción política de sus dirigentes. Todos asistimos a la auténtica espantada de Albert Rivera, pese a haber cosechado un evidente triunfo electoral en unas elecciones catalanas; y a su errónea decisión de apartar a Arrimadas hacia Madrid, para luego chocar de frente contra ella; pero, tras una serie encadenada de otros desaciertos, el colmo lo fue el hecho premeditado de fotografiarse en la plaza de Colón con los tiburones que lo iban a devorar. Con ello Rivera revelaría la ausencia en él de ápice alguno de instinto político. Mientras creía participar con aquellos de las mieles de una plácida singladura por mares favorables hacia el poder, sus vecinos de viaje olían el aroma de sus tiernas carnes. Al poco, cayó malherido al agua. Nadie le socorrió. Políticamente, se ahogó.
Pese a ello y contra todo pronóstico, sus seguidor@s continuaron a bordo del mismo barco desde donde cayera al mar, ay, su anterior jefe de filas. Era el buque fantasma de la derecha extrema y la extrema derecha, pilotado no se sabe bien por cuál de las dos y con rumbo hacia ninguna parte; es decir, hacia la antipolítica, la negación de la política como actividad racional encaminada a satisfacer, con leyes, decisiones y persuasión, objetivos beneficiosos para el conjunto de la sociedad. Tras bandazos en todas direcciones, o con renuncias importantes como las de Toni Roldán, Juan Carlos Girauta o la más reciente, del economista ultraliberal Luis Garicano, la dirección política y parlamentaria de Ciudadanos había optado ya por sustituir el laborioso quehacer político por un simplista No a todo, en un intento, naturalmente fallido, de descabalgar con el insulto y sin argumentario político al primer Gobierno de coalición en cuarenta años de democracia en España. Lo curioso es que esa misma dirección, de no ser por sus caprichosos errores, podrían haber configurado esa primera coalición.
La espantada de Rivera no corrigió la deriva ideológica en la que sus herederos siguen hoy navegando al pairo. ¿Por qué? Porque han abandonado sus principios, supuestamente centristas y liberales, para recambiarlos por una radicalidad más propia de la extrema-derecha-extrema que de una formación de centro político: la cúpula de Ciudadanos no tiene una teoría que guíe su práctica; sus dirigentes o no saben hacer política o se han propuesto, con éxito evidente, ocultarlo; poco a poco, han viajado inexorablemente hacia el suicidio político. Pregúntenle si no Edmundo Bal, abogado del Estado (“¿de qué Estado, si no distingue el Estado del Gobierno”, se preguntaba recientemente un politólogo?) que desde su portavocía de Ciudadanos en el Congreso de los Diputados, en vez de articular críticas fundadas y necesarias al Ejecutivo, idear y explicar un programa de actuación comprensible y coherente, así como proponer alternativas mejores a las impugnadas, parece haberse dedicado a pintarrajear el rostro del parlamentarismo español a la usanza más mimética y faltona de la extrema derecha o de sus iracund@s pepit@s grill@s sentad@s algo más allá del hemiciclo.
Una ignorancia supina, incluso de bachillerato, anida en algunos de sus destacados representantes. En Madrid, por ejemplo, el pasado mes de mayo, se comentaba, entre la sorna y la chufla, que una renombrada edil de la formación naranja, se presentó en un edificio afectado por una explosión de gas que causó dos muertos y 18 heridos. El edificio estaba a punto de derrumbarse por la deflagración. Fue entonces cuando se le atribuye haber pronunciado aquella su frase lapidaria: “El Ayuntamiento va a declarar este edificio en quiebra”. En qué estaría pensando, se dijeron los presentes.
Preguntas
Las preguntas surgen por doquier. Cualquier ciudadano de a pie que se sienta centrista, tiene derecho a pedir explicaciones a sus líderes por las razones, si las hay, sobre, por ejemplo, cómo han podido desperdiciar una serie de ocasiones de afianzarse como oposición política diferencial, verdaderamente centrada, o por qué motivo desdeñaron políticas que, con mero sentido común, hubieran guiado a Ciudadanos al Gobierno; ganas había de facilitarles su acceso, algunos importantes brazos se les abrieron. Pero, al parecer, pudieron más pelusas colegiales, celos adolescentes y rencores adultos acumulados, quizá, por cierta envidia hacia la izquierda real respecto a su ascendiente y simpatía entre los jóvenes indignados o tal vez por los escaños ganados limpiamente en las urnas, contra viento y marea: Ciudadanos habría conseguido co-gobernar este país y erigirse en bisagra política como lo fuera el liberal FPD alemán de Hans Dietrich Genscher durante tantos años ministro de Exteriores en el Ejecutivo germano, pese a su minoridad; lo habría conseguido simplemente con haberse ceñido a demostrar, con su conducta política y parlamentaria, que sus líderes eran realmente centristas y verdaderamente liberales; y, desde luego, eludiendo esa deriva escorada hacia predios ultraliberales y ultraconservadores, que nada tendrían que ver con el aire fresco de un centrismo sensato hoy inexistente. Por todo ello, no pudieron revertir la declinación imparable por la rampa hacia su desaparición política, para ir a dar en las abiertas fauces de sus principales enemigos, los de la foto de la plaza madrileña de Colón. Atrás quedaba el votante centrista de convicción, burlado por aquellos que decían representarle y que demostraron no ser lo que decían ser.
No solo los votantes de Ciudadanos tienen razones para lamentarse de tanta impericia política y de tanta cortedad de miras entre sus dirigentes. Cualquier ciudadano de a pie mínimamente ilustrado sabe que la presencia de un verdadero partido centrista en España, capaz de mantener una honesta y razonable equidistancia, puede desempeñar un papel saludable en la geometría política pendular de este país, si se comporta con inteligencia y sensatez, lejos de la vociferación y del pataleo en los que han incurrido quienes han dirigido Ciudadanos hasta hoy. Pero ellos, sus dirigentes, hoy enzarzados en una fronda al más puro estilo boxístico, sabrán a qué obedeció aquella cadena de rabietas absurdas, desconcertantes y falaces, aquellos pronunciamientos en sede parlamentaria situados, a veces, incluso más allá del extremismo de los de casi siempre: los que no aprenden a aceptar que el franquismo redivivo no tiene lugar ni acomodo en una España democrática, a cuyo alumbramiento, protagonizado fundamentalmente por la lucha política y sindical de la clase trabajadora, el estudiantado progresista, el movimiento vecinal y el movimiento asociativo feminista, un partido centrista como la UCD de Adolfo Suárez, contribuyó con una relevante aportación.
¿Habrá algún político en España que sea capaz de recoger las expectativas políticas que podría cosechar en las urnas de este país una opción centrista sensata, no fascistizante ni ultraliberal? ¿Queda algún intelectual pretendidamente liberal adscrito a Ciudadanos, que se acuerde del carácter antiabsolutista que adquirió en sus albores el mejor liberalismo europeo? ¿Alguno entre ellos recuerda las reflexiones del francés Benjamín Constant, del socialista británico Harold Laski o del español Luis Díez del Corral sobre aquellos orígenes emancipadores? ¿Queda algo en Ciudadanos, hoy, de todo aquel legado o todo está ya sacrificado a la voracidad del capitalismo financiero más depredador desde el discurso ultraliberal?
Todas aquellas gentes de bien, de planteamientos legítimamente moderados, que abominan del insulto en el que aquellos de sus dirigentes se han instalado, tendrían en esa opción centrista renovada, respetuosa con el primigenio pasado liberal, la espita abierta para intentar despejar su fundada frustración. Y podrían así congraciarse con la política democrática, olvidada por la cúpula del partido naranja, pero herramienta imprescindible para humanizar la vida social y conseguir el bienestar para todos. Mientras tanto, sería ideal para la salud de esta nación de naciones, algo cansada de lidiar contra las obsesiones heredadas de aquel nefasto espíritu inquisitorial, que los centristas de corazón, siquiera temporalmente y hasta ver configurada una alternativa política y partidista propia, cambiaran su voto hacia la sensatez de otras opciones políticas y electorales que se proponen, al menos, hacer política mediante el diálogo, la negociación y la mejora de las condiciones de existencia de las mayorías. Entierren el falso centrismo e inauguren otro, nuevo, sincero y de verdad. La cancha está abierta. Los aspirantes a árbitros serán bienvenidos.
Rafael Fraguas
Rafael Fraguas (1949) es madrileño. Dirigente estudiantil antifranquista, estudió Ciencias Políticas en la UCM; es sociólogo y Doctor en Sociología con una tesis sobre el Secreto de Estado. Periodista desde 1974 y miembro de la Redacción fundacional del diario El País, fue enviado especial al África Negra y Oriente Medio. Analista internacional del diario El Espectador de Bogotá, dirigió la Revista Diálogo Iberoamericano. Vicepresidente Internacional de Reporters sans Frontières y Secretario General de PSF, ha dado conferencias en América Central, Suramérica y Europa. Es docente y analista geopolítico, experto en organizaciones de Inteligencia, armas nucleares e Islam chií. Vive en Madrid.