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Tila, mucha tila y un poco de cultura democrática para las tres derechas


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Con frecuencia se debate en psicología política y en sociología qué queda en este país del franquismo, del denominado franquismo sociológico tras 40 años de larga dictadura, como bien conoce uno de los que suenan para ministro, una de las mejores cabezas de este país, Manuel Castell. Hoy podemos responder a estas cuestiones con mayor claridad, una vez que la crisis de un PP, sumido en la corrupción de la Gurtel, los sobres y sus Bárcenas y Aguirres, dejó libre a la extrema derecha que siempre anidó en el PP para, además eliminar complejos y apariencias, construir un discurso y unas políticas de rechazo claro al inmigrante, a las mujeres o de reivindicación del franquismo, sumándose y conectando con la era global del miedo que representa como fenómeno mundial Trump, Bolsonaro, Lepen o Fini, entre otros.

La cultura política de nuestras derechas era y es reaccionaria, y no tiene referencias en otras derechas de Europa, lamentablemente. Cuando democráticamente las izquierdas se unieron en el Frente Popular (pese a lo mucho que le cuesta la izquierda unirse pues tienden más a debatir y discutir que a acordar) ganaron la elecciones en el 36, la derechas se levantaron en armas dando un golpe de estado contra el gobierno legítimamente  elegido en votación, provocando una cruenta guerra en la que el objetivo no era otro que limpiar media España de lo que consideraban una enfermedad y una plaga a exterminar, no podían aceptar no gobernar; en su cultura el poder les pertenece o hay que destruir y sembrar el caos, sirviendo cualquier cosa para su objetivo.

Paso también en la victoria de Zapatero en la que lejos de aceptar que perdieron las elecciones por llevar a este país a una guerra como la de Irak o por sus políticas de recortes durísimos construyeron una teoría de la conspiración que aún mantienen.

Cuando Pedro Sánchez gana la primera moción de censura en democracia por, entre otras cosas, la sentencia judicial firme ante la corrupción generalizada del PP hablaron que se pretendía romper España y de los mayores males del universo, después perdieron dos elecciones, pero siguen apostando porque las únicas elecciones que parecen válidas serían aquellas en las que fruto del cansancio y el hastío ganasen por fin.

Da igual todo salvo ocupar sea como sea el poder, y en lo que sea vale manipular imágenes (como manejar vídeos trucados de supuestos aplausos a Bildu) o volver a sacar el lema de España se rompe, o interrumpir el discurso de aquel con el que no se está de acuerdo al más puro estilo de José Antonio Primo de Rivera y su preferencia por los puños a las palabras, llamar al transfuguismo, insultar, presionar a los diputados o pedir abiertamente un golpe de estado porque supuestamente la izquierda está dándolo (exacta justificación, por cierto, al golpe de estado del franquismo en el 36); ni se quiere aceptar, ni siquiera se quiere debatir, sobre políticas y sobre un programa de gobierno excelente, y que beneficiaría a la mayoría de la gente de este país, vale insultar, meter miedo y envolverse en la bandera, llamando al Apocalipsis en una reacción tan poco democrática como destructiva del bien común que no importa ni lo más mínimo si no son ellos los que gobiernan.

Es sumamente preocupante, pero muy clarificadora esta actitud en la que vale todo con tal de deslegitimar al otro, algo tan lamentable como preocupante porque rompe las reglas del juego democrático que solo parecen valer si gobiernan ellos.

Pese a todo y gracias a los votos de los y los y las ciudadanas habrá, sin embargo, un gobierno decente que rompa con la corrupción, progresista, que se centre en desarrollar políticas sociales y en ampliar derechos y que apuesten por el diálogo para resolver las diferencias.

Queda mucho franquismo por limpiar y combatir, mucha pedagogía que hacer, mucho miedo que superar, muchas fronteras por derivar y mucho diálogo por compartir, con el franquismo y el neofranquismo no vale dialogar o ser tolerante, hay que desarmarlo y combatirlo.

Doctor en psicología, presidente de la Fundación Psicología sin Fronteras, vocal del colegio oficial de psicólogos de Madrid en intervención social y emergencias. Trabaja en la actualidad en el Ayuntamiento de Getafe en el área de salud, consumo y adicciones, con más de 15 años de experiencia docente en diferentes universidades y con varios libros y artículos.