La gran parodia que nos toca
- Escrito por Alberto Vila
- Publicado en Opinión
Una parodia es aquella obra que toma un tema determinado y lo expone de un modo irónico y satírico, para enfatizar sus debilidades o sus posibles consecuencias. Durante las campañas electorales las parodias son interpretadas exagerando los modos. Tal vez para enmascarar las verdades inconfesables. El llamado Régimen del 78 se elaboró para una sociedad deseosa del cambio. No fue consciente de las servidumbres del “atado y bien atado”.
En elecciones vivimos tiempos histriónicos. Como sabemos, “histrión” es sinónimo de actor y, de forma más específica, de “actor de teatro”. Este rol se generó en las representaciones dramáticas en la Antigüedad clásica. También se lo ha asociado a los actores disfrazados del teatro popular. A los “saltadores”, o saltimbanquis toscanos. Así, en ese contexto, un hister, significa “saltador”. Es decir, un “prestidigitador”, un actor disfrazado.
En cualquier caso, en el uso lingüístico, “histrión” ha pasado a llamar así a todo aquel que se expresa con afectación o exageración propia de un actor teatral. En esta acepción lo que destaca es el tono despectivo. Es un rasgo del discurso político en busca de hacerse con el poder. Como lo son los y las operadoras del marketing político: huecas pero llamativas.
Todos reconocen que la acción parlamentaria que se avecina, a la fecha, está trabada. Por ello, los actores se comportan como si ello no fuese así. Entonces, en este punto, no dejo de preguntarme en qué acepción debo designar a nuestros representantes cuando sobreactúan e interpretan papeles que contradicen la realidad. Solo basta con acudir a la hemeroteca. Mienten y sobreactúan.
En el contexto actual, los actores sociales se ven inmersos en una dinámica caótica en donde nada es lo que parece. Cunde el desconcierto y la incertidumbre. Sólo sobrevive la seguridad de lo cercano. De lo conocido. Del Emérito y de la corrupción inmoral e impune las personas pasan de largo.
Para los nostálgicos de la parodia del 78, el antiguo escenario, las Cortes, eran más bien el reflejo de lealtades y solidaridades, de mediocres huestes criadas en las profundidades de las sedes partidarias. Cofradías de silencios, de soslayar el tratamiento de la degradación general en las que, la España de esa vieja política, se había acomodado.
El nuevo Parlamento que dio lugar al gobierno de coalición, fue la expresión más clara de una ciudadanía, que se resistió a seguir sumisa a los que demostraron su ineptitud, cuando no su mediocridad, escudándose en las meras formas o presuntos privilegios, adquiridos durante años. Este conglomerado de representantes, fue la réplica más fiel de las aspiraciones de la mayoría de españoles. Fueron personas representantes de la Sociedad Civil las que trajeron a las sesiones sus inquietudes, eso más que la obediencia sumisa de las instrucciones partidarias. Es por ello que hubo discrepancias en los nuevos grupos de representantes. Tal dinámica atendió a la negociación más que a la imposición. A la búsqueda de consensos. Pero las viejas artimañas se resisten.
Esta seguirá siendo la esencia del conflicto entre la vieja y la nueva política luego del 28M. Tal vez porque no se puede seguir engañando a todos todo el tiempo.
Toma nota.
Alberto Vila
Economista y analista político, experto en comunicación institucional.