Nicaragua: la tragedia del personalismo
- Escrito por Mario Alejandro Scholz
- Publicado en Opinión
Hace 25 años, con la firma en agosto de 1987 de la segunda fase de los “Acuerdos de Esquipulas”, nombre de la ciudad de Guatemala donde tuvieron lugar las sesiones, se abría un horizonte de paz para toda América Central, sembrada de ejércitos irregulares y democracias fallidas. Estos acuerdos impulsados por el denominado Grupo de Contadora (México, Colombia, Panamá y Venezuela), al que se sumó el presidente Arias de Costa Rica, estaban dirigidos a la pacificación de las naciones más inestables de Centro América: Nicaragua, El Salvador, Honduras y Guatemala, estableciendo políticas de desarme de grupos irregulares, elecciones libres y demás requisitos para restablecer el orden democrático y aislar los focos de violencia.
Estando por entonces Nicaragua gobernada por los sandinistas liderados por Daniel Ortega, que habían depuesto al histórico dictador Anastasio Somoza, ese país se presentaba en aquel momento como el mayor obstáculo regional en la relación con los Estados Unidos de Ronald Reagan, un ferviente anti comunista. Por ello los acuerdos de Esquipulas tenían la virtud de ofrecer salida para los sectores en pugna, una visión democrática para el Gobierno nicaragüense que para ello debía ceder y otorgar elecciones libres y, a la vez, una barrera de contención a la pretensión norteamericana de deponer a Ortega por otros medios (recordar el caso de “los contras”). Finalmente, Ortega perdería el poder ante los grupos liberales en las elecciones de 1990.
De un modo u otro y con distintas alternativas, las naciones de América Central se sumaron en aquel momento al proceso de democratización continental, iniciado poco antes en América del Sur con el fin de las dictaduras militares de Argentina, Brasil, Perú y Uruguay, y ya en los 90s las de Paraguay y Chile. Suerte variada desde entonces corrieron los pueblos de Centroamérica en términos de estabilidad política y desarrollo económico, puesto que la mayoría de ellos mantuvieron los problemas de pobreza y subdesarrollo, y sumaron -en particular en Guatemala y El Salvador- los del narcotráfico y sus bandas armadas.
La primera década de este siglo transcurrió al amparo de la corriente favorable para las materias primas, que son la base de las economías primarias de la región, una tendencia que se cortaría más adelante. Más todavía con la favorable corriente comercial hacia los Estados Unidos, producto de la sanción del Acuerdo de Libre Comercio con la región (CAFTA) en 2006. Dentro de ese contexto, Ortega vuelve mediante acuerdos políticos con otros sectores al Gobierno de su país en 2007, y se presenta con un tono moderado, aceptable para el sector empresarial y ordenador de las demandas sociales de mejora. Nicaragua podía ver su futuro con cierto optimismo con base en una economía fuerte en la producción y exportación de alimentos (carnes, frutas, azúcar, café), y cierto atractivo para inversiones externas en nuevas actividades, como energía geotérmica. Y Ortega, con un gobierno netamente populista, tomó provecho de la tendencia de crecimiento de su economía hasta mediados de la segunda década del siglo.
Pero el cambio de tendencia del mercado mundial y el agotamiento de un modelo extractivista simple obligaron a Ortega, ya con la presencia creciente de su mujer, Rosario Murillo, en las sombras del poder, a introducir ajustes, en particular en 2018 para el sistema de seguridad social. Y la respuesta se tradujo en manifestaciones populares de protesta que sorprendieron al viejo caudillo, incapaz quizás de comprender que no por tener origen de izquierda se cuenta con seguro contra el descontento. Y a ello Ortega y Murillo contestaron con una feroz y creciente represión.
Rápidamente, un Gobierno autoritario derivó en una tiranía. La oposición fue reprimida, los líderes encarcelados y, hasta el obispo nicaragüense Silvio Baéz debió alejarse al Vaticano para evitar mayor conflicto con la Iglesia, conflicto que finalmente años más tarde resultó ya inevitable. La sucesión de acontecimientos que repasamos es más o menos conocida. Toda voz opositora fue acallada, todo líder no complaciente con el régimen primero perseguido y luego encarcelado. Entre ellos, el propio vicepresidente del sandinismo Sergio Ramírez, famosos escritor e intelectual, amén de académico, hoy exiliado en España donde el PSOE le ha brindado una merecida acogida.
En tanto, el Gobierno sandinista, al violentar derechos civiles y derechos humanos básicos, se ganó el repudio internacional. Prontamente se recostó en el eje Caracas-La Habana buscando auxilio económico de su colega venezolano Nicolás Maduro, que le hizo llegar ingentes fondos. Y, en tanto, sondeó la posibilidad de la llegada de capitales de China, aparentemente interesados en la traza de un nuevo canal interoceánico para competir con el de Panamá. Este megaproyecto faraónico, de difícil concreción, presentó desde el primer momento severas objeciones ambientales. Básicamente, el canal proyectado debería atravesar el lago de Nicaragua, el mayor de América Central y el segundo de toda América Latina, con más de 8000 km2, que es la mayor reserva de agua dulce del país, reserva que se habría de perder si por él transcurre un canal entre mares de agua salada.
Ya con las elecciones de 2021 a la vista y con una notoria inquietud internacional por el sesgo de los acontecimientos en Nicaragua, Ortega-Murillo desoyeron algunos consejos contemporizadores de gobiernos amigos de México y Argentina, que aconsejaban una apertura dialoguista, algo que, por ejemplo, Maduro supo incorporar en su estrategia de perduración en el poder. Y, por el contrario, endurecieron las acciones y se impusieron en elecciones amañadas y sin oposición visible. El extremo personalismo de la pareja sandinista quedó evidenciado cuando ambos decidieron compartir el binomio presidencial como una forma de anunciar una sucesión endogámica y casi monárquica.
Ya en este año, Ortega envió en febrero al exterior a 222 presos políticos, condición ésta que niega formalmente. Entre ellos faltó uno, el actual obispo nicaragüense Rolando Álvarez, que decidió quedarse en su tierra y sufrir el padecimiento de los perseguidos por el régimen, y así fue condenado en una parodia de juicio por conspiración. Esta vez el Vaticano no pudo apaciguar las cosas, debió denunciar la injusticia y la respuesta fue simple: ruptura de relaciones con el Papa, acusándolo de una postura proimperialista. Las nuevas izquierdas del continente que en algún momento apostaron por lograr alguna moderación y, de esa forma, encarrilar el régimen de Ortega a posturas más moderadas, también debieron condenarlo o, en el mejor de los casos, abandonarlo a su suerte. Solo Cuba y Venezuela mantienen su relación estrecha.
LA SITUACION DE NICARAGUA
Como bien ha señalado en varias notas Sergio Ramírez, Nicaragua no representa en estos momentos un desafío estratégico regional de significación relevante, puesto que no posee materias primas indispensables que otros no puedan proveer. A diferencia de la Venezuela de Maduro, que ha despertado otra vez el interés y la proximidad de Occidente ante la crisis del petróleo desatada por los acontecimientos de la guerra en Ucrania y el bloqueo a las exportaciones rusas de combustibles (éste parcial en alguna medida), la Nicaragua de Ortega no tiene mucho para ofrecer como prenda de paz, más allá de los prisioneros liberados que han relatado minuciosamente los horrores a los que fueron sometidos en las cárceles del régimen, hecho que ha restado cualquier significación de prueba de buena voluntad a su liberación y expulsión del suelo nicaragüense.
Por eso, la estrategia aparente de Ortega es recostarse más aún en el eje Caracas- La Habana, y apostar al apoyo de China y Rusia como grandes desafiantes a escala mundial en materia política y comercial de los Estados Unidos. Pero esos eventuales apoyos no le significan alivios de corto plazo. Totalmente aislado y sin grandes recursos, Ortega apuesta a su permanencia eterna desde un país debilitado. Para algunos, como la socióloga nicaragüense Elvira Cuadra Lira, los Ortega esperan la tormenta en una “casa de paja”, es decir, en poco tiempo el régimen será arrasado por la marcha de los acontecimientos, aislamiento, bloqueos comerciales, falta de apoyo económico y creciente descontento de la población.
Vale la pena señalar que en Venezuela Maduro ha logrado reabrir el diálogo internacional y, con ello, la llegada de inversiones para recuperar los niveles de extracción petrolera que estaban en franca declinación las dos últimas décadas, pero ya no posee recursos excedentarios para hacer gala de su apoyo a otros regímenes de izquierda del continente, más allá de lo moral. Es decir, que el aislamiento nicaragüense perdería uno de sus sostenes económicos.
Pero, para otros, el panorama no es tan claro: varias tormentas deberán pasar hasta que la población nicaragüense encuentre la forma de resolver el desafío que representa la brutal represión del régimen. Los Ortega-Murillo apuntan a una permanencia sine die y a la espera, quizás, de algún cambio en las tendencias mundiales que les propicie apoyos efectivos, es decir, económicos, de los grandes actores de la escena internacional. Y, en tanto, apretar más el cinturón a su pueblo. El proyecto del canal, quizás la única carta fuerte aparente de Ortega para ganar posicionamiento estratégico a escala mundial, no es sencillo: su viabilidad esta cuestionada y, en cualquier caso, conlleva enormes inversiones y varios años hasta su posible cristalización.
Por otra parte, a pesar de las sanciones a líderes individuales del sandinismo por parte de los Estados Unidos, Nicaragua mantiene su creciente corriente exportadora a ese país, que no ha limitado mayormente sus compras de materias primas de ese origen como las de azúcar, y eventualmente solo las de oro. Es claro que los Estados Unidos no desean ver desocupación creciente en otro país centroamericano que derivaría, como regla general, en una corriente migratoria hacia allí. Ya bastante tienen con las de Guatemala, Honduras y demás países cercanos del “patio trasero”.
Y, al mismo tiempo, en América Central transcurren otros fenómenos. En El Salvador Nayib Bukele, un líder también con sesgo autoritario cuyo origen parecía ser de izquierda, ha elegido un camino distinto con gran éxito, apelando a una brutal represión, pero no de opositores sino del narcotráfico, dando una respuesta más que bienvenida por la amplia mayoría de la población, que hasta entonces no encontraba salida a un cuadro de violencia en las calles sin control alguno. Hoy, las célebres “maras” (mafias del narcotráfico) parecen haber desaparecido, quizás no del continente, pero sí de su país de origen, El Salvador.
Y Bukele también ha buscado respuestas para la población en lo económico, y pareciera que ya con primeros resultados, a través de la “nueva economía”, la del conocimiento, con mayor arraigo en los jóvenes. En tanto, los ojos latinoamericanos no dejan de apreciar estos acontecimientos. Ven por un lado que aquél “outsider” salvadoreño por quien nadie hacía apuestas favorables está dando respuestas que muchos desearían encontrar para sus propios países. Es cierto que también evalúan la condena internacional a las posibles violaciones de derechos humanos habidas en El Salvador, pero mientras las de Nicaragua no ofrecieron nada a cambio, aquéllas otras al menos eliminan un cáncer hasta hace poco tiempo considerado incurable, el de la droga.
Y estos fenómenos serán puestos en la balanza en América Central a la hora de evaluar alternativas de política, de apoyos y alianzas o de aislamiento, más en una región en la que hasta ahora solo Panamá y Costa Rica han logrado una situación de mayor estabilidad y cierto avance económico, aunque cada uno con sus propios problemas subsistentes, entre ellos sectores de pobreza y marginalidad.
Finalmente, seguirá la incógnita sobre la real actitud norteamericana, el gran actor continental, que, como vemos, es relativamente ambigua: castigo en lo moral, pero dejando una puerta abierta para no afectar lo económico. Y también sin olvidar que en los Estados Unidos habrá en 2024 otro proceso eleccionario y hasta un posible cambio de mando, con lo cual las opciones están abiertas. En tanto, no habrá interés en poner en la agenda un nuevo factor de conflicto o discordia, como lo sería generar una nueva corriente migratoria.
Mario Alejandro Scholz
Abogado, analista de Política Internacional y colaborador de la Fundación Alternativas.
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