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La buena muerte


(Tiempo de lectura: 2 - 3 minutos)

“No se puede defender una vida digna sino se defiende una muerte digna”.

No cabe duda de que, a pesar de ser la única certeza que la Humanidad tiene, afrontar el tema de la muerte siempre es delicado. Mucho más cuando la referencia se hace sobre la eutanasia. Es decir, ayudar a que una persona que voluntariamente quiere acabar con su vida pueda hacerlo con la mayor dignidad posible. Se trata sin duda de resolver más allá de los cuidados paliativos, que en ocasiones no sirven.

Ante esta situación hemos de considerar que previa a la muerte puede existir procesos degenerativos, procesos que provocan un gran sufrimiento con dolores intensos, tanto físicos como psíquicos, en las personas y no tienen una solución médica, con el estado actual de los conocimientos científicos.

Existen personas que son capaces de afrontar estas situaciones, pero otras son incapaces, y solo ven que la muerte es su salida, su único futuro y no desea, no puede, no tolera, seguir viviendo en ese nivel de padecimiento y sufrimiento, sin calidad de vida alguna. Porque vivir no es solo estar vivo.

La sociedad debe prestar la mayor atención a las demandas de su ciudadanía y no puede permanecer impasible nunca. Más aún cuando de lo que hablamos es defender la libertad individual y de la que la muerte digna. La eutanasia representa una opción más, solo una opción. No es ninguna imposición a nadie, solo es una posibilidad más de elección. En esto, como en tantas otras cosas, no se debe confundir la regulación legal con la generalización de su aplicación. Esa trampa ya se nos intentó con la ley del divorcio, la despenalización del aborto o el matrimonio entre personas del mismo sexo, como si todos y todas nos viéramos afectados por esas decisiones individuales que regulaban dichas leyes.

Tampoco hablamos de una muerte por compasión, sino actuar con comprensión ante una situación en la que la persona solo ve la luz del día desde la oscuridad del sufrimiento, y su única alternativa es no alargarlo, poniendo todos los medios paliativos a nuestro alcance a la espera del final o, y no tenemos que tener escrúpulos al decirlo, acudiendo a la eutanasia.

La palabra eutanasia proviene del griego: eu- que significa bueno, y thanatos, muerte; es decir hablamos de la buena muerte, cuando es inaplazable. No hablamos de una ayuda al suicidio, pura y dura, sino de facilitar el tránsito en las mejores condiciones posibles a quienes ya no tienen esperanza de una calidad de vida. Morir con dignidad necesita de la intervención de los médicos, que deben tener las garantías suficientes y, sobre todo, de una legislación que regule y ampare este derecho a morir dignamente, como tantas leyes otras amparan otros muchos derechos. Necesita de de una vez por todas de la solidaridad ante un sufrimiento inútil y estéril, porque fomenta la dignidad en un momento tan complicado como es la muerte. Una dignidad que implica respeto hacia el sujeto que lo decide y los profesionales que intervienen.

Elena Muñoz Echeverría es licenciada en Historia del Arte, gestora cultural, editora y escritora. Ha ejercido la docencia durante veinticinco años. Desde 2015 a 2019 ha sido vicepresidenta de la Asociación de Escritores de Madrid.

Autora de un blog de éxito MI VIDA EN TACONES

http://mividaentacones59.blogspot.com/

Tiene diez libros entre poesía y narrativa. En 2018 estrenó su primera obra teatral. En la actualidad acaba de publicar su quinta novela, El amante pluscuamperfecto, con Ediciones Ondina.