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A propósito de los Carnavales


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Dicen los antropólogos sociales que los carnavales son un hecho cultural único en Europa. Dan comienzo en las carnestolendas o antruejos (periodo que comprende los tres días anteriores al miércoles de ceniza) y culmina en la media noche del martes.

Según la tradición cristiana es un periodo de diversión, crítica social y transgresión no invasiva.

Los antropólogos afirman que desde que el tiempo es tiempo, a la mitad del invierno, entre el solsticio de invierno y el equinoccio de primavera, la tradición, el rito, la leyenda resurgía año tras año para poner en aviso a la población civil, a los vecinos de los pueblos de lo que podría ocurrir en primavera. Había que prevenir la hambruna, la enfermedad y la muerte en el momento en el que la naturaleza renace y se hace fuerte. Son los insectos, ellos pueden comerse los beneficios de la cosecha, esos que pueden hacer enfermar al pueblo y llevar a la muerte a los seres más débiles de la comarca.

En realidad, era una forma de recordar con regocijo y gran escenificación que el peligro está ahí fuera, en los campos, y que hay que prevenir la situación, la eclosión descontrolada de la naturaleza, algo previsible y en parte evitable. No es lo mismo que un terremoto o una erupción, es algo que año tras año ocurre; los huevos puestos por las hembras de los insectos en los lugares más idóneos para que pueda subsistir rompen, se convierten en larvas, transitan a pupas y terminan, tras la metamorfosis emergen como insectos que, destruyen los sembrados, atacan al ganado y a las personas. Si descubren que en los lugares donde ponen los huevos hay muchos, habrá que eliminarlos, si por el contrario están en un número aproximado a los de años anteriores, será preciso dejarlos para que el ciclo de la vida continue para todos los seres vivos.

La Iglesia, siempre atenta a encontrar acomodo en los ritos ancestrales, allá por el siglo IV, introdujo la cuaresma en las vidas de los vecinos. Era la oposición a la teatralidad abierta, al recordatorio con humor y divertimento del pueblo. No se podía consentir este echo aislado y había que poner el punto de contrición.

Hoy, en algunos distritos de la capital la transgresión crece y se transgreden los propios transgresores carnavales. Me explico; este ritual siempre fue una fiesta teatralizada por y para los adultos. Ahora los carnavales son infantiles, sí, como los que yo viví en aquellos años 50, donde estaba prohibidos en casi todo el territorio nacional para los adultos, donde estaban prohibidas las máscaras que podían encubrir a personas cuyos actos fueran contrarios a las buenas costumbres marcadas por las autoridades civiles, religiosas y militares para todos los días del año.

En el 57, como solo nos podíamos disfrazar los niños, el silencio obligado reinaba en ese país vestido de gris miseria, mi madre, acompañada por la vecina costurera, mujer experta en costura que en todos los vecindarios de entonces existía, me vistieron de Pierrot, dicen los expertos que simboliza la fractura entre el yo y el entorno, una especie de esencia de libertad. Es un personaje silencioso, sí, en aquellos momentos nadie estaba de acuerdo con su entorno de represión, pero todo era silencio. Cada cual mantenía su yo alejado del dictado impuesto.

Mi madre y la vecina me vistieron de algo que ellas veían como una crítica velada al sistema. De alguna forma el espíritu transgresor del carnaval se salió con la suya.

Por eso, cuando ahora leo que, en algún distrito capitalino, quizá “Freaky”, quizá añorante del pasado silencioso y obediente, se van a llevar a cabo las Fiesta de Carnavales, pero en modo infantil, con un concurso de disfraces, me acordé del ayer y de cómo actuó mi madre y les pediría a las madres de hoy que recordaran lo que tienen de transgresores y reivindicativos los carnavales en estos últimos XVI, siglos y disfrazaran a sus retoños de insecticida que eliminara a las termitas y demás insectos parásitos que roen y corroen la sanidad pública, la educación pública, los servicios sociales públicos. Les pediría que disfrazásemos a nuestro futuro, aún infantil, de filtro descontaminante. Que las AMPAS disfracen a su prole de elixir antiparasitario que es útil para eliminar a aquellos insectos chupópteros gigantes, sentados en amplias estructuras financieras que estrangulan la economía ciudadana y que, como Jano, tienen doble faz (también conocida como cara dura), una es la de faz lánguida y afligida de peticionario de un crédito público sin intereses y la otra es la del avaro verde bilioso y moroso que se niega a devolver lo pedido y los intereses devenidos del préstamo, mientras sacia sus hambres con altos intereses y serios desahucios.

Es el momento de buscar en nuestros idearios comunes y privados si el número de huevos de los insectos es superior al que necesitamos y eliminar el exceso antes de que llegue el verano y el superávit no permita que vecinas y vecinos puedan participar en distintos aspectos de la sociedad cercana a nosotros. Disfracemos a ese mañana infantil de desarrollo cultural de proximidad, disfracémosles de cromática equidad… No sé, cada uno de los lectores seguro que conoce muy bien que propuestas mantener en el disfraz de sus hijas e hijos. Algunas, estoy seguro qué los disfrazarán de porvenir, con una urna gigante que dé cabida a todos esos disfraces ya comentados.

En algunos lugares de este deteriorado planeta, como ocurre en la isla de Lastovo, en Croacia, mantiene un ritual teatralizado en los carnavales que consiste en dar vida a Pokland, un malvado personajillo que anuncia al pueblo el desembarco de lo pernicioso a sus costas se trata de seres perversos portadores del mal.

El personaje, el mensajero de esos malos augurios es apresado y quemado, por gafe. Algo así es el simbolismo de nuestro entierro de la maloliente y pútrida sardina.

Por tanto, animo a los padres que se manifiesten en contra de lo ponzoñoso y putrefacto, que quemen o entierren los símbolos de prepotencia de las administraciones, machismo de los vecinos y supremacismo guerrero de aquí y de allá.

Ya que algunas administraciones municipales, que se otorgan el derecho del desarrollo de la participación ciudadana, anulan este derecho a festejar los carnavales a los adultos en sus programadas fiestas y transgredir en buena sintonía aquello que molesta a la sociedad, como las cocinas fantasmas y otro tipo de fantasmas, violadores y todo tipo de virus maléficos y contaminantes. Deberíamos disfrazarnos de bactericidas; de frasco de Betadine o esponja de clorhexidina, a la vez que se le cantara a la Junta Municipal de turno que no fuera tan pediátrica ni estática.

La pediatrización de la cultura es una forma de frenar la participación ciudadana tan mermada en estos tiempos, de frenar y romper con la cultura popular ancestral.

Entiendo que el hecho cultural de proximidad no les es rentable a las arcas municipales, pero sigue siendo un derecho social, no pediatricen la cultura, saben que estamos faltos de pediatras. La cultura, como la sanidad debe ser plural y abierta a todas las personas.

 

Ergónomo PhD. Profesor del Master Prevención de Riesgos Laborales en Suffolk University Campus Madrid. Sindicalista. Dramaturgo y Escritor. Vicepresidente del Colectivo de Artistas Liberalia. Guionista y conductor de los programas de radio: Mayores con reparos, Salud y Resistencia y El Llavero.