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De cómo los osos acabaron con una utopía anarcocapitalista o de cómo al final todos somos keynesianos


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Una de las ideas políticas más extendidas entre los neoliberales que siguen a pies juntillas lo que dijo Ronald Reagan diez minutos después de ser elegido presidente: «El gobierno no es la solución a nuestro problema, el gobierno es el problema», es el anarcocapitalismo basado en el objetivismo propugnado por la filósofa rusa Ayn Rand hace ya más de 60 años, que defendía un «egoísmo racional» que solo puede encontrarse en un sistema capitalista "puro". Escribió que «la búsqueda de su propio interés racional y de su propia felicidad es el más alto propósito moral» de la vida humana.

Rand, autora de El manantial, un alegato contra los convencionalismos que serviría de argumento a la película homónima de King Vidor protagonizada por Gary Cooper, publicó en 1957 una novela, La rebelión del Atlas, que ha sido considerada la obra de ficción más importante sobre la filosofía objetivista.

La novela, que describe un país sumido en una decadencia que atribuye al excesivo intervencionismo del Gobierno, divide a la sociedad estadounidense en dos clases: la de los «saqueadores» y la de los «no saqueadores». Los primeros están representados por la clase política y los cultos religiosos que piensan que toda actividad económica debe estar regulada y sometida a una fuerte imposición fiscal.

Los «no saqueadores» son hombres emprendedores, los capitanes de empresa y los intelectuales que piensan que la solución está justamente en todo lo contrario y que el dinero donde mejor está es en el bolsillo de los contribuyentes. Entre ellos, y más en concreto, de los patronos, surge un movimiento de protesta que se concreta cuando un grupo de grandes empresarios decide dejar de pagar impuestos y hacer un lock out (lo que viene a ser una huelga, pero impuesta por la patronal) para paralizar totalmente la actividad económica del país.

El libro impactó mucho en la alta burguesía estadounidense en los años posteriores a su publicación, una influencia que está en el origen de una comunidad llamada Free Town Project (Proyecto de Estado Libre) conformada por un selecto grupo de fanáticos que decidió llevar a cabo el paraíso utópico que dibujó la filósofa.

El fallido proyecto de un Estado Libre

La legión de iluminados organizó en 2004 una expedición a un pequeño pueblo de New Hampshire, Grafton, que contaba con menos de mil habitantes, para poner en práctica las ideas que defendía Rand. Ninguno de los expedicionarios tenía experiencia en políticas públicas, lo que no impidió que convencieran a los habitantes de que se harían cargo del gobierno de la ciudad a cambio de eliminar todos los impuestos.

Eran como los hippies de los 60, pero de ideología totalmente opuesta. Habían llegado al pueblo a vivir acorde a los principios de máxima libertad individual, lo que también significaba deshacerse de la recaudación fiscal y de todas las prestaciones sociales, incluyendo propuestas libertarias tan disparatadas como salir de las Naciones Unidas

Convencidos por las ideas de Rand y otros pensadores de corte ultraliberal, y después de muchas reuniones y asambleas, la panda de privilegiados decididos a consolidar su utopía libertaria, lograron convencer a los en principio desconfiados pueblerinos de las bondades del experimento, sobre todo cuando les prometieron que ahorrarían de manera sustancial si parte de sus ingresos no iban a las arcas públicas y acababan en sus bolsillos.

Dicho y hecho. En poco tiempo redujeron al mínimo algunos servicios públicos esenciales como la policía, los bomberos o el personal de bibliotecas quienes, sin más trámites fueron a dar con sus huesos en el paro sin subsidio alguno: ¡era el mercado, amigos!

Y en esas llegaron los osos

Las consecuencias del disparate no se hicieron esperar. A medida que avanzó el tiempo, las tasas de criminalidad aumentaron, mientras que la basura se acumulaba en las calles. Grafton se convirtió en el far west.

La oposición al nuevo sistema no nació de los antiguos residentes, quienes a pesar de ver cómo mermaban su calidad de vida y la seguridad a pasos agigantados, no ofrecieron gran resistencia a los cambios. El enemigo que echó por tierra el experimento de los anarcocapitalistas fue una fuerza natural: los osos.

Los osos son animales muy listos a la hora de resolver problemas. Animados por los olores de las basuras en descomposición, comenzaron a visitar el pueblo cada vez con mayor asiduidad. Como no había servicio de seguridad organizado, unos les plantaron cara, escopeta en mano; otros colocaban explosivos en sus propiedades para disuadirles. Las almas más cándidas les ofrecían comida creyendo que así podrían llegar a una tranquila situación de convivencia.

Pero con los animales salvajes no se negocia. «Los osos son animales muy listos a la hora de resolver problemas», escribió el periodista Matt Hongoltz-Hetlin en el ensayo en el que describió la experiencia. Darwin hubiera asistido encantado: los osos entendieron que a la hora de comer saldrían mejor parados quienes fueran más atrevidos que sus competidores. Comenzaron a asaltar de manera cada vez agresiva y dejaron de huir cuando aparecía un humano. Y esto, como era de esperar, provocó la aparición de los primeros casos de ataques de osos, en un pueblo que nunca había tenido ese problema.

A los habitantes originales no les quedó más remedio que volver a su situación anterior. El experimento había fracasado. Más allá de la crítica política al anarcocapitalismo, en el episodio subyace una reflexión mucho más profunda y filosófica sobre el concepto de libertad. Al fin y al cabo, sea cual sea su ideología parece que la disyuntiva de los sistemas políticos de nuestro tiempo está clara: ¿valoras más la libertad en detrimento de la seguridad o prefieres vivir más seguro y no ser libre del todo?

En el fondo, la cuestión no cuenta con un factor crucial y que echa por tierra los proyectos utópicos. La libertad humana total no existe, ya que irremediablemente dependemos de un entorno natural. En el caso de Grafton el factor natural que limitó la ambición de dar con un sistema político perfecto fueron los osos, un ejemplo convincente de que incluso aquellos que creen en la libertad por encima de cualquier otra cosa no son ajenos al ecosistema en el que se desenvuelven.

Alan Greenspan, el expresidente de la Reserva Federal, cuenta en sus memorias que conocer a Rand en persona fue uno de los acontecimientos más transformadores de su vida, pero también acaba admitiendo que su mayor error de gestión antes de la crisis de las hipotecas basura fue pensar que los mercados se podían regular solos sin ningún tipo de injerencia. No fue así y acabó aprobando bombardeos de millones de dólares para rescatar la banca.

Y es que cuando llega una crisis de las grandes, la tentación es volverse keynesiano.

 

Catedrático de Universidad de Biología Vegetal de la Universidad de Alcalá. Licenciado en Ciencias Biológicas por la Universidad de Granada y doctor en Ciencias Biológicas por la Universidad Complutense de Madrid.

En la Universidad de Alcalá ha sido Secretario General, Secretario del Consejo Social, Vicerrector de Investigación y Director del Departamento de Biología Vegetal.

Actualmente es Director del Real Jardín Botánico de la Universidad de Alcalá. Fue alcalde de Alcalá de Henares (1999-2003).

En el PSOE federal es actualmente miembro del Consejo Asesor para la Transición Ecológica de la Economía y responsable del Grupo de Biodiversidad.

En relación con la energía, sus libros más conocidos son El fracking ¡vaya timo! y Fracking, el espectro que sobrevuela Europa. En relación con las ciudades, Tratado de Ecología Urbana.