La Internacional del odio
- Escrito por Alberto Vila
- Publicado en Opinión
“Si las masas pueden amar sin saber por qué, también pueden odiar sin mayor fundamento” William Shakespeare
El odio acarrea consecuencias destructivas y peligrosas. Sugiere, específicamente, agresiones físicas, psicológicas, o verbales. No se detiene si en ocasiones estas llevan a la muerte de personas producto del odio que alguien siente por las mismas. Por tanto, se conoce como odio a la antipatía o aversión hacia alguna cosa o persona cuyo mal se desea. La palabra odio es de origen latín “odium”. De aquí que el odio sea sinónimo de hostilidad, resentimiento y rencor. Todo ello genera un sentimiento de profunda enemistad y rechazo, que conduce al mal hacia una persona o el deseo de enfrentamiento con la misma.
El odio es visto como un valor negativo que va en contra del amor o la amistad, que produce disgusto o repulsión hacia una persona, cosa, institución o situación con el deseo de destruir o evitar todo aquello que se odia.
Los que se conocen como crímenes de odio, son aquellos que se caracterizan por la intolerancia y la discriminación. El odio hacia los diferentes, sea por raza, religión, discrepancia política u opciones sexuales, estaría encuadrado en esa figura. El enaltecimiento de posiciones filosóficas que promuevan esas actitudes también lo son.
Los movimientos políticos y religiosos que buscan la exterminación de los diferentes están en esa posición. Son fundamentalistas. Extremistas antidemocráticos. Son el odio en su más pura expresión. Están en todas las instituciones. Se protegen. Tienen clara su misión. Odiar. El odiar es fruto de la inseguridad. Desde el odio no se alcanzan consensos.
Por tanto, para ellos, el odio se canaliza de manera violenta, tanto sea explícita o implícitamente. De nada sirve que el monopolio de la violencia se reserve para el poder legítimamente constituido, como en las democracias, si este se emplea de modo desproporcionado para reprimir la alteración del orden público. En ese caso, si esa acción produce una desmesurada violencia, también es odio. Desnaturalizando la esencia democrática del poder. Como lo es la instrumentalización de la Justicia para anular a los oponentes.
Como también lo son los intentos de apropiarse del poder por medios violentos o ilegítimos. Esa expresión es de puro odio. Como fue el 23F, y antes los golpes de estado de la década de los sesenta y setenta del siglo pasado en Iberoamérica. Fueron actos construidos con los mismos materiales de las expresiones de los militares en chats y escritos que proponen fusilar a 26 millones de españoles, incluidos los niños. También, con las expresiones promotoras de un golpe de Estado, justificado desde el argumento histórico, de ciertos derechos patrióticos heredados del franquismo. Sus afinidades con los movimientos internacionales del fascismo actual están probadas. Las escalinatas del Capitolio de los EE.UU. son buena prueba de ello.
Todos esos actos fueron hijos de los movimientos internacionales de las décadas del 20 y 30 del siglo XX, que desembocaron en la destrucción provocada por las guerras mundiales. Aún hoy ese odio busca canalizarse por la eliminación violenta de los discrepantes, de los diferentes. De aquellos que no quieren someterse a sus intenciones. Forman parte de ese movimiento que recorre Europa y América. No son nuevos ni menos violentos.
Representan una amenaza y vienen a por ti.
Alberto Vila
Economista y analista político, experto en comunicación institucional.