Sobre democracia y populismo
- Escrito por Josep Burgaya
- Publicado en Opinión
El término “populismo” está continuadamente presente en el lenguaje político. En Europa, más que la definición de un proyecto político resulta una manera de descalificar al contrincante. Hay populismo en la derecha y en la izquierda, muy especialmente en las nuevas derechas e izquierdas que han nacido o renacido más allá de los partidos tradicionales que se turnaban en el poder. Pero incluso partidos conservadores y socialdemócratas, como pasa en España entre el partido Popular y el Partido Socialista, se acusan a menudo de tomar medidas puramente populistas. Sería un sinónimo de demagogia e intento fraudulento de gustar a determinados colectivos o grupos sociales para mantener o intentar ocupar el poder. Dicho esto, resulta evidente que no estamos ante una ideología política sino más bien ante una manera de hacer política en tiempos de adscripciones tenues con las ideologías tradicionales y de debilitamiento de las organizaciones partidistas clásicas. Un instrumental político, básicamente centrado en la comunicación y el márqueting, que se impone en tiempos de fuerte desigualdad y polarización social y en el momento que se han desdibujado las antiguas vinculaciones y culturas de clase.
Aunque el sustrato del populismo y de las opciones antiestablishment sean condiciones económicas muy poco favorables, su expresión tiende más que ver con motivos ideológicos o culturales. La población trabajadora en fase de precarización afirma defender una identidad nacional precisa, fuerte y excluyentes frente a la amenaza de la inmigración. Hay muy diversas maneras de entender el populismo. Algunas hacen hincapié en el aspecto económico, entendido este como la puesta en marcha de políticas expansivas en el gasto que ayuden a crear clientelismo y ganar elecciones. Otras, en los liderazgos hiperpersonalistas que movilizan gran cantidad de adeptos. La más dominante, radica en dar mucha importancia al aspecto discursivo, consistente en construir una identidad popular que articule una serie de demandas insatisfechas mediante la conformación de una élite que se opone a los intereses populares. Para Chantal Mouffe (2021) y los planteamientos de izquierda, el populismo es un discurso, un relato, que construye una frontera política y emocional entre el “pueblo” y la “oligarquía”. Es una “ideología delgada” que acostumbra a orquestar un movimiento que comparte una cosmovisión y, a la vez, es un síndrome que reúne un conjunto de malestares sociales. Tanto teóricos de la izquierda como agitadores de la derecha iliberal, consideran los estados de ánimo como elemento clave para la movilización política. Se aboga por la liberación de la ira y el abandono de la serenidad como elementos que deben leerse en clave ideológica. Ésta, contrariamente a lo que consideraba la teoría política hasta ahora, no sería privativa de la razón, siempre se activaría con dosis importantes de sentimiento. El ascenso del “hombre emocional”.
De como la cultura democrática entró en crisis a partir de la irrupción del populismo nos habla el último libro del político Gaspar Llamazares (Del sueño democrático a la pesadilla populista, Madrid: Isidora Ediciones, 2023), centrándose en la política española en la que él ha sido protagonista y observador de primera línea. Analiza como esta pulsión ha penetrado a derecha e izquierda y de cómo incluso los partidos de izquierda más tradicionales no se han sabido mantener al margen, habiendo “trazas” de populismo en todas partes. Una actitud ésta, que, si desborda una presencia puramente testimonial, como signo de los tiempos, y se convierte en hegemónica, acaba por poner en crisis la cultura y la salud democrática. La dinámica de la polaridad absoluta, las diferencias políticas convertidas en guerra de amigo-enemigo acaban por destruir un terreno de juego que debiera ser compartido.
En la presentación en Barcelona del libro, hace unos pocos días, el autor compartió mesa de debate con su compañero de aventuras políticas Joan Coscubiela, pero también con el actual ministro de cultura Miquel Iceta. Compartieron todos ellos la idea que el populismo, por más que resulta atractivo para una parte de la ciudadanía por su carácter elemental en las explicaciones de los conflictos y por su capacidad de hacerse emocional, resulta una estrategia muy peligrosa en la medida que fomenta un antagonismo y un apartarse de la Razón que puede conducir a situaciones sociales y políticas nada deseables. La historia de Europa tiene, en este sentido, referencias muy nefastas. Estuvieron de acuerdo, que los partidos de izquierda no están libres del pecado de haber recurrido a menudo a hiperliderazgos, a emocionalidades excesivas o a organizarse con escasa democracia interna. Reivindicaron todos ellos la función insustituible de los partidos para articular intereses e ideologías diferenciadas, cuando no contrapuestas. A pesar de que los ponentes provienen de culturas de izquierda diferentes, parece que a estas alturas se impone la realpolitik socialdemócrata. Lo definió bien Miquel Iceta cuando afirmó “entre asaltar los cielos o bien escribir el BOE, apuesto por esto último”.
En gran parte de Europa Occidental, a partir de 2008, se dieron las condiciones generales para la configuración de un “momento populista”, el cual tenía que ver poco con el contexto social, político y económico sudamericano con el que tendemos a asociar a menudo el concepto de “populismo”. En el mundo occidental, la crisis económica ponía definitivamente en cuestión que el globalismo neoliberal fuera a mejorar la vida en todo el mundo y en todos los segmentos sociales. El predominio de un capitalismo financiero que había convertido la economía en un gran casino ponía en duda la existencia de bases sólidas en un modelo de desarrollo que generaba cotas desconocidas de desigualdad económica y de brutales procesos de exclusión. Desaparecían de golpe seguridades y certezas, mientras los grupos intermedios iban siendo laminados e intuían el inicio de una tendencia que los iba a llevar a su desaparición, incorporándose al mundo inseguro y frágil de la precariedad.
Josep Burgaya
Josep Burgaya es doctor en Historia Contemporánea por la UAB y profesor titular de la Universidad de Vic (Uvic-UCC), donde es decano de la Facultad de Empresa y Comunicación. En este momento imparte docencia en el grado de Periodismo. Ha participado en numerosos congresos internacionales y habitualmente realiza estancias en universidades de América Latina. Articulista de prensa, participa en tertulias de radio y televisión, conferenciante y ensayista, sus últimos libros publicados han sido El Estado de bienestar y sus detractores. A propósito de los orígenes y el cruce del modelo social europeo en tiempos de crisis (Octaedro, 2013) y La Economía del Absurdo. Cuando comprar más barato contribuye a perder el trabajo (Deusto, 2015), galardonado este último con el Premio Joan Fuster de Ensayo. También ha publicado Adiós a la soberanía política. Los Tratados de nueva generación (TTP, TTIP, CETA, TISA...) y qué significan para nosotros (Ediciones Invisibles, 2017), y La política, malgrat tot. De consumidors a ciutadans (Eumo, 2019). Acaba de publicar, Populismo y relato independentista en Cataluña. ¿Un peronismo de clases medias? (El Viejo Topo, 2020). Colabora con Economistas Frente a la Crisis y con Federalistas de Izquierda.
Blog: jburgaya.es
Twitter: @JosepBurgayaR