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Catalunya, la lucha sigue


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La década que va del 2010 al 2020 quedará marcada en los libros de historia de la península ibérica. El movimiento independentista en Catalunya se catalizó y se hizo enorme por muchos factores distintos, han corrido ríos de tinta intentando explicarlo.

La eterna bravura española es uno de los primeros causantes, la sentencia en contra de un Estatut votado por el pueblo de Catalunya, la negación de la existencia de este pueblo -premisa perfecta para negar su soberanía-, la crisis económica que lo afectaba todo des del 2008 y la falta de horizontes ilusionantes para la mayoría de la población, la necesidad imperante de algunos de seguir montados en la hegemonía -y, de rebote, tener una cortina lo suficientemente gruesa que tapara o maquillara sus fechorías del pasado y, alguna, del presente-, para otros la posibilidad de materializar su proyecto de siempre, etc, etc. Este conglomerado formado de intereses de uno, ideología del otro e indignación de buena parte de la gente cristalizó en forma de reivindicación nacional -por transversal, afectaba toda extracción social de la nación catalana- para la conformación de algo diferente a lo que había hasta entonces -algo que huyera a toda velocidad de lo que nos había llevado hasta allí: el pacto del 78-. El hecho es que el movimiento independentista se ha convertido, per se, en un hito. Una movilización constante que ya no acepta el sistema, ya no acepta el contrato -un contrato que, a pesar de maquillarlo durante años se ha rebelado como una gran mentira al servicio de unas élites que nunca pierden-.

Lo más llamativo -y a la par desconcertante para algunos- de todo esto es que los históricos representantes de estas élites, los dirigentes del nacionalismo de derechas, no tuvieran más remedio que subirse al carro. Nada se ha rebelado como más “antisistema” que el movimiento independentista. A la luz de la reacción de los grandes poderes económicos y lobbies poderosos en relación a los hechos queda claro que su incomodidad es grande.

Lo que pone de relieve todo esto es que, más que un tema nacionalista, es una lucha de clase, de base. Los dirigentes de derechas nacionalistas no tuvieron más remedio, se vieron empujados a subirse -y, a poder ser, liderar- al carro. Quien sabe si mandatados por estas élites para que, como habían hecho hasta entonces, intentar controlarlo. Nada ni nadie ha contribuido más a legitimar el régimen -que legalizó el fascismo y dio carpetazo a sus crímenes- del 78 que el nacionalismo de derechas del PNV y CiU. Es una simple observación, no un juicio. Uno no sabe que hubiera hecho en aquellos momentos, pero sí que es chocante que estemos pidiendo que el propio sistema se apuñale a sí mismo.

Sea como fuera estos dirigentes no representaban solo a las élites si no que, verbigracia, representaban a sus representados: gente de la calle -¿cuántos obreros votaban a Convergencia?, se lo digo yo: muchos, la mayoría de sus votantes lo eran, lo son-. Fueron víctimas de la democracia, fueron víctimas de la gente, los normales, piden república, piden cambios, piden la independencia de un estado que no les representa, de un sistema que les maltrato. Que los dirigentes se aprovechen de la épica, de la voluntad popular, para sus negocios es habitual. Pero que sus representados les empujen a lo que no quieren no lo es tanto. Aguijonear el sistema porqué lo pide el pueblo es algo que incomoda a los sistémicos. Por eso, también, es tan difícil ponerse de acuerdo en un único discurso. Al fin y al cabo todo es una pugna entre clases. No lo duden, en Catalunya, la lucha sigue.

Licenciado en comunicación audiovisual.