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Lecciones de un seísmo criminal


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La magnitud de lo sucedido en una vasta zona que abarca el sureste de Turquía, el norte de Siria y el corazón del Kurdistán, exige un análisis de sus efectos sobre miles de seres humanos aniquilados, heridos o aún enterrados vivos bajo los escombros. A la cifra creciente de víctimas mortales, que supera ya las 25.000, el Gobierno de Ankara añade la de 13 millones de damnificados.

Ello significa que 14 de cada cien turcos ha sufrido los efectos devastadores del poderoso movimiento sísmico. Las cifras de víctimas en los otros países permanecen sin precisar. Mas el rescate de víctimas, por la complejidad que implica, ha de ser individualizado, persona a persona, frente al pavoroso número de gentes potencialmente rescatables, cada vez más exiguo, que se extinguen poco a poco bajo toneladas de hormigón, material tan difícilmente manipulable. La ayuda cívica internacional ha respondido con apremio a las primeras exigencias. Sirvan de ejemplo los tres puntos de recogida fijados en Madrid, que no dan abasto a los volúmenes de ropa y enseres versados por la ciudadanía y acopiados en garajes desde las primeras horas tras el seísmo. La Unidad Militar de Emergencias y los bomberos, también españoles, han demostrado su solidaria prontitud y eficacia. Hacer llegar la ayuda mundial, prontamente movilizada, es ahora el reto fundamental en un área donde numerosos pueblos y aldeas han desaparecido engullidos por la voracidad telúrica. Los supervivientes, mueren de frío en un invierno de crudas nevadas.

Cuando existe un entramado estatal sobre la escena, la posibilidad de que la ayuda propia y foránea llegue a su destino cuenta con cauces organizativos evidentes para verse así agilizada, de no mediar por el camino corrupciones o saqueos siempre posibles. Cuando no existe tal estructura estatal, todo queda al albur del azar. El caos y, sobre todo, la inaccesibilidad de la ayuda, pueden ser el desenlace más probable.

El drama en el Norte de Siria

Es el caso del norte de Siria, donde distintos enclaves de población han sido tan golpeadas por el terremoto como para haber quedado semidestruidos: en el oeste de Alepo, Besina, Janderís, Afrin, Azaz y en Idlib, Sarmada, Harem, Salqueen y Aldana. Los primeros cálculos hablan allí de 4.000 víctimas mortales, según Bessam Dwehi portavoz de la ONG denominada ONSUR, si bien señala que ese número puede triplicarse en las próximas horas, cuando la observación de los efectos de lo sucedido resulte más precisa.

Las ciudades y pueblos de la Siria septentrional se encuentran bajo el poder de la oposición armada al régimen de Bachar Al Assad, oposición usualmente apoyada por Turquía y Estados Unidos. Iraníes y rusos, por su parte, apoyan a Assad desde tiempo atrás. Pese a la presencia en la zona mencionada de la organización de rescate de los llamados Cascos Blancos, el Norte sirio carece de estructuras receptoras eficaces y, sobre todo, distribuidoras veloces de la ayuda internacional, aunque la disposición de las gentes que han sobrevivido suele generar respuestas improvisadas pero insuficientes. Empero, según denuncia ONSUR, la ayuda internacional no llega allí. Además de motivos políticos muy difícilmente superables, persisten dificultades del tránsito entre Turquía y Siria. Los pasos fronterizos de Arrai, Al Salam y Bab Alahua no parecen ser suficientes y pueden ser cuellos de botella para el flujo veloz de la ayuda.

Medios de oposición acusan al Gobierno de Damasco de impedir que la ayuda internacional canalizada por la ONU hacia el Estado sirio, llegue a su destino en el norte del país. Sin embargo, el Gobierno sirio anunció ayer que destinará la ayuda propia e internacional a las víctimas del noroeste del país, pese a ser terriotiro ocupado por sus oponentes, que se quejaron de que la interlocución de la organización mundial se verifique con el régimen de Bachar Al Assad. No obstante, Naciones Unidas integra en su organización a Estados reconocidos como tales y Siria, lo es; por lo cual, la ayuda de la ONU a entidades no estatales generalmente corre a cargo de organizaciones no gubernamentales, la mayoría de las cuales cumple al pie de la letra con sus ideales humanitarios de ayuda y protección a los damnificados mientras otras, aunque minoritarias, suelen ser desgraciadamente tapaderas de intereses políticos espurios. La oferta del Gobierno de Damasco pude ser un gesto que ayude al armisticio en el área.

Lo cierto es que en situaciones de emergencia sobrevenidas, como las derivadas de movimientos sísmicos de esta envergadura, 7.8 en la escala de Richter, más sus numerosas e inquietantes réplicas, guerras como la que se libra en Siria desde marzo de 2011, hace ya once años, constituyen un terrible baldón para socorrer a las víctimas de desastres naturales añadidos. A la bestial convulsión sísmica se añade la irracionalidad de una guerra atroz, en cuyas causas cabría indagar. De momento cabe preguntarse, ¿a quién ha beneficiado esta guerra, al pueblo sirio, que sufre ahora en sus carnes, ya laceradas, los efectos multiplicados de una contienda civil devastadora, con un país escindido, decenas de miles de muertos, lleno de heridos, con miles de niños mutilados por los bombardeos o las minas y un incalculable número de exiliados que malviven a las puertas de Europa? ¿Beneficia al régimen de Assad, con un Estado en su día uno de los más poderosos de la zona y hoy fragmentado y capitidisminuido de manera patente? ¿A qué vecino, Israel, Turquía, Irán, Arabia Saudí, Rusia, o a qué superpotencia o gran potencia, Estados Unidos, Francia, Inglaterra… le interesaba atizar la guerra en Siria y en qué proporción? Como colofón, urge preguntarse por quién indujo esta guerra y con qué fines: ¿eran razones meramente internas, el deseo del régimen sirio de yugular la oposición, o bien lo eran espoleadas por uno o varios de sus vecinos, tal vez la mezcla de ambas? ¿Se trataba de conseguir la emancipación del pueblo sirio de un régimen al que se denunciaba como despótico o, por el contrario, el propósito final era el de convertir a Siria en un Estado fallido por motivaciones geopolíticas inconfesables? Las denominadas revoluciones de colores, desde Túnez a Egipto, Yemen o Ucrania, obedecían a un verdadero anhelo democrático y antidespótico contra regímenes tiránicos o más bien se trataba de irresponsables coartadas para cambiar el mapa del mundo en virtud de intereses de potencias foráneas? El acceso al poder estatal o a polos dirigentes de oposición de individuos irresponsables, fanáticos, desequilibrados y corruptos, fanatiza, corrompe y desequilibra a su vez la vida de miles, millones de personas.

En lo inmediato, la desatención de las autoridades políticas de la zona a las ordenanzas sobre la construcción antisísmica de viviendas está en el origen del enorme número de víctimas registrado tras el seísmo. La irresponsabilidad de quienes descuidaron su policía urbanística cobra perfiles criminales.

En la escena mundial, aquellos dirigentes, estatales o de oposición, con cuotas distintas de responsabilidad, claro está, que por su política desencadenan conflictos con crueles desenlaces sin reparar en las consecuencias ni en los daños que sus decisiones pueden acarrear, deben ser apartados de los rangos que ocupan. Tristemente, tal vez sea esta una de las lecciones a extraer de tan terrible episodio como el que ha estremecido la tierra en el confín oriental de Europa. La otra lección es que la solidaridad, concebida como la ternura de los pueblos, es el único consuelo pensable y eficaz ante episodios de pavorosa adversidad como los allí vividos. La guerra debe dar paso a la solidaridad.

Rafael Fraguas (1949) es madrileño. Dirigente estudiantil antifranquista, estudió Ciencias Políticas en la UCM; es sociólogo y Doctor en Sociología con una tesis sobre el Secreto de Estado. Periodista desde 1974 y miembro de la Redacción fundacional del diario El País, fue enviado especial al África Negra y Oriente Medio. Analista internacional del diario El Espectador de Bogotá, dirigió la Revista Diálogo Iberoamericano. Vicepresidente Internacional de Reporters sans Frontières y Secretario General de PSF, ha dado conferencias en América Central, Suramérica y Europa. Es docente y analista geopolítico, experto en organizaciones de Inteligencia, armas nucleares e Islam chií. Vive en Madrid.