El coronavirus y la responsabilidad
- Escrito por J. Guillermo Fouce Fernández
- Publicado en Opinión
Estos días de crisis y reclusión están sacando lo mejor de cada uno, y, en pequeñas porciones, también lo peor de otros.
Entre los segundos ejemplos, que son, afortunadamente pocos, podemos encontrar a aquellos que salieron de su lugar de residencia habitual para irse, por ejemplo, a su segunda vivienda en la playa, con el riesgo de expandir el virus, o aquellas personas insolidarias que deciden salir a la calle cuando todo el mundo se queda en casa, al principio quizá por desconocimiento o porque no se creían la situación, ahora, porque piensan solo en ellos mismos utilizando por cierto, a veces argumentos que traten de justificar lo injustificable, como teorías de la conspiración o planteamientos de que si uno está bien todo está bien, porque parece que todo empieza y termina en la propia realidad. La presión social y también las sanciones externas deben estar ahí para controlar y eliminar estos comportamientos incívicos e insolidarios.
Son, sin embargo y afortunadamente infinitamente muchas más las muestras de responsabilidad y solidaridad, como los aplausos y homenajes a los profesionales sanitarios y otros profesionales que están respondiendo a esta situación crítica y atípica, o los videos de humor o las iniciativas para ofrecer y proponer actividades (conciertos, bibliotecas, libros, visitas virtuales y un largo etcétera) o las guías para darnos consejos en estas situaciones, como la del Colegio oficial de la Psicología de Madrid o el cuento del mismo Colegio para explicar a los niños y niñas el virus, o iniciativas para hacerle la compra al que no puede o apoyarle llamándole.
La solidaridad activa un mecanismo básico de respuesta como es el apoyo mutuo, un espacio para encontrarnos con otros y otras claves para afrontar dificultades y que es especialmente saludable. Si se tiene poco apoyo social o las relaciones que uno tiene no son satisfactorias, la salud física y mental se deteriora porque la salud, como sabemos desde hace mucho tiempo y plasmó la Organización Mundial de las Salud, es una relación entre lo físico, lo social y lo psicológico, en una especie de triángulo equilátero en la que los tres elementos son necesarios y a los tres hay que cuidarlos por igual, interaccionando y completándose mutuamente. Cuidar el cuerpo, la mente y las relaciones supone, por tanto, cuidar nuestra salud y mejorar nuestra calidad de vida.
Por eso hay que seguir incentivando y pidiendo solidaridad y canalizándola para que, a partir de, por ejemplo, actos espontáneos y concretos estos puedan generalizarse, organizarse y estructurarse dando respuestas creativas a situaciones complejas como esta que vivimos, evitando a que el obligatorio aislamiento físico se sume el aislamiento emocional y social que deterioraría la salud y el bienestar de todos y cada uno de nosotros
La solidaridad es un principio fundamental en nuestras sociedades y debemos tratar de reforzarla incrementarla y organizarla para que respuestas puntuales puedan convertirse en respuestas a largo plazo como hacen las organizaciones no gubernamentales sin cuya ayuda y estructura muchas cosas en nuestras sociedades irían infinitamente peor.
J. Guillermo Fouce Fernández
Doctor en psicología, presidente de la Fundación Psicología sin Fronteras, vocal del colegio oficial de psicólogos de Madrid en intervención social y emergencias. Trabaja en la actualidad en el Ayuntamiento de Getafe en el área de salud, consumo y adicciones, con más de 15 años de experiencia docente en diferentes universidades y con varios libros y artículos.