La recesión que viene no es económica, es de valor.
- Escrito por Luis Antonio González Pérez
- Publicado en Opinión
Cuando nos referimos a la crisis iniciada en el año 2008, usamos expresiones como “el pinchazo de la burbuja”, “el fin del reino de la especulación”. No estamos lejos de la realidad, aunque desde nuestro punto de vista, la definimos de forma tal que no nos vemos involucrados, sin ser parte. Y es que esa crisis lo fue de valor. La especulación como tal es el aprovechar el beneficio generado por la diferencia entre el precio de intercambio de algo, sus expectativas crecientes, y el valor original del mismo. Y así fue, creímos en la especulación, porque creímos en un dinero fácil, un en dinero barato, en bienes que no dejarían de subir de precio, en un bienestar permanente. Y nos equivocamos. Y ese error se cebó con nuestra sociedad, con nuestro modo de vida, y arruinó muchos sueños.
Por supuesto esa crisis tuvo otras causas, y también muchas otras desastrosas consecuencias. Hay incluso quien afirmó que se trataba de una crisis de envidia ya que, mientras las personas creían estarse repartiendo el pastel la de especulación (ahorrarse los impuestos al pagar pequeñas facturas, cobrar más por cobrar en dinero B, conseguir financiación por encima del valor del bien, o conseguir negocios gracias al pago de peajes, etc.), nos dimos cuenta que otros se repartían realmente el cofre del tesoro a manos llenas, sin nosotros. Mientras la crisis nos ahogaba, ellos nadaban en la abundancia generada en esos años no tan lícitamente. Y nos dio envidia, o rabia. Como prefieran llamarlo. Pero no fue un ataque de moralidad o principios, porque lo que ocurría era por todos conocido, y éramos parte de una forma u otra. Duele, pero más duele creernos ajenos y no reflexionar para que no se repita el error común.
Cierto y justo es decir que sí sirvió para que algunas mentes adormiladas despertaran en su conciencia, en su capacidad crítica, de su mudez, y algunos colectivos, sectores e incluso ideologías pusieran sobre la mesa sus exigencias. También nos llevo a entender que hay que vigilar el ansia individual o colectivo, público o privado, de otras formas diferentes. Y nos presentó grandes ejemplos de sociedad justa, generosa, protectora y responsable. No todo iba a ser negativo.
Pero la recesión que se avecina, aunque muchos la negaran y otros nos pusieran el horizonte lejano y difuso, es resultado de más de lo mismo. En estos años, y como respuesta a cualquier crisis, toca realizar verdaderos cambios, reformas profundas, apuestas decididas, grandes sacrificios. Y no ha sido así.
Cuando hace no más de dos años nuestra mejor noticia económica era el crecimiento del precio de la vivienda en más de 2,5% interanual; y recuperábamos los valores de 2005, escuchamos a muchos hablar del gran milagro español y su crecimiento. No atendimos a que estábamos celebrando el crecimiento de la causa que nos había llevado a la crisis anterior. Es decir, nos recuperábamos por el mismo camino andado. No entendimos la alegría. Porque además comprendimos que era suficiente justificación para no hacer lo necesario, y para repetir los mismos problemas. Una y otra vez.
Como país todavía no hemos conseguido un pacto real y amplio sobre la educación, encontrándonos con más de una ley por legislatura, algo novedoso en nuestro entorno europeo. Estamos en los índices más bajos de inversión en educación, y los políticos siguen llamando a estas partidas “gasto”. Y es que el concepto es importante. Se invierte para un beneficio futuro, se gasta cuando algo no produce nada. Si esa es la concepción, ahí puede que tengamos el primer problema. Seguimos primando la suficiencia en vez de la excelencia, el conocimiento parcial en vez de las habilidades generales. La simplicidad en la idea en vez de la actitud crítica. La titulación en vez de la capacidad.
No estamos mejor en I+D, donde la evolución negativa del dinero destinado es cada vez menor, y la participación pública cada vez más reducida, sin entrar a valorar el objeto de la misma. Un país que no cree en la innovación y en el desarrollo, está condenado a morir sirviendo de mano de obra barata para el resto de su entorno; o para proveer de servicios sin valor añadido o materiales que otros aprovecharán multiplicando su margen por cinco o por diez. Invertimos durante años en formar a los mejores profesionales que salen de nuestro país a revertir los beneficios de esa inversión y destacar en otros lugares.
Las políticas de empleo no se han basado en la reconfiguración de un mercado con un problema estructural histórico, y que se quebró tras las crisis con trabajadores no cualificados, especializados en un sector en quiebra. No se repensó el modelo, ni se generó alternativas. Se subvencionó el propio fracaso de los que debieron modificar el modelo.
Cada vez que se plantea una nueva ayuda, un nuevo subsidio, lo que yo leo en la comunicación, es la afirmación velada del fracaso de la gestión pública, de la eficiencia y acierto de la administración. Cuando se ofrece un ayuda a parados de larga duración, se nos explica que no han sabido realizar otro tipo de políticas que favorezcan la rotación del empleo, las contrataciones de los colectivos en riesgo, la formación en sectores demandantes de empleo, etc. Como este, muchos otros casos. Pagan porque nos callemos. Financian el silencio sobre su error.
Pero también tenemos un sistema tramposo. Un sistema corroído. El BCE ofrece liquidez que se transforma en financiación sin límite y sin fijar los objetivos para la misma. Y ¿qué esta mas rápido consumir o invertir? Consumir claro está. Y por eso financiamos y facilitamos el consumo, desincentivando la inversión, el emprendimiento, y favoreciendo del desahorro familiar. Pero no sólo eso, sino que también favorecemos una sociedad que no ha dejado de lado un principio cuestionable de vida y felicidad: soy lo que tengo. Y que ha pasado a ser: soy lo que más actual tengo. Y lo saben las marcas de tecnología, que venden sus más recientes terminales con diferencias de entre el 15%-35% más de precio en España que en el resto de países europeos. Un sencillo pero esclarecedor ejemplo.
Efectivamente volvemos a una crisis de valor, a un cuestión de valor. Más del 50% de los gastos que tiene la población española al mes es gasto superfluo o no necesario, gastos que no existían hace 35 años. En cuanto a su consumo, el índice puede estar entre el 20%-35% dependiendo del nivel de ingresos. Compramos barato muchas veces, porque ya no tenemos mentalidad de lo que perdura o se hereda. Compramos por experiencia, en vez de por necesidad. Generamos necesidades en vez de reconocerlas y cubrirlas suficientemente. Y multiplicamos ese problema con las nuevas generaciones, con canguros tecnológicos y recompensas inmediatas y caras creando una sobredimensión de su capacidad de vida.
Pero la especulación vivida no está solo en eso. También lo está en nuestra clase política. Que también tiene una importante crisis de valor. Una diferencia evidente entre la oferta y el precio; y su valor real o capacidad ejecutiva. Hace unas décadas preguntaríamos a la población y algunos reconocerían un número de políticas o proyectos del partido al que han votado; hoy posiblemente ni tan siquiera algunos políticos conocerían sus propios planes. Prima la expectativa generada en el público, la reputación pública, la imagen; no el resultado. Ya no hay quien se arriesgue a perder unas elecciones por una decisión buena o largoplacista para su país. Quien pactaría con un enemigo político por una estabilidad real. O al menos, no llegan a los puestos en los que podríamos verlos tomando estas decisiones. Por tanto, el propio sistema de especulación lo ha copado todo. Y quienes deberían evitarlo, son los primeros inmersos en el sistema y resultado de este.
Es por eso por lo que creemos que nuestra sociedad merece una amplia revisión y una inmensa reconstrucción desde sus bases. Hablemos de principios, de cuáles son nuestros principios; para poder luego decidir nuestro futuro, la sociedad que queremos. Una vez decidido esto, planteemos las estructuras que precisamos, los proyectos que ejecutaremos, lo que habrá que cambiar para que resulte y lo que necesitaremos aprender, concienciar o implementar para lograrlo juntos. Hablemos de compartir valor, de responsabilidad social, de economía circular. Hablemos de felicidad, de formación en toda su amplitud, de innovación.
Hablemos de humanismo, de cultura, de filosofía. Hablemos también de modelos productivos sostenibles, de calidad en el capital humano. Y hablemos también de sistemas políticos limpios, éticos, transparentes, sencillos y adaptativos. Hablemos sobre todo de personas, de colocar a las personas en el centro. De creación de valor compartido. De ser sostenibles en el tiempo y responsables con todo cuanto somos y nos rodea.
Luis Antonio González Pérez
Luis Antonio González Pérez (Telde, Gran Canaria, 1983) es Presidente del Instituto Internacional del Valor Compartido, Secretario General del Instituto Internacional de Ciencias Políticas, coach y formador en habilidades directivas y de comunicación, especialista en responsabilidad social corporativa: Master en Comercio Internacional por el Instituto Europeo de Posgrado, Licenciado en Administración y Dirección de Empresas y Título Propio en Formación Humanística por la Universidad San Pablo - CEU. Poeta con más de diez libros publicados, traducido al inglés, alemán y portugués, ha realizado crítica de arte, colaborado con medios digitales y radiofónicos.