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La España que queremos


(Tiempo de lectura: 6 - 11 minutos)

La España que queremos tiene mucho que ver con la España que tenemos. Y la que tenemos, en el ámbito del Pensamiento, la Teoría y la Ciencia, deja aún mucho que desear, a no ser que nuestra ignorancia nos haga desconocer lo que la realidad visible oculta. ¿Dónde están los pensadores, los teóricos, los científicos españoles? Es decir, dónde están las personas que se hacen las grandes preguntas –hipótesis– y sugieren soluciones que conciernen a las condiciones vitales, morales y de existencia de las mayorías sociales? La mayor parte de los científicos se encuentra en el extranjero. Los otros, pensadores y teóricos, o no existen o permanecen escondidos, porque en los medios de información y opinión, cauce natural de expresión del pensar y del teorizar, la desertización en estas lides avanza cada día un trecho más. Leer tribunas libres o de opinión en nuestro país es, en demasiadas ocasiones, llorar, evocando a Mariano José de Larra. La pobreza de los contenidos, la reducción de todo a meras y superficiales frondas ideológicas de nivel muy trivial, caracterizan este género periodístico, otrora altavoz del conocimiento y la crítica, cuyo declive lastra aún más la declinación que el Periodismo va adoptando hacia el abismo. Las revistas de pensamiento o desaparecieron o circulan únicamente entre iniciados. Pero lo que parece en peligro real de consunción es el Pensamiento mismo. Y sin pensamiento no hay práctica viable. Es aquí donde el gravísimo problema del no saber adquiere todo su alcance.

Los pensadores solo acceden a la condición de tales cuando, tras abandonar la peana de la individualidad narcisista, – nunca la de la individualidad creadora–, devienen en intelectuales: es decir, cuando se integran en un núcleo grupal vertebrado en torno a una función social, generalmente didáctica, que cobra dimensión ética, como forma suprema de compromiso que se convierte en una referencia para la sociedad, a base de la expansión del criterio vinculado, pues, a la deliberación y la crítica. ¿Hay crítica social en España, hechura de pensamiento, creación e ideación? Sí: las hubo en la España peregrina, forzada a la emigración por el franquismo, con José Gaos, Juan David García Bacca, Adolfo Sánchez Vázquez, María Zambrano, Ferrater Mora, o, en el exilio interior, con Carlos Gurméndez, Manuel Pizán y tantos otros cuyos nombres resultan hoy casi desconocidos por la inercia y la herida causada a la Cultura española por aquel espadón vengativo, enemigo del Pensamiento.

Hoy, la crítica social, las propuestas teóricas, la ideación y la creatividad languidecen semienterradas en la trastienda de algunas pequeñas editoriales, quizá en la de algunas cátedras; pero su influencia es, desgraciadamente, muy reducida. ¿Por qué es tan limitada? Hay razones objetivas, amén de la desmemoria impuesta por los liberticidas: ¿sabe el lector o la lectora cuántas líneas se dedica a Platón en el Segundo Curso de Bachillerato –equivalente al COU de nuestro tiempo-?: nueve líneas. ¿Es posible que esas 9 líneas inciten a un joven estudiante a interesarse por la Filosofía, forma suprema de la metodología del saber especulativo y crítico? Parece realmente imposible. La ofensiva para desterrar las Humanidades de la Enseñanza es aterradora y su devastación ya se nota en las generaciones emergentes, sometidas al dictado mercantilizado que convierte las Universidades privadas y muchas públicas también, en meros negocios, sepultando la función formativa de personas libres, ciudadanas y segregando a las clases subalternas para que sigan siéndolo.

Lo dicho nos lleva a las cátedras universitarias, hasta anteayer verdaderos señoríos feudales de personajes rodeados de aduladores a la espera de que el titular de la cátedra fallezca o se jubile para saltar a su solio; eso sí, no por merecimientos del aspirante en el ámbito del pensar, teorizar o investigar sino más bien, a pelo, porque sí, por antigüedad, contigüidad o consanguinidad. Hoy, sin embargo, las cátedras suelen mostrarse plenamente mercantilizadas, agobiados sus titulares en la lastimosa tarea, huérfanos de ayuda pública, de buscar financiación privada para proyectos cuyo contenido, por contra a lo deseado por sus proponentes, quedará irreversiblemente fijado por los financiadores.

Editores y negocios

Si nos acercamos a las grandes editoriales, es inconcebible que estén regidas, en buena parte y salvo excepciones honorables, por semianalfabetos mimetizados con la mercadotecnia, ese malhadado marketing apartado por su naturaleza –no es lo suyo- de cualquier tipo de sensibilidad social, literaria o filosófica, desprovistos asimismo de criterio o empatía con las necesidades sociales de un tipo de lectura que incite a pensar, debatir y criticar. Esos neo-tecnócratas devenidos en editores, a los que se han unido legiones de virtuosos de la telemática, se limitan a imponer un título, a voleo, para convertirlo a trancas y barrancas en el libro más vendido y así proseguir el negocio. Negocio en el que ellos, los editores, al menos, acostumbran arriesgar algo, frente a los distribuidores, que se llevan la parte del león, en torno al 50%, sin arriesgar nada mientras que para el autor, el que piensa, idea y escribe, queda la miserable cuota de entre un 7 y un 10 por ciento en el mejor de los casos. Eso sí, nada de editar ensayo, poesía o géneros innovantes. Solo crímenes, tramas detectivescas, a veces novela histórica llena de banalidades comerciales, todo ello salpimentado con episodios de sexo, a ser posible, duro. Y desde luego, desterrando contenidos y valores propiamente literarios o filosóficos para ceñirse estrictamente a “las formas de narrar”. Otra lacra, la relatitis. No interesa el qué se escribe, sino el cómo se muestra, presumiblemente el retorcimiento, lo cual da por sentado que la ideación, la iniciativa intelectual, la aventura pensante ha dejado de existir.

Capítulo aparte merece la imposición a machamartillo de pautas de edición dictadas por el irrefrenable apetito, tan acentuado en la cultura anglosajona, por dejar clara la satisfacción de los sacrosantos derechos de propiedad intelectual, mediante citas y más citas, referencias que salpican las narraciones hasta cortocircuitar cualquier clase de lectura. Tanta cita no deja espacio al pensamiento propio, a la iniciativa, a la ideación propia, estancando así cualquier amago de libertad creadora.

Como vemos, el panorama se complica en sus efectos. Pero el problema del Pensamiento, la Teoría o la Ciencia, tiene un origen previo. El pensamiento de Hegel, por ejemplo, en España no pudo abrirse paso: quedó trufado por el escolasticismo medievalizante y el neoescolasticismo vigentes en nuestro país, rebajando su enjundioso contenido dialéctico. La guadaña de don Marcelino Menéndez Pelayo, polígrafo de iridiscente erudición y memoria pero lastrado por una absurda militancia meapilesca, pese a su supuesto rescate de los heterodoxos, segó la difusión de todo intento de los pensadores españoles por salir de las garras de la dogmática. De la afamada Generación del 98, tan solo Unamuno tenía nociones de marxismo. Solo un magnífico escritor, fronterizo del grupo, Gabriel Miró, conocía el pensamiento de Sigmund Freud, por citar un ejemplo más. En la Generación del 27, la más culta, poetas de la estatura de Hölderlin, Heine o el irlandés Yeats, eran casi completamente desconocidos. Las traducciones del alemán eran tan escasas como deficientes. Por eso todo el pensamiento ideado en lengua alemana llegaba a España a través de traducciones del francés y, en menor medida, del italiano o el inglés, quedando la calidad de los originales sometida al vaivén de la transcripción refritada.

Se nos dirá que olvidamos a nuestros Premios Nobel, Echegaray, Cajal, Benavente, Juan Ramón, Ochoa, Aleixandre y Cela, pero son sus estelas, precisamente, las que ponen de relieve la necesidad de que la creatividad intelectual en España prosiga, apartando los obstáculos que aún obstruyen su camino y se consolide con muchas y más plurales voces propias. Hay, no obstante, una preminencia de los literatos: además, solo don Severo y don Santiago se consagraron a la Ciencia; don José fue matemático y autor de dramones; don Jacinto, dramaturgo pleno; don Vicente y don Juan Ramón, poetas y don Camilo, novelista. No hay filósofos entre ellos, ni pensadores o teóricos propiamente hablando. José Ortega y Gasset fue, señaladamente, un filósofo y pensador publicista, el único que trascendió nuestras fronteras; y Jorge de Santayana, abulense, puede ser considerado como estadounidense, pese a ser España su patria de nacimiento. Xabier Zubiri y Julián Marías, desempeñaron un papel reducido, al igual que García Morente, mientras personajes como Ramiro de Maeztu, Vázquez de Mella, Víctor Pradera, Ledesma Ramos o Eugenio D’Ors, eran instrumentalizados por el franquismo para decir que algo hacía por el pensamiento, reaccionario, desde luego.

Se subrayará asimismo, que la ingeniería y la arquitectura españolas triunfan hoy por doquier fuera de nuestras fronteras; cierto, mas su ingenio y arte clama aquí por hallar mejor acomodo, desarrollo y reconocimiento. Hogaño, la autonomía de estos profesionales se ve mermada por el mal gusto y la incultura de los promotores. Las grandes constructoras e inmobiliarias saben ya cómo desmantelar el paisaje urbano y rural. Casi nadie dice nada.

No se trata de aventar un elitismo. Se trata más bien de asociar el despliegue del pensamiento al desarrollo del bienestar, de la felicidad y la mejora de las condiciones de vida, incluida la del espíritu, impensables sin aquel. No hay práctica sin teoría, no hay acción sin pensamiento. La sociedad española parece sufrir un embotamiento creativo tan solo paliado por algunos pintores de fuste, los conquenses, los Tapies, López, Barceló…, acreditado su oficio por recibir el legado universal de Picasso, por ejemplo. Poetas como Blas de Otero, Celaya, Goytisolo, valientes luchadores por las libertades, brillaron en la Transición pero hoy apenas son reeditados o recordados. En el ámbito de las Humanidades, la ignorancia sobre figuras que laboran, crean y avanzan, es prácticamente total. ¿Llegará la hora en que los denominados medios de comunicación hagan una autocrítica sobre este ocultamiento? En vez de salir a buscar la información y el talento se han acomodado a que ambos confluyan a sus redacciones, donde deberán sortear valladares ideológicos e inerciales por doquier.

Con todo, una de las claves de cuanto sucede parece residir en un gravísimo problema de fondo, que afecta de cuajo a nuestras pautas civilizatorias. Se trata de los efectos de la matematización del Pensamiento y de la reflexión y la crítica social. Si cualquiera de sus formas y expresiones no resulta matematizable, reducible a expresión matemática, ese pensamiento no existe, según imponen los dogmáticos paradigmas vigentes. Asistimos hoy al imperio del dato. Como cabe ver, tal es una aberración del positivismo, que tanto dijo haber hecho por la Ciencia aunque acabó, como ha acabado, por asfixiarla a manos de la sacrosanta tecnología. Y el diktat tecnológico, que arrastra consigo a la demografía, las instituciones y la organización social, nos ha guiado hasta un paraje donde desaparecen, por consunción, el Espacio y el Tiempo, las dos categorías históricas sobre las que se ha desplegado la Cultura de la Humanidad. La Historia, la experiencia, deja de tener valor y el espacio asiste a una deslocalización incontrolada. Solo quedan los márgenes difusos de un presente continuo, ahogado en una virtualidad líquida y que nadie sabe por dónde desaguará llevándosenos a todos consigo. En ese magma, solo se siente cómodo el capital, magnitud virtual por excelencia, señaladamente en su dimensión financiera, el nuevo dios que rige hoy el errático destino del mundo hacia el caos absoluto. En esta crisis, de alcance universal, se ubica la crisis del Pensamiento, la Teoría y la Ciencia en España. ¿Hay alguien preocupado por saber cuál va a ser el horizonte del trabajo humano? ¿Intuye alguien, alguna cátedra, que la productividad intensiva que la informatización exige descoyunta cualquier tipo de retribución salarial justa. ¿Concibe alguien que la explotación del trabajo ajeno, tras la aplicación incontrolada de los nuevos procesos tecnológicos, carece ya de freno alguno y abre un insólito horizonte de esclavitud y desigualdad, cuando podría augurar un estadio de felicidad social máxima dada la potencialidad práctica de una tecnología puesta al servicio de la gente? No parece que tales cuestiones interesen. Se nos propone como única opción zambullirnos en una buena novela negra y esperar a descubrir al asesino, mientras los liquidadores de la Cultura y de su futuro, campan a sus anchas desde los casinos de los circuitos bursátiles, eso sí, convenientemente informatizados.

La España que queremos demanda trastocar la España que tenemos. Es apremiante el surgimiento de una intelectualidad comprometida –no únicamente la de los generosos cineastas– con las vivencias y anhelos de las gentes que tiran de este pesado carro que es la realidad cotidiana de un mundo que podría ser maravilloso y que la ignorancia, la falta de deliberación y de crítica, sin Memoria, Teoría y Ciencia, lo guía a grandes zancadas hacia el cenagal. La desatención de los partidos políticos hacia este quebrado universo clama al cielo; mas es la sociedad la que debe exigir a los escasos pensadores en presencia que abandonen islotes narcisistas y se incorporen a la misión intelectual y cultural que les corresponde, cuajada de responsabilidad en esta situación tan desconcertante.

 

Rafael Fraguas (1949) es madrileño. Dirigente estudiantil antifranquista, estudió Ciencias Políticas en la UCM; es sociólogo y Doctor en Sociología con una tesis sobre el Secreto de Estado. Periodista desde 1974 y miembro de la Redacción fundacional del diario El País, fue enviado especial al África Negra y Oriente Medio. Analista internacional del diario El Espectador de Bogotá, dirigió la Revista Diálogo Iberoamericano. Vicepresidente Internacional de Reporters sans Frontières y Secretario General de PSF, ha dado conferencias en América Central, Suramérica y Europa. Es docente y analista geopolítico, experto en organizaciones de Inteligencia, armas nucleares e Islam chií. Vive en Madrid.