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De elecciones y plebiscitos


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"El plebiscito tiene su origen en la Antigua Roma con el significado de 'interrogatorio a la clase social de los plebeyos"

La estrategia plebiscitaria de la derecha sobre el gobierno de coalición del presidente Sánchez ha movilizado al electorado conservador y también al electorado antipolitico, pero sobre todo ha ocultado el carácter singular de las elecciones locales y autonómicas, poniendo a los gobiernos progresistas a los pies de los caballos y evitando a la derecha dar cuentas de su gestión en sus respectivos gobiernos autonómicos y municipales. El resultado ha sido un varapalo para la izquierda y un éxito para las derechas.

Ha sido la culminación de su estrategia de oposición, basada desde un principio en la deslegitimación y la desestabilización, primero cuestionando la legalidad de la moción de censura a Rajoy y luego del gobierno de coalición con Unidas Podemos. Pero sobre todo de la mayoría parlamentaria de investidura, y en particular de los apoyos parlamentarios de los partidos independentistas vascos y catalanes esgrimidos por las derechas como símbolo de la antiespaña.

No en vano Núñez Feijóo, presidente y candidato del PP, ha planteado las próximas elecciones generales como un nuevo plebiscito entre el presidente Sánchez y España en un nuevo ejercicio de nacional populismo.

Asumir este marco plebiscitario ha sido un primer error de las izquierdas y más en concreto del PSOE y del presidente de gobierno al encabezar el liderazgo de la campaña electoral, dejando con ello en un segundo plano a sus presidentes y alcaldes y al responder a las descalificaciones políticas y personales como las relativas a su responsabilidad en las candidaturas de ex etarras de Bildu o la compra de votos en Melilla con una escalada de sucesivos anuncios de medidas sociales a jóvenes y pensionistas, aprobadas a continuación en cada Consejo de Ministros.

La decisión del presidente Sánchez de la disolución inmediata de las cámaras y convocatoria de nuevas elecciones generales, como consecuencia de la debacle electoral en buena parte de las CCAA y en los municipios gobernados por las izquierdas, supone el reconocimiento implícito del carácter plebiscitario y de la derrota de su gobierno en las recientes elecciones locales, como una suerte de primera vuelta de las elecciones generales.

Entre las razones aducidas para el adelanto de la convocatoria ha habido de todo: desde la reparación a los alcaldes y presidentes de gobierno de las comunidades a los que se considera como injustamente derrotados, hasta la intención de cortar de raíz tanto el previsible desgaste durante los próximos meses por parte de la oposición endureciendo su estrategia de deslegitimación, como el malestar y las consiguientes críticas internas dentro de su propio partido. Desde ese punto de vista, se puede decir que el objetivo se ha conseguido.

Sin embargo, otros argumentos como jugárselo todo a una carta para galvanizar el voto progresista o situar las elecciones en el contexto de las alianzas de investidura para aprovechar los efectos electorales de la coincidencia entre el PP y la ultraderecha o de estimular el acuerdo en Sumar, son bastante más rebuscados y también discutibles. No parece que el famoso voto útil del PSOE goce en la actualidad de buena salud, como tampoco que el previsible pacto del PP con la ultraderecha, que se firmará allá donde lo necesite, vaya a disuadir del voto a sus sectores más moderados, si es que todavía queda alguno. Los votantes de la derecha han sido y son conscientes de ello, como son conscientes de la utilidad de la estrategia populista para echar al gobierno.

Lo que es evidente es que la convocatoria electoral anticipada es no solo una asunción de responsabilidades por parte del presidente Sánchez, sino el sucedáneo de la alternativa de una crisis de gobierno para afrontar el último tramo de una legislatura que se decía tener la voluntad firme de agotar. Y sin aprovechar uno de sus puntos más fuertes como sería la presidencia española de la UE.

De hecho la derecha ha saludado la disolución de las cámaras y la convocatoria anticipada como un triunfo de su estrategia de deslegitimación y plebiscitaria, interpretando dicha convocatoria como una renuncia del presidente del gobierno frente a su reconocido manual de resistencia.

En todo caso, no está tan claro el acierto de la disolución, por mucho que unos alaben la inteligencia de la medida y otros la consideren el símbolo de la derrota. Porque no todo movimiento audaz, y éste lo es, supone necesariamente lo más inteligente. Y es que no se puede confundir la audacia y la astucia con la inteligencia. En todo caso, las elecciones anticipadas no dejan tiempo a las izquierdas para encajar el golpe ni para pensar en las causas de la derrota ni mucho menos para rectificar ni reorganizarse. En resumen, seguimos atrapados en la política del tweet.

En este sentido, sería un nuevo error de las izquierdas el echar la culpa de los malos resultados a los socios de gobierno o a algo que todavía no existe como Sumar, en vez de rentabilizar los avances sociales y de derechos civiles del gobierno progresista, que son muchos, y para asumir los errores propios y aprovechar su capacidad de movilizar e ilusionar a la izquierda.

Por eso, sería más que conveniente el pasar página de la estrategia del miedo para centrarse en la razón de lo mucho realizado en un tiempo de catástrofes encadenadas, en la humildad ante los errores cometidos y en la seducción por las reformas pendientes. Pero, sobre todo, para hacerlo de la forma más unitaria y solidaria posible en lo que es ya una continua campaña electoral.

 

Médico de formación, fue Coordinador General de Izquierda Unida hasta 2008, diputado por Asturias y Madrid en las Cortes Generales de 2000 a 2015.