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Apuntes para salir del marasmo


(Tiempo de lectura: 4 - 7 minutos)

Trazar una guía para salir del marasmo político en el que nos hallamos implica definir el marasmo: “grado extremo de agotamiento o enflaquecimiento”, dice el diccionario de la Academia Española. ¿Dónde nos hemos agotado y enflaquecido? ¿Quién tiene responsabilidades en alentar este desconcierto? Las responsabilidades, con grados diferentes, son múltiples. Vayamos por partes. Empecemos por la derecha. El Partido Popular, a través de sus dirigentes, ha abandonado anteriores señas de identidad procedentes de cierto centrismo que le otorgó en su día una templada consistencia, muy necesaria en un país de extremos como el nuestro. Hoy asistimos a la abducción ideológica del PP a manos de Vox, partido enriscado en objetivos políticamente inviables en pleno siglo XXI. Negar, como niegan sus dirigentes, la violencia machista, el cambio climático, la España autonómica; arremeter contra derechos y libertades cívicas y sexuales conquistadas, amagando con suprimirlos, así como rechazar la voluntaria muerte digna; execrar el derecho a la memoria histórica y democrática, o proponer la ilegalización de los partidos nacionalistas y de izquierda son, sencillamente, aberraciones que no tienen cabida constitucional a estas alturas. Por eso, el primer mandamiento del decálogo que aquí proponemos consistirá en que Vox haga examen de conciencia y si desea ser naturalizado y salir del evidente corsé puesto alrededor suyo, corsé que extiende y aprieta sobre el PP, debe necesariamente abandonar ese ideario agresivo tan extemporáneo y adaptarse a los tiempos presentes ateniéndose a la Constitución del 78, susceptible, por cierto, de ser mejorada y enmendada puntualmente cuando los consensos necesarios para ello sean posibles.

En cuanto al PP, ha de idear un sistema de valores propio, suyo, centrado y nada extremo, verdaderamente democrático, tras percatarse de que el conservadurismo y la conducta plenamente democrática son magnitudes compatibles, y deseables, con puentes abiertos que faciliten una gobernación que, sin duda y sin éxito, ha tratado de hacer imposible al PSOE y al Gobierno de coalición. La línea de linchamientos sistemáticos emprendida por Aznar, Casado, Aguirre y Ayuso contra los socialistas y sus aliados gubernamentales a lo largo del reciente mandato coaligado, señaladamente contra Podemos, no tiene cabida en las prácticas políticas democráticas. Recurrir a los jueces para suplir la impotencia y la falta de imaginación propia para solventar políticamente los problemas políticos es un error que siempre se paga a precio de oro y lo estamos viendo y viviendo en Cataluña.

En la izquierda y en cuanto al Partido Socialista, será necesario que salga de sus propios límites, que abandone el férreo blindaje adquirido contra el hostigamiento recibido y se deje aconsejar por fuerzas a su izquierda, para movilizar su experiencia y su cultura gestora del poder, que son evidentes, con las cuales poder transitar por los puentes -hasta ahora bloqueados- que conducen al consenso y a la mejora de las condiciones de existencia de los españoles, catalanes, vascos y gallegos incluidos. Eso es lo que ha intentado hacer durante la pasada legislatura sin la ayuda que la derecha podía haberle brindado, sino más bien con su enemiga. Dando cancha a su izquierda interior y contigua, los socialistas se fortalecen. No estaría de más atender a los recientes y sorprendentes réprobos del socialismo y preguntarles a qué se deben sus inexplicables, e inexplicadas, salidas de tono, tan lesivas para los hasta ahora suyos.

A los líderes de Podemos cabe exigirles que refrenen su maximalismo; que tengan en cuenta que el mundo político no comenzó con ellos y que la izquierda a la que pertenecen guarda mucha energía política que no conviene a nadie derrochar en batallas personalistas. En cuanto a Sumar, sus deseos de elegantizar a la izquierda, refinar los estilos y modos de gobernar deshostilizando la manera de hacer política, prácticas en verdad de agradecer, debe mantener fija la mirada en la mejora de las condiciones de vida de trabajadores, parados e inmigrantes, como ha hecho hasta ahora, incorporando las justas reivindicaciones feministas. Algunas tentaciones hacia la izquierda caviar no tienen cabida en esta nueva formación, donde la cultura política socialcomunista, verdadera partera de la democracia española durante la transición, es garantía de sensatez y de eticidad.

De los partidos nacionalistas periféricos, de sus terminales independentistas, conviene destacar que o arriman el hombro, facilitando la gobernación del país y dejan de exigir siempre un grado más de tensión a la cuerda, o la cuerda se romperá más temprano que tarde. Los Estados, para su buena gobernación, exigen aplicar gubernamentalmente un álgebra muy compleja, que algunos pedigüeños desconocen viendo salidas simples a problemas históricos demasiado enjundiosos para trivializarlos con caprichosas demandas de inmediatez incumplible. Convendría persuadirles de que juntos, todos somos mucho más fuertes. En cuanto al nacionalismo centralista y unitarista hispano-español, si ama tanto a España como dice, ha de abandonar la metafísica estatal y percatarse de que la pluralidad enriquece, nunca mengua ni rebaja. Con respecto al nacionalismo en general, no estaría de más que abandonara la concepción incendiaria del identitarismo, verdadera gasolina que, por negar la otreidad, conduce casi siempre al conflicto frontal y al autoritarismo.

En las instituciones, la Corona no puede ser proclive a ninguna de las opciones políticas, axioma que no siempre queda claro en actitudes recientemente percibidas. El daño hecho a la institución por su anterior titular no obsta para aceptar que los españoles de a pie percibieran más atinencia formal al citado axioma cuando aquel operaba, antes de su auto-caída en desgracia. En cuanto a la judicatura, verdadero talón de Aquiles de nuestra democracia, muy pocas gentes de bien confían en que regirse por sí misma la familia judicial sea garantía de casi nada, habida cuenta del desacompasamiento respecto de la realidad cotidiana y democrática que muestran muchos, muchos, de sus miembros al emitir, omitir o permitir determinadas sentencias.

Todos estos rasgos, y muchos otros que el lector añadirá, hostilizan las relaciones intramuros de la sociedad y entre los partidos políticos, que representan a las distintas categorías y clases sociales existentes en la escena sociopolítica. Es precisamente tal hostilidad la que nos agota y genera el marasmo circundante. Por consiguiente, deshostilizar las relaciones entre los partidos políticos es condición sine qua non para despejar el desconcierto existente, donde, como hemos descrito, no todos los gatos son pardos.

Un dato a tener en cuenta: en Madrid, hay un bar o taberna cada 415 personas; y una biblioteca pública por cada 160.000 habitantes. Son datos que hacen pensar sobre si nuestra sociedad será capaz de salir del marasmo imperante en estas condiciones. No obstante, el necesario borrón y cuenta nueva exige poner la moviola a cero desde todas las latitudes ideopolíticas e imaginar como difícil pero viable y también posible la voluntad de acuerdo y de consenso para mejorar la calidad de la democracia en España. Extender el examen de conciencia y la autocrítica en la ciudadanía, a veces muellemente dormida en sus derechos sin pensar en deber alguno, así como en todas y cada una de las formaciones políticas, es indispensable para afirmarnos como Estado soberano en un escenario mundial convulso, donde algunos gigantes se tambalean y otros, que permanecían durmientes, al sentirse hostigados despiertan enojados.

Cambios macrocósmicos en el clima y microscópicos, agitados por los virus de las pandemias, son los verdaderos enemigos no solo de nuestra convivencia, sino de nuestra existencia misma. Esta existencia se ve también amenazada por ciertos virus instalados en el ecosistema económico, cuyos exponentes, hoy hegemónicos, que desdeñan abiertamente la democracia que trata de regular sus caprichos, siguen empeñados en desconocer que no es el dinero lo que crea la riqueza, sino el trabajo humano, el que reside en nuestros brazos y en nuestras mentes. De esto, los trabajadores sabemos bastante. Derrochar las energías en lides, en ocasiones demasiado superfluas, entre partidos siendo fuerzas tan necesarias para conjurar los titánicos desafíos que hoy encaramos, es un tremendo error que pagaremos muy caro.

 

Rafael Fraguas (1949) es madrileño. Dirigente estudiantil antifranquista, estudió Ciencias Políticas en la UCM; es sociólogo y Doctor en Sociología con una tesis sobre el Secreto de Estado. Periodista desde 1974 y miembro de la Redacción fundacional del diario El País, fue enviado especial al África Negra y Oriente Medio. Analista internacional del diario El Espectador de Bogotá, dirigió la Revista Diálogo Iberoamericano. Vicepresidente Internacional de Reporters sans Frontières y Secretario General de PSF, ha dado conferencias en América Central, Suramérica y Europa. Es docente y analista geopolítico, experto en organizaciones de Inteligencia, armas nucleares e Islam chií. Vive en Madrid.