Samir, el secreto entre las sombras - Capítulo I
- Escrito por Rosa Amor del Olmo
Sinagoga de la Comunidad Israelita en Barcelona, Carrer de l'Avenir, 24
Cada judío, en caso de necesidad, puede decir sus rezos en su casa o lugar de trabajo. Sin embargo, al hacerlo en la sinagoga realza el valor humano y social del gesto litúrgico acentuándose la solidaridad de cada uno con el destino del pueblo israelita.
Barcelona, mayo 2022.
Durante su recorrido desde la sinagoga hasta su despacho en el Carrer dels Tallers en la medieval Barcelona, Leví Fuster respiraba agitado, con toda la fuerza pulmonar, con una prisa inusitada. El magnífico aire barcelonés de tan peculiar olor parecía molestar su resuello. Nació con el don de la risa y con la intuición de que el mundo estaba loco. Y ese era todo su patrimonio. Cuando traspasaba la Avinguda Diagonal para continuar por la calle Casanova, apareció su esposa Noa Cohen. Siempre quedaban en el Ritas Coffee, muy cerca de por ahí, a media mañana.
Cuando le vio tan diferente, identificó de súbito que la reunión que había tenido con el notario Joan Carles Ollé, antes de entrar a los oficios religiosos, le había descentrado por completo.
Le cogió la mano y sin decirle nada continuaron caminando hasta llegar a la Gran Via de les Corts Catalanes. Allí, Leví buscó un lugar donde sentarse y con la mirada perdida habló a Noa casi como en una mundial pregunta retórica:
—¡Bastaría con haberme dicho que mi abuelo era un marroquí!
—¿Cómo que marroquí? ¡Qué dices! Nosotros somos judíos. Eso es una barbaridad que seguro tendrá su explicación —No quería ella seguir preguntando a su idolatrado esposo, por si le molestaba.
Leví Fuster, el menor de los Fusterillos, tenía treinta y siete años. Se había casado por amor con la hija única de la marquesa de Perpinyà. Quedose viudo a los ocho años de matrimonio, no exento de alborotos, y cuando las cosas de esta relación ocurrieron ya estaba el joven viudo asombrosamente consolado de su soledad. Era su corazón bueno y cariñoso, su figura y rostro de lo más apuesto, hermoso y noble que se pudiera imaginar. Tenía toda la belleza que es compatible con la dignidad del hombre, y a tales perfecciones se añadían un aire de franqueza, una agraciada despreocupación, o si se quiere más claro, una languidez moral muy simpática a ciertas personas, una cháchara frívola, pero llena de seducciones y, por último, maneras distinguidísimas, humor festivo, vestir correcto y con marcado sello personal. Un barcelonés judío arquitecto que representaba todo lo que corresponde a un tipo «estrella» del siglo XXI, que es un siglo muy particular en este ramo de hombres influyentes.
Conoció a la joven Noa, alumna de su cátedra en la Universitat de Barcelona en las clases que allí impartía a modo de divertimento. La ciudad entera parecía entregarse a sus talentos, o al menos eso era lo que él creía.
Noa, judía de lo más auténtico, nacida en el mismo Tel Aviv, había venido en busca de sus ancestros a España por medio de la concesión de la nacionalidad española en virtud de la Ley 12/2015. Dicha ley facilitó a los descendientes de los sefardíes expulsados en 1492 reencontrarse con una España deudora del bagaje sentimental e histórico de los sefardíes. Consiguió la nacionalidad y consiguió el amor del joven viudito, nuestro héroe Leví Fuster.
Estaba loca con él; mas era tan discreta y delicada, que no se atrevía a elogiarle delante de sus amigas, sospechando que todas las demás señoras habían de tener celos de ella. Si esta pasión de esposa daba a Noa inefables alegrías, también era causa de zozobras y cavilaciones. Temía que Dios la castigase por su orgullo; temía que su adorado esposo enfermara de la noche a la mañana o se muriera como tantos otros de menos mérito físico y moral. Porque ciertamente, no había que pensar que el mérito fuera una inmunidad. Al contrario, los más brutos, los más feos y los perversos son los que se hartan de vivir, y parece que la misma muerte no quiere nada con ellos. Del tormento que estas ideas daban a su alma se defendía nuestra Noa con su ardiente fe religiosa. Su ternura sabía ser inteligente y revestirse a veces de severidad dulce.
Porque el defecto de Leví Fuster, amigos míos, defecto enorme, colosal, reprobado por la Filosofía, por la Iglesia, por Israel, por Buda, por los Santos Padres y hasta por la gente de poco más o menos, era grande. Este defecto era la debilidad, deplorable incuria para defenderse del mal, dejadez de ánimo y ausencia completa de vigor moral. Conocidas las condiciones físicas y sociales del Fuster, bien se comprenderá que este vicio del alma había de tener por expresión sintomática el desenfreno de las pasiones amorosas.
Excusémosle. Era tan guapo, tenía tanto partido, que más que el tipo del seductor legendario, tal como nos lo han transmitido los dramas, era en varias ocasiones un incorregible seducido. Las mujeres absorbían su atención, todo su tiempo y todo su dinero, muy abundante, como corresponde a su raza, pero con gran facilidad de merma. Cuando le conocemos, Leví estaba en el apogeo de sus triunfos, y en todos los terrenos sociales se presentaba con su invisible aunque eficaz armadura y espada. Toda la Cataluña parecía estar en él. El joven, no despreciaba ninguna pieza de caza, ya estuviese en palacios, ya en cabañas, bares o andurriales. Después asistía a la sinagoga como si tal cosa.
Estas cacerías y dramatizaciones de la vida, ya os digo yo, queridos lectores, que lejos de fortificar al hombre, le desmedran y embrutecen. Tan claro es eso como el agua; pero nuestro vigoroso Leví, cuando le conocemos, estaba muy lejos del grado de envilecimiento al que llegaría. Su vicio era por así decir, un vicio del corazón, intervenido con la fantasía. Todavía persistían en él ilusiones juveniles, con sus delicadezas y entusiasmos, con sus melancolías, sus arrebatos e impaciencias. El cuerpo principiaba a envejecer antes que el alma, porque esta retardaba su extenuación con fantasmagorías y esfuerzos de iluminismo, de que nacían, aunque por modo artificioso, afectos parecidos a la ternura.
El notario le había entregado el testamento de su abuelo, Samir Bouhachi precisamente a él, el crápula de toda la familia. Debía marchar a Tánger en dos días, porque allí estaba el otro notario con la artillería preparada. Leví, despegado de la familia casi desde que nació, con un orgullo de raza, fuera de lo razonable de momento, tenía que presentarse en la casa tangerina de su familia. Él no sabía nada de toda la historia que aquí se contará, pero de momento, ya se le había comunicado que ese, Samir Bouhachi, había pertenecido al Mossad y él mismo tenía que ir a Marruecos a desfacer diversos entuertos. ¿Porqué Levi?
—¿Por qué yo? —Se preguntaba— ¡Cómo es posible que un marroquí, un moro —gritaba con desprecio—, forme parte del Mossad y mucho menos de mi familia!
—¡Esto es sin duda un grave error —gritaba Leví— que ofende a tal grado mi dignidad que haré lo posible para terminar con toda esta farsa! ¡Es una maldita mentira! Marruecos, ¡marroquí!... Pero ¿qué es esto?
—¡Pero si te lo ha dicho un notario, mi amor! —con dulce voz tranquilizadora le hablaba Noa.
—¿Y a mí que me importan los notarios? —gritó a su angelical esposa—. ¿De quién ha nacido esa idea de que mi abuelo es marroquí? —Introducía sus dedos en el pelo con desesperación—. Yo, que soy la raza escogida.
—Pues que todo será legal, tranquilo cielo —afirmaba Noa—, lo que sea que te quieran decir o dar. ¿Tal vez una casa en Tánger? Pues a mí no me disgusta la idea. Allí sigue habiendo hoy en día sefardíes, sus casas, sus sinagogas…
—¡Basta! —gritó enfurecido el joven.
Las dotes inteligentes y corteses de Leví, no le impidieron soltar improperios en contra de Marruecos, de los árabes… de todo. Viene esto de la índole de los tiempos, que repugnan la epopeya. Salió por su boca, toda la intolerancia contenida por siglos que uno se pueda imaginar. ¿Y el resto de sus hermanos? Se preguntaba con odio y desesperación. Pero lo cierto es que el comunicado notarial era el que era. Tendría que ir a Marruecos para ver qué sucedía. La joven y orgullosa pareja no podrían ni llegar a imaginar lo que les esperaría en esas tierras africanas. En el vuelo primero y en primera, allí que se presentó en la notaría de Rachida Abdelmalik en la 20 Rue al Moutanabi de Tánger.
En el capítulo siguiente veréis, ¡oh amados feligreses!, lo que pasó.