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La democracia: entre las catástrofes y el apocalipsis


(Tiempo de lectura: 3 - 6 minutos)
Ilustración de Fito Vázquez Ilustración de Fito Vázquez

En los últimos días hemos conocido distintas informaciones basadas en el encadenamiento de catástrofes como la pandemia, la guerra de Ucrania o la emergencia climática. Ante ellas, lejos de la necesaria reflexión para conocer cómo abordarlas, muchos se apuntan entre bromas y veras, al relato apocalíptico, a la impotencia de las instituciones estatales e internacionales de las democracias y en definitiva a la fatalidad que todo ésto lleva consigo.

Unos han aprovechado que el llamado reloj del fin del mundo, establecido por un grupo de científicos encabezados por Albert Einstein después de las dos bombas nucleares de Iroshima y Nagasaki, acorta la probabilidad hasta un mínimo histórico de noventa segundos el tiempo disponible para el colapso final de la humanidad, y otros exageran hasta el absurdo la noticia del enlentecimiento en la velocidad y el posible cambio de sentido del movimiento de giro del núcleo de la tierra, para a partir de la metáfora y de la manipulación de la ciencia anunciar el inevitable apocalipsis.

Con todo ello, volvemos de nuevo a los maniqueos sufridos recientemente a lo largo de la pandemia, entre los que creen inminente e inevitable el colapso pandémico global y los negacionistas que ya no se creen nada, coincidiendo ambos en el nihilismo y en la apuesta por el "Carpe Diem" de vivir el día a día. Entre los antipoliticos agraviados por las instituciones y los anticientificos que se sienten víctimas de un monumental engaño, ambos  dentro de la teoría de la conspiración. Entre los apocalípticos frente a las redes sociales y los integrados de la sociofobia digital. Entre los agraviados y los victimistas de la política y del sistema anda el juego. Muy lejos de la posición crítica e integradora establecida por Unberto Eco en los años sesenta del siglo XX.

En este sentido, también se agravan las contradicciones sociales, políticas, culturales y tecnológicas que afectan en particular a amplios sectores sociales de las llamadas clases medias y trabajadoras, cada vez más frágiles y de vulnerables desde el punto de vista social, tecnológico o cultural, contradicciones que se encuentran en el trasfondo de la actual crisis del malestar social y de desconfianza en la política y en las instituciones de la democracia representativa. Todo ello con el correspondiente fortalecimiento del populismo como alternativa a la crisis de la democracia en el ámbito estatal así como en el de la política internacional. El problema es que a este apocalipsis global se le suman los correspondientes relatos de los apocalípticos locales, que por ejemplo en España se han convertido en el principal y casi única estrategia en manos de la oposición conservadora con respecto a la supuesta ilegitimidad de la acción del gobierno, al peligro inminente para la unidad de España, así como para la Constitución, la estabilidad política o más en concreto para impugnar los datos sobre la recuperación de la economía. Una cadena de apocalipsis de ocasión que se presentan, poco menos que a gusto de un votante narciso, convertido en mero consumidor de política basura. En definitiva, si en la sociedad líquida lo que ha predominado es el riesgo, la complejidad y la incertidumbre, tanto para las previsiones como para las posibilidades de las decisiones políticas, cuando apenas había comenzado el proceso de adaptación de las instituciones democráticas, en la nueva sociedad de las catástrofes en cadena y de las políticas de emergencia se añaden también coonceptos como lo imprevisible, lo incontrolable e incluso lo insoluble.

Con esta mezcla de causas, consideradas poco menos que inevitables y de efectos contradictorios e incluso contrapuestos, se hace aún más difícil, y por tanto ininteligible y carente de empatía el mundo tradicionalmente complejo y limitado de la política y de la gestión de las posibles soluciones por parte de las instituciones, que no solo son cada día de un origen más difícil de comprender, sino que además sus medidas tienen efectos contradictorios y cuando menos parciales.

Entre tanto, las calamidades y las catástrofes se encadenan, e incluso se solapan sin solución de continuidad ni respiro, provocando entre buena parte de la población una mezcla de sensaciones de decepción y angustia que se añaden al malestar y la desconfianza junto a la depresión de la auto exposición de la sociedad digital, algo similar al estrés postraumático por lo malo vivido a la angustia de expectación por lo peor que pueda venir.

En el ámbito de las instituciones democráticas, esta lógica de la urgencia y la emergencia ya se está imponiendo, restringiendo la participación, la transparencia, junto a la necesaria lentitud de los procedimientos democráticos y las garantías de los derechos humanos, bien sea en aras de la defensa y la seguridad del Estado, de la salud pública o de la sostenibilidad y a la supervivencia del planeta. Para constatarlo no hay más que ver el recurso a la legislación de emergencia y la profusión de reales decretos (como sustitutos de la legislación ordinaria en el periodo de la pandemia y ahora también ante la escalada de precios provocada como consecuencia de la guerra), eso cuando no se obvia la imprescindible participación del parlamento y de la opinión pública en el debate sobre los envíos de armamento y sobre sus posibles consecuencias geopolíticas de la guerra. Ante todo esto, tampoco vale el argumento fácil de las fuerzas de oposición sobre el carácter autoritario del gobierno de coalición, ya que sí ha habido un gobierno con necesidad de pacto, ése ha sido el actual. Muy al contrario, el problema tiene que ver con la necesidad de revitalizar la democracia en tiempo de turbulencias en que ya no vale la vieja máxima de no hacer mudanza, articulando la participación en lo prioritario con la eficacia en lo urgente.

Así, paradójicamente, se les exige a las instituciones democráticas que ante esta cadena de calamidades las valoraciones sean contrastadas con los expertos y los sectores afectados y al mismo tiempo que las soluciones sean inmediatas y contundentes, pero que al tiempo cumplan escrupulosamente con todos los procedimientos democráticos establecidos.

Porque, en la mayor parte de las ocasiones, en vez de reconocer la complejidad que suponen las catástrofes para adaptar los instrumentos democráticos a la nueva lógica de las emergencias y para reconocer el ensayo error en las decisiones y la parcialidad e insatisfacción en su caso de las soluciones, parecemos abocados al cinismo, tanto político como social, de vulnerarlos y alardeando al tiempo de su cumplimiento, tal y como si no pasara nada. Todo ello se añade al clima de agravio y de victimismo.

 

Médico de formación, fue Coordinador General de Izquierda Unida hasta 2008, diputado por Asturias y Madrid en las Cortes Generales de 2000 a 2015.

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