De la cultura a la moral
- Escrito por Emilio Meseguer
- Publicado en Opinión
No vamos a entrar a enjuiciar ni crear pre-juicios, que parece ser que hay un tema relacionado con la cultura en manos de los jueces, al menos hay un museo denunciado.
Recuerdo que no hace mucho el museo del Prado indignó con la inauguración de una exposición de pintoras que, mereciendo estar expuestas en las salas de la pinacoteca solo estaban como “Invitadas”, creo que así se denomina la exposición que permanecerá hasta el 14 de marzo.
Solo indignó y fue criticado el mal gusto de “invitar” a quien debería de estar por mérito propio. Levantó ampollas y alguien debió de tomar nota, muy mal entendido si no lo hizo.
¿Qué ha pasado ahora? Un artista plástico, ya fallecido, expone en un museo Nacional hasta el 12 de abril (a los que odian la república, creo que no está hecho con ninguna hiriente intención).
El motivo de la exposición es algo tan truculento como los 100 años del nacimiento de un pintor (algo tan estrafalario como celebrar los 100 años del nacimiento de Miguel Delibes).
El pintor, se me olvidaba, es León Ferrari, un artista que denunciaba usos y abusos de poder y ponía el dedo en la llaga de la intolerancia.
Y de eso se trata, al final, sin el pretenderlo, la intolerancia se ha manifestado, la Asociación de abogados cristianos denuncia al Museo Reina Sofía, por presentar en la sala Sabatini unas obras que atentan contra la moral católica por ofensa al sentimiento religioso, también denuncia al Tribunal Superior de Justicia de CyL, que en la catedral de Valladolid, la norma no permitan entrar más que a 25 personas.
Posiblemente el frío no tiene sentimiento, solo sensación, es por eso por lo que no puede ejercer derecho a denuncia. Hablo de habitantes de Madrid.
Las salas del museo albergan unas obras expuestas; abiertas al público para ser visitadas, vistas, admitidas, discutidas, analizadas, odiadas o no vistas porque resultan molestas sus propuestas, en cambio en el gueto de la Cañada Real, las casas son miserables, no están abiertas al público ni al culto, no son visitadas por las autoridades, no son vistas ni admitidas, nadie analiza lo que ocurre y los que allí habitan parecen ser odiados hasta el punto de infringirles un castigo tan doloroso que no solo ofende al sentimiento cristiano, rompe por la mitad la carta de los Derechos Humanos.
No es obligatorio ir a visitar estos espacios, tampoco es obligatorio ir a los arrabales de la Cañada Real, tampoco se obliga al ciudadano individual o asociado el tener ciertas sensibilidades.
El arte es arte y la electricidad es electricidad, sé que es de Perogrullo, y me explico, el arte unas veces es implícito, claro y níveo, otras explícito o confuso, lo hay conceptual, metafórico, estático, dinámico, estético, absurdo, surrealistas, muchos de mal gusto, algunos formales, otros irreverentes o escatológicos… ¿Y el frío en qué movimiento artístico se encuadra? En ninguno, solo hace falta electricidad.
Pienso que ningún tipo de arte debe ser consensuado con el público, al que le gusta lo va a ver, si puede lo compra; unos para coleccionar y otros para especular ¿Quién compra el frío? ¿Quién lo colecciona o especula con el que hay en la Cañada Real?, real como la vida misma.
Creo que nadie tiene el catalogo internacional de ofensas, el artista intenta llamar la atención, dejar ver y llega a los sentimientos individuales de una forma artística, su opinión, su desasosiego, valores o incertidumbres, dice mi amigo el escultor Cándido Monge, que el mundo es participación y que el arte es una forma de expresar los sentimientos y hacerlos partícipes al mundo, de ese mundo que quiera ser participado por ellos. Lo mismo el frío es una expresión artística de los que gobiernan o puede que de los que hacen y nos venden la electricidad, es cierto; tiene valor, crea incertidumbre, desasosiego…, enfermedad.
No sé, pero cuando la cultura la unen a la adjudicatura, el arte se confunde con la ética y el frío no pasa factura a quien lo provoca, es que algo no funciona y alguna de las partes no ha entendido nada. Posiblemente en la escuela nadie alentó el espíritu crítico del ser social y confunden, los unos, la parte civil de un Estado con la parte religiosa del “Reino de los cielos” y los otros la parte del “Dios te ampare hermano”, con los derechos civiles.
Dalí, aún muerto, hubiera estado feliz por ser el punto de mira de algo que generase publicidad a su obra, Ferrari posiblemente también, su necesidad vital era la denuncia social, posiblemente le hubiera gustado pervertir los términos, de esa forma se sabría triunfante en su criterio de denunciante profesional contra la intolerancia.
Es cierto que muy pocos han sido inteligentes hasta trascender tras su muerte. Ellos posiblemente hubieran generando una crítica feroz ante algo que los llevara al desagrado alarmante, para ellos la judicialización solo es publicidad para su obra.
El mejor desprecio es no hacer aprecio, sí, lo estamos viendo con lo que les ocurre a los habitantes de la Cañada Real, nadie les hace caso, son la anti-noticia.
Por cierto, ¿es un oxímoron el título de esta exposición de Ferrari en el Reina Sofía: “La bondadosa crueldad”?, con ese título no se sabe si hablan del frío, dicen que los que mueren congelados dejan una sonrisa en los labios, la misma que deben tener muchos habitantes de esas chabolas que duermen a -7º, bajo la mayor nevada de estos últimos 70 años. Posiblemente no se debe confundir suciedad moral con la moral de la sociedad. ¿Es la bondadosa crueldad de las instituciones?
Emilio Meseguer
Ergónomo PhD. Profesor del Master Prevención de Riesgos Laborales en Suffolk University Campus Madrid. Sindicalista. Dramaturgo y Escritor. Vicepresidente del Colectivo de Artistas Liberalia. Guionista y conductor de los programas de radio: Mayores con reparos, Salud y Resistencia y El Llavero.