Los políticos
- Escrito por Juan Antonio Tirado
- Publicado en Opinión
Tienen los domingos electorales un color especial, como la Sevilla de los del Río, y un olor a almendras y a canela, por dar un toque cursi a la columna. A mí me gusta votar a la hora del aperitivo; después de haber metido la papeleta en la urna, dejas el colegio, caminas un poco a lo que salga y lo que te sale es un bar, en el que degustar un vermut o una caña bien tirada, o incluso un refresco de cola, para los que no se permiten una gota de alcohol ni por recomendación de su astrólogo. Los astrólogos van perdiendo carisma, como los políticos.
Se acuñó el tónico/tópico de fiesta de la democracia y me parece bien puesto el nombre. No sé cómo vivirán esta liturgia de los votos los abstencionistas profesionales, que son demócratas no practicantes, que no van a misa ni una vez cada cuatro años. Yo soy de los que participo siempre, en el peor de los casos con la papeleta en blanco. Reconozcamos que no es fácil entusiasmarse con la oferta de los partidos, ni creerse las promesas, hechas para no cumplirse (Tierno Galván dixit, consúltese Google). Nada que ver este momento de la historia con el de mi debut en las urnas. Fue el 28 de octubre de 1982. Aquello sí que fue una fiesta de la democracia, una jornada emocionante para millones de españoles. Viví la vertiginosa victoria del PSOE con una euforia parecida a la que habría sentido si el Atlético de Madrid hubiera ganado la Copa de Europa. Bueno, no tanto, no hay que exagerar, son amores diferentes, pero fue una noche de locura juvenil: yo era muy joven, la democracia era joven, y todo, en la noche del Palace, con Felipe y Guerra en el balcón, era histórico. Recuerdo, también, la primera vez que asistí como espectador al ritual de las urnas. Fue el 15 de diciembre de 1976, en el referéndum para la Reforma Política. Yo tenía quince años y era un adolescente muy interesado por la política y el periodismo. Había incertidumbre y cierta inquietud sobre cómo podía discurrir la jornada, pero reinó la tranquilidad, la gente votó sin sobresaltos y así ha ido sucediendo convocatoria tras convocatoria.
Está claro que ni la democracia ni nosotros somos los mismos. La democracia ha perdido la gracia y el brillo de los orígenes y hay un cierto desgaste de los materiales, que lleva a la desafección más que al desencanto. “Todos los políticos son iguales” es una frase que se oye mucho. Es mentira: no todos los políticos son iguales, ni todas las actuaciones políticas tampoco. Afirmaciones de ese tenor solo sirven para embarrar el campo de juego, bastante deteriorado ya. Pero lo que sí es verdad es que la política se está volviendo una práctica antipática. La llamada clase política está integrada, de la extrema derecha a la izquierda extrema, por una casta, a menudo crecida en las juventudes de los partidos, formada por personas que han hecho de ese desempeño su oficio. No suelen tener otro. El desprestigio de los que se dedican a la cosa pública es grande. Si hace años ser ministro, pongamos por caso, podía ser un timbre de gloria, hoy es una manera temeraria de someterse al escrutinio general. Los medios y las redes sociales fijan una atención obsesiva sobre los protagonistas políticos y es muy difícil no embarrancar y con un poco de mala suerte convertirse en un pelele. De ahí que sean pocos los profesionales relevantes que acepten participar en política. Estamos habituados a ver como personas prestigiosas al llegar a un ministerio pierden su buena fama y fácilmente quedan chamuscados. Que se lo pregunten al juez Marlaska.
La nostalgia es mala amiga y no conviene dejarse llevar por la memoria edulcorada para pintar el paisaje de unos representantes políticos, como los de la Transición, de una altura mayor que los de hoy. Conviene no caer en esa tentación, pero conviene apuntar que algo de verdad tiene esa sensación, y no solo en España, pues en el mundo el paisanaje político se ha estropeado, con frecuencia más que aquí, a veces hasta caer en el esperpento. Políticos como Suárez, Fernández Ordóñez, Felipe González, Tierno, Guerra, Fraga o Carrillo (entonces las mujeres todavía estaban fuera de juego) tenían unos discursos en los que cabían la argumentación y las ideas. Esto ha ido desapareciendo y los políticos, cualquiera sea el color, tiran de argumentario, repiten frases hechas, pretendidamente ingeniosas, y convierten la competición democrática en un juego previsible, aburrido y fastidioso, que hace que se vote más por descarte que por simpatía. Aun así, mi astrólogo me ha recomendado que vaya a votar.
Juan Antonio Tirado
Juan Antonio Tirado, malagueño de la cosecha del 61, escribe en los periódicos desde antes de alcanzar la mayoría de edad, pero su vida profesional ha estado ligada especialmente a la radio y la televisión: primero en Radiocadena Española en Valladolid, y luego en Radio Nacional en Madrid. Desde 1998 forma parte de la plantilla de periodistas del programa de TVE “Informe Semanal”. Es autor de los libros “Lo tuyo no tiene nombre”, “Las noticias en el espejo” y “Siete caras de la Transición”. Aparte de la literatura, su afición más confesable es también una pasión: el Atlético de Madrid.