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La cuestión identitaria


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El hombre universal (genérico de ser humano) diferenciado del hombre identitario, es una cuestión filosófica y política. El hombre es en esencia una entidad de pensamiento, emociones o sentimientos, entendimiento, raciocinio, percepción, imaginación y voluntad y su dimensión psicológica tiene como condición, la posibilidad de la interacción con otros seres humanos.

Aunque el ser humano puede ser considerado como un ser social, se aparece como una indiscutible individualidad, puesto que genera esquemas mentales propios, que hacen que cada cual sea como es.

Se construye a sí mismo y rige su propio destino, sin embargo y así mismo, constituye una entidad interrelacional concebida para coexistir y convivir, necesita de los demás para progresar y caminar hacia una cierta realización, un tránsito tendiente al menos a superarse a través de la educación, siempre que esta sea libre, o para progresar en todos los sentidos y trascender a través de la esfera afectiva y del amor.

En los siglos XVII y XVIII, se inició un camino que buscaba superar la configuración estructural de la edad media, las revoluciones de norte América, que dieron lugar al nacimiento de los EE. UU y la revolución francesa, dieron un paso que no tendría vuelta atrás, la construcción de las naciones. En Alemania, Hegel, Schelling, empujaron hacia una concepción, que tal vez, en algún momento de la historia reciente tuvo consecuencias, pero sobre todo Johan Herder, discípulo de Kant, fue uno de los padres de la ideología identitaria y junto a Goethe alumbraron el movimiento Sturm und Drang (tempestad y empuje).

Había nacido un discurso identitario colectivo, que diluye la condición de ciudadano dentro de un proyecto nacional. Decía Herder que el genio de la nación residía en la lengua y que ésta es el principal elemento de la cultura de un pueblo.

Es por eso que todo nacionalismo recurre a la lengua como elemento aglutinador que actúa como segregador de lo que viene del exterior de sus fronteras y dentro de su particular mitología.

Por otra parte, la afinidad entre identidad y cultura lleva a una tergiversación conceptual. Veamos, en la Edad Media, cultura designaba un terreno cultivado, en el renacimiento apareció la idea del hombre "cultivado", es decir, alguien instruido y desde ese momento hasta nuestros días, el termino se ha aplicado a la concepción de un ser con amplios conocimientos y desarrollado dentro de unas normas, creencia, usos y costumbres.

En la antigua Grecia la cultura estaba marcada por la filosofía, posteriormente en la antigua Roma, la característica eran las normas que regían la comunidad y ordenaban la vida ciudadana, es decir el derecho; en el renacimiento, estaba impregnada por la literatura y las artes; y es a partir de la ilustración cuando se la identifica con el conocimiento y la ciencia. Es por eso, que invocar a la cultura como seña de identidad, cuanto menos es confuso, porque da lugar a pensar que el conocimiento, la creatividad o la ciencia tienen bandera y responden a una cierta frontera.

Hoy la identidad cultural pretende correlacionarse con la escala de valores personales en base a criterios comunes dentro de una sociedad y maneras de pensar, juzgar y/o comportarse, por ello esta asociación puede pervertir el sentido propio del concepto universal de ser humano.

El primero, el hombre universal, es un ciudadano sin fronteras, despojado de patria, de nación, de raza. Participa de un ideal donde la fraternidad, es la aspiración máxima y lo humano abarca la concepción ética del pensamiento.

El ser humano trabaja para su desarrollo, su perfeccionamiento; aspira a alcanzar un ideal o a devenir trascendente y si no lo hace, sólo vegeta moldeado por medio. Así inmerso en un conglomerado uniforme, se vuelve mediocre y se cobija en una identidad colectiva que actúa como defensa a su falta de realización personal.

El fin de las ideologías del siglo XX ha contribuido a dar un paso hacia atrás y la tendencia empuja a refugiarse en los nacionalismos, una forma de protección frente a la amenaza exterior en un mundo marcado por la globalización y en plena era de la comunicación. Es de alguna forma, una manera de volver vestirse con las mortajas del pasado, en una regresión medieval, ignorando los nuevos paradigmas.

La edad contemporánea ha finalizado y la nueva era aparece confusa, y presenta alguna semejanza con aquellas épocas en los que se vivió la caída del imperio romano o cuando cayeron los reinados absolutistas.

En el presente, la pobreza conceptual lo invade todo y renacen los nacionalismos, las sagradas patrias y los falsos líderes. La amenaza del regreso a épocas oscuras acecha, blandiendo la ignorancia como arma para hacerse con el mando en medio del caos.

Los principios de justicia social y fraternidad y la convicción de que todos los hombres sin distinción de nación, raza, cultura, religión o posición social nacen con los mismos derechos y obligaciones, constituyen la única vía para alejarse de la regresión nacionalista e identitaria.

Podemos escudriñar en la filosofía y observaremos que el principio de la identidad entre el pensamiento y el ser, constituye la base del sistema de Hegel, identidad absoluta entre lo subjetivo y lo objetivo, entre lo ideal y lo real, es para el hegelianismo lo constitutivo de la esencia de identidad, la identidad de uno mismo¡, pero en ningún caso se encuentra este concepto asociado al colectivismo en los que amparan los pensamientos nacionalistas. Actualmente, las ideas de la identidad metafísica entre el pensamiento y el ser las predican algunas escuelas del neotomismo1.

Por último, me pregunto si la búsqueda de tal cuestión identitaria y su enlace con los nacionalismos, no esconde una falta de autoestima, inseguridad, miedo o un sentimiento frustrado en el trasfondo de las demandas nacionalistas. Cabria recordar, para una posterior reflexión, que una manifestación clásica de los espíritus frustrados es la agresividad.

¡Ya Sócrates nos recordaba el viejo precepto del frontispicio del templo de Delfos en Grecia: Conócete a ti mismo y conocerás el universo.

1En la base de la sociología neotomista figura la utópica y reaccionaria idea de una tercera sociedad, más progresiva y más justa que el capitalismo y que el socialismo, una sociedad en la cual la Iglesia estará en el poder.

Doctor en Psicología Social, Profesor Retirado de la Universidad de Barcelona. Docente de distintas universidades de España y América Latina.

Conferenciante, Asesor para la vinculación académica Internacional. - Ha sido Experto Internacional de la O.E.A, y Catedrático de la Escuela de Especialización de la O.E.A. (Panamá) y director de Proyectos del Fondo Social Europeo. UE.