El momento del cambio
- Escrito por Manuel Román Lorente
- Publicado en Opinión
Estas dos últimas semanas, mientras en España hemos estado discutiendo sobre “salvar las navidades”, sea lo que sea lo que tal expresión quiera decir, en Estados Unidos han recogido los resultados de su fiesta de Acción de Gracias, una festividad que en la práctica implica toda la semana y culmina en el muy conocido Black Friday. Como cabía suponer, los contagios, las hospitalizaciones y la mortalidad se han disparado, y las tendencias no pueden ser más desoladoras. En otras palabras, que no hay situación tan mala que no sea susceptible de empeorar, que es lo que vamos a ver cuando recojamos la factura del puente de la Constitución. Si en algún momento fuéramos capaces de escarmentar en cabeza ajena, veríamos que, simplemente, no merece la pena el riesgo.
Es probable que las navidades de este año vayan a terminar convirtiendose en esa divisoria existencial en la que no queda más remedio que enfrentarse a la realidad, pero eso solo lo sabremos después. La pasada primavera superamos lo que ahora llamamos primera ola porque queríamos ver un horizonte de retorno a esa normalidad previa que nos habían arrebatado de un plumazo. Una primavera encerrados, viendo la vida florecer a nuestro alrededor, pensando en un verano en la playa, en el bar, en el centro comercial, en el fútbol... obviamente los afortunados que podían, porque muchos vieron trastocada su existencia, o precarizada y devaluada aun más.
Todos, en todo caso, esperábamos un horizonte de recuperación y algunas de esas cosas volvieron. Y así nos vemos ahora, conviviendo con centenares de muertos a diario. De nuevo ha habido que llevar al limite al sistema sanitario público y, sin haber llegado a controlar la epidemia, hemos vuelto al debate surrealista sobre hacer las cosas como antes; ahora se trata de celebrar las navidades “como siempre”.
Tiene gracia esa expresión empleada para unas celebraciones en las que es de sobra conocido cuando se empezó a hacer cada cosa y por qué. Prácticamente todas las pretendidas tradiciones son fruto de afortunadas operaciones de marketing, y es de temer que ese sea el motivo de la preocupación por la conservación de tales ”tradiciones”. La discusión por 6 o 10 personas en los eventos familiares, que sean familia o no, que se pueda ir a la residencia secundaria o viajar,... influye directamente en el consumo, las compras, el gasto global y los beneficios. Si el festejo solo incluye a una o dos personas más del círculo familiar preexistente, es probable que el gasto medio sea menor que si hay cuatro o cinco, y no es sólo gasto alimentario como puede suponerse. Subyace, de nuevo, la idea de que hay que “salvar la economía”, cuando hasta la directora del FMI ha escrito que no hay economía posible sin haber neutralizado la epidemia.
Y es que, de nuevo, no se trata de la economía, sino de los beneficios de unos pocos. Sería ingenuo pensar en más empleo, porque las empresas ya han dado por descontada la campaña y se limitan a rescatar a quienes tengan en un ERTE. Incluso esta generalización de “las empresas” es también excesiva: nada tiene que ver el pequeño comerciante o industrial con la gran firma internacional. Es el momento de reconocer que “salvar las navidades” no es posible ni deseable.
Es también el momento de aceptar que la realidad ha cambiado y pensar en cómo crear un nuevo modelo que nos permita mantener las actividades importantes en esta nueva realidad. Disponer de vacunas va a permitirnos convivir con esta enfermedad, pero no es lo mismo que un tratamiento. Son un mecanismo de reducción de los contagios hasta hacerlos improbables, pero para que eso suceda han de estar generalizadas, y no sólo en España. Eso no es algo que vaya a suceder en un corto espacio de tiempo.
En el corto plazo, aceptación implica reconocer que no es recomendable crear actos y eventos de reunión social, que no podemos fomentar las concentraciones, sean las que sean, que es un problema juntar a las familias, y es todavía más problema llenar los centro comerciales. Fijándonos en el medio plazo, hay que repensar este modelo económico que se basa en espirales locas de consumo. Se han perdido muchos empleos y muchas empresas no podrán resistir más tiempo, y como se ha de poner coto a los contagios es evidente que tenemos que reformular nuestra actividad económica. No podemos modificar la realidad de la epidemia, pero sí nuestra actividad para adaptarnos al nuevo contexto. Es el momento.
Manuel Román Lorente
Nacido en 1967, es economista desde 1990 por la Universidad Complutense. En 1991 se especializó en Ordenación del Territorio y Medio Ambiente por la Politécnica de Valencia, y en 1992 en Transportes Terrestres por la Complutense, empezando a trabajar en temas territoriales, fundamentalmente como profesional independiente contratado por empresas de ingeniería.
Ha realizado planeamiento urbanístico, planificación territorial, y evaluación de impacto ambiental. En 2000 empezó a trabajar en temas de desarrollo rural, y desde 2009 en cuestiones de políticas locales de cambio climático y transición con su participación en el proyecto de la Fundación Ciudad de la Energía (en Ponferrada, León).
En 2012 regresó a Madrid, hasta que, en diciembre pasado, previa oposición, ingresó en el Ayuntamiento de Alcalá de Henares, en el Servicio de Análisis Económico.