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El pesimismo nacional


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Los españoles tenemos una larga tradición en la práctica del pesimismo nacional. Desde el desastre del 98, la conciencia del colapso del viejo imperio se ha vivido con una cierta delectación en las negatividades, exaltando los pesimismos de aquellos intelectuales agoreros a los que hemos tratado con orgullo. Sobre todo, a la generación del 98”, a la que siguieron otros intelectuales también dados a entender a “España como problema”, o a lamentarse de las “dos Españas”. Una de las cuales estaba destinada a “helarnos el corazón”, según la rima-profecía de Antonio Machado.

Dualidad que abría el paso a los lamentos sobre esa otra España atávica, cerrada e ignorante. Aquella España, también en versos de Machado, “de charanga y pandereta, devota de Frascuelo y de María”, “de espíritu burlón y de alma quieta”, que “ora y embiste cuando se digna usar de la cabeza”.

En España ha existido, incluso, una admiración morbosa por los personajes trágicos, contradictorios y abrumados, por los que critican, descalifican y dramatizan cualquier situación, y que actúan de manera tremendista y radical. Son los que admiran el “sentido trágico de la vida” unamuniano, o los que pintan toda nuestra historia en términos desgarradores. Los que admiran la rotundidad de un Figueras, que ante las divisiones de los republicanos exclamaba: “¡Estoy hasta los cojones de todos nosotros!”.

Los períodos de avance social y económico de España desde la Constitución de 1978 se han correspondido en buena parte con gobiernos del PSOE (durante un 56% de ciclo democrático), ante los que determinadas fuerzas conservadoras han reaccionado con desconfianza y hostilidad.

La última confrontación armada entre las dos Españas, que se prolongó durante tres horribles años (1936-1939) y que dejó regueros de sangre, de odio y de aniquilación de los contrarios durante mucho más tiempo, mantuvo a España en el atraso y el subdesarrollo durante décadas. Décadas en las que las potencias que habían perdido la Segunda Guerra Mundial empezaron a recomponer sus economías y a organizar su convivencia de manera pacífica y democrática.

La Transición democrática

Cuando habíamos empezado a recorrer dificultosamente la senda del primer “desarrollismo”, los españoles emprendimos un proceso de consenso democrático que ponía fin al dilema inveterado entre la modernización y ese atavismo al que se había referido Miguel de Unamuno, con su célebre proclama de “África empieza en los Pirineos”. Después de aprobar la Constitución de 1978, una vez enderezada la evolución de la economía española e incardinada nuestra nación en el proyecto europeo, parecía que los españoles salíamos del túnel del atraso y la incivilidad. De forma que en poco tiempo la Transición democrática se convirtió en un paradigma de reconocimiento internacional y en motivo de orgullo para los españoles; en una dinámica que tuvo su cénit en el horizonte de 1992 en el que se alcanzó un protagonismo notable con la triple organización de las Olimpiadas de Barcelona, la Expo de Sevilla y la capitalidad cultural europea de Madrid. Eventos que dejaban sin espacio al inveterado pesimismo nacional, entre otras cosas porque estaban acompañados de buenos datos económicos, y por un reconocimiento -y valoración- de la democracia española, como una “democracia plena”, en los indicadores internacionales.

Pero ¡ay!, muchos de aquellos acontecimientos se encontraban directamente ligados a un partido político concreto, el PSOE, tanto a nivel de la Presidencia de Gobierno (Felipe González), como de la Alcaldía de Barcelona (Pasqual Maragall), como del Gobierno Autónomo de Andalucía (Plácido Fernández Viagas y Rafael Escuredo), como de la Alcaldía de Madrid (Juan Barranco, con el recuerdo aún presente de Tierno Galván). En definitiva, demasiado PSOE a los ojos de los sectores más regresivos, que aún conservaban -y conservan- mucho poder en las esferas económicas y de comunicación social.

Reacciones regresivas

Después de aquellos años gloriosos, empezó una ola de críticas desaforadas e hiper personalizadas contra algunas de las personas que lideraban los partidos y or- ganizaciones que impulsaban tales logros en mayor grado.

Por ello, aquel período de avances y de optimismo político fue seguido por episodios de “caza del hombre”, desarrollados por agencias especializadas y por determinados medios de comunicación social, que habían pervivido al viejo régimen, y en no pocas ocasiones bordearon los límites de la legalidad -no solo democrática-, generando incluso riesgos de Estado, como confesó ulteriormente alguno de los que participaron en aquellas conspiraciones.

Líderes acreditados, como Nicolás Redondo, Alfonso Guerra y Felipe González, fueron algunos de los trofeos de caza que exhibieron los perpetradores de las campañas de involución democrática, que no dudaron, cuando se terció, en situar también en sus dianas al propio rey Juan Carlos I, que tanto influyó en la dinámica democratizadora y modernizadora de España.

Campañas anti PSOE

Los tensionamientos de la sociedad española, con campañas durísimas contra los tres Presidentes de España del PSOE, Felipe González, José Luis Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez, han sido una constante en la vida política española, con elementos recurrentes en su proceder que requerirían de análisis de expertos en psicoanálisis. ¿A qué ha venido -y viene- tanta saña? ¿Qué se esconde detrás de tanto odio como rezuman determinadas críticas? ¿Por qué tanta insistencia en muchas de las críticas ad personan, que persiguen des- truir y denigrar las imágenes de líderes del PSOE, en vez de criticar con argumentos sus políticas concretas?

El hecho de que el 67,4% de los españoles considere que su situación económica es buena o muy buena y, al mismo tiempo, un 64,7% describa el momento económico de España como malo o muy malo, muestra no solo una contradicción, sino una tendencia hacia el pesimismo histórico atávico de aquellos españoles que tienen rentas más altas y orientaciones más conservadoras.

No puede negarse que detrás de tanta furia descalificadora e insultadora se esconden trasfondos atávicos que entroncan con ese mundo oscuro de las dos Españas. Amén de los componentes singulares reflejados en determinadas fijaciones. Por ejemplo, en ese afán de los críticos en calificar de “mentirosos patológicos” a todos estos presidentes -que han cubierto hasta la fecha la mayor parte de los gobiernos posteriores a la Constitución de 1978 (25 años de 45, es decir, un 56% de nuestro ciclo democrático). Presidentes que suelen ser presentados en las caricaturas con largas narices de Pinocho. Lo que denota propósitos de descalificación moral absoluta. Al tiempo que se reintroduce la terrible -y peligrosa- dialéctica de “amigos-enemigos”, que nos retrotrae a lo peor de nuestra historia.

Pesimismo histórico inducido

Las estrategias extremas de acoso están generan- do climas políticos tan confusos como negativos. Algunos ejemplos de esa negatividad inducida los tenemos en muchas de las críticas que se hacen recurrentemente a la situación actual de España, aunque España haya tenido durante los últimos años tasas de crecimiento económico anual de más del 5%, que se encuentran entre las más altas del mundo.

Los climas enrarecidos ya están teniendo algunos efectos prácticos. Uno de los más peculiares es la tendencia de bastantes españoles a calificar su situación económica personal como buena o muy buena, al tiempo que describen la de España en su conjunto como mala o muy mala. Así, en el barómetro del CIS de enero de este año un 67,4% de los españoles de más de 18 años definían su situación económica personal como buena o muy buena, al tiempo que solo consideraban la situación de España en su conjunto como buena o muy buena el 22,8%. Lo cual es una auténtica contradicción estadística, en la medida que si la gran mayoría de los españoles tienen una buena o muy buena situación económica (más de dos tercios), es imposible que al mismo tiempo la situación objetiva de España (que está conformada por ellos mismos) sea mala o muy mala (algo que dicen el 64,7%). Lo que denota una importante influencia del atávico pesimismo histórico de algunos españoles.

¿A qué se debe esta contradicción? Plausiblemente se debe a dos razones. La primera es la notable desviación (hacia la derecha y el hiper criticismo) del sistema español de comunicación y percepción social y política, que se encuentra fuertemente sesgado hacia posiciones conservadoras y ultraconservadoras, instaladas en el “todo está mal” y “este gobierno lo hace todo mal”. Lo que a su vez se corresponde, como segunda razón, con la estrategia y los argumentarios de las dos principales fuerzas políticas de la derecha y de la extrema derecha. Cada vez más cercanas, e intercambiables, en lo que a propósitos y argumentaciones descalificadoras se refiere.

Políticas de punto cero

Por la vía que se está siguiendo, los argumen- tos de la oposición se simplifican hasta el absoluto, volviendo al famoso “¡Váyase Sr. González!”. Ahora reconvertido en un paralelo “¡Váyase Sr. Sánchez!”. Propósito situado más allá de los procesos electorales y de la confrontación entre diferentes programas y propuestas de gobierno. Lo que inevitablemente tiende a propiciar un déficit de cultura democrática, e incluso de buenos modales. Algo que hasta el momento no ha penetrado en la gran mayoría de la población española. Población que -en contraste con lo que ocurría en otras etapas de nuestra historia- ahora conforma una sociedad mucho más culta, racional y educada.

De ahí la brecha perceptiva que se da entre la si- tuación económica objetiva -y percibida- de la gran mayoría de la población y los discursos políticos del “muy mal y todo va mal”. Por eso, es importante tener en cuenta quiénes son esos españoles que conjugan el doble plano de lo personal objetivado (buena o muy buena situación económica), con la percepción negativa proyectada (“España va mal o muy mal”). Lo que, al final, remite a un porcentaje no desdeñable de españoles que, influidos por variables ideológicas y políticas de cariz conservador, tienden a realizar lecturas negativas de situaciones que para la mayor parte de los españoles se sitúa en el plano de la “objetividad tozuda de los hechos”.

Esperanzas de progreso

No sabemos si en este caso, como sostienen los teóricos del “efecto Thomas”, al final, en determinados contextos económicos, las percepciones subjetivas tenderán a imponerse sobre los datos objetivos. Conduciendo a que, –al igual que en el ejemplo del famoso Banco que pierde repentinamente la confianza de sus depositantes, y estos acuden en masa y repentinamente a retirar su dinero–, siempre las situaciones que son percibidas como ciertas – aunque inicialmente no lo sean– acaban produciendo los mismos efectos que si fueran ciertas, poniendo en crisis al Banco o a lo que sea.

Con lo que al final podríamos encontrarnos con el ejercicio de unos “patriotas de hojalata”, cuya aportación a su “patria” podría acabar siendo precisamente la de frustrar su consolidación en el camino de la paz, el progreso y el respeto democrático. Algo que ahora podría quedar garantizado por una parte muy notable de la población a la que las cosas -económicas- les van bien o muy bien, y que tarde o temprano acabarán asumiendo que los pesimismos atávicos solo conducen al desastre, y que la senda democrática por la que tramitamos y progresamos desde la Constitución de 1978 es la mejor vía por la que continuar avanzando –con educación, tolerancia y buenas formas– en unos momentos en los que tantas incertidumbres y retos están planteándose en el mundo.

 

 

José Félix Tezanos Tortajada es un político, sociólogo, escritor y profesor español, presidente del Centro de Investigaciones Sociológicas.