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Trump, entre Catilina y Julio Cesar


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La lectura de la historia de la Republica Romana reúne en sí misma todo lo que concierne al ser humano en las relaciones de poder. La obra de Vertot, Historia de la Revoluciones de la Republica Romana de Vertot “puesta en castellano para uso de la juventud estudiosa” es un buen ejemplo de ello. Era más que razonable pensar que la respuesta del Trumpismo ante su previsible derrota de noviembre, pasase por no reconocer los resultados, culpar a las “fuerzas oscuras” de la manipulación electoral, y hacer de la derrota una victoria a modo de capital político que estimule una disidencia sistemática de signo ultraderechista de coartada libertaria. Así ha sido.

Es la lógica del recuerdo de lo que pudo ser y no fue, el hurto de la victoria por parte quienes desde oscuros despachos, conspiran contra la verdadera América, aquella que quiere volver a ser grande. Aquella a la Trump, dice representar.

La irrupción en política de Donald Trump, vino acompañada de todo un ejército de agitadores, tribunos, demagogos y populistas. Es natural pues la propaganda, la desinformación y la injerencia de terceros países unida a la disolución del tradicional contrato social entre el ciudadano y el Estado explican, entre otros factores, la victoria de este tribuno de Wall Street a quien el pueblo hizo Cónsul.

Tampoco España y por supuesto Europa están libre de la amenaza de un nacional populismo que no entiende de adscripciones ideológicas, salvo la del autoritarismo en acción bajo la egida de un nuevo cesarismo.

Como ya se ha repetido en más de una ocasión en este mismo diario, hace falta un pacto de estado contra la desinformación y la polarización social que derive en un marco legislativo que no solo minimice, si no que persiga la creación de arquitecturas de desinformación que fomenten la división social con el ánimo de generar capital político que en no pocas ocasiones, podría sospecharse que se encuentran de manera indirecta al servicio de terceros países.

Ahora bien, la creación de un marco legislativo, de prevención y respuesta no parecen por si mismas suficientes. Hace falta un nuevo contrato social, aun cuando sea de carácter simbólico. De la misma manera que muchos ciudadanos estadounidenses deben de sentirse ultrajados ante la toma por la fuerza del Capitolio, los europeos debemos de mantenernos vigilantes ante la irrupción de la demagogia y el populismo en el debate público. Ya no podemos hablar del estado-nación, si no de estado-ciudadanía. Un nuevo contra social, que auné identidades entorno a un proyecto común de carácter cívico e ilustrado. No obstante, las redes sociales y la propaganda, parecen abonar el terreno a las identidades de carácter extremista, donde el rencor, el matonismo y el rechazo a toda convención cultural parecen generar una sustrato social tendente a socavar la democracia representativa y la propia solidez de la Unión Europea.

Mientras, algunos siguen alimentado la polarización social con la intención de generar capital político. Lo vemos a diario y hoy como ayer apelamos a la defensa de lo que nos es común. Ya lo dijo Marco Tulio Cicerón harto de la osadía de la conspiración de Catilina y de la inactividad del Senado, ¡Oh tiempos, oh costumbres!

Román Echaniz Carasusan es politólogo de formación, especializado en Seguridad Ciudadana y Política Anti Terrorista.