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Ritmo y perspectiva


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Ritmo, al final todo es cuestión de ritmo. Y algo de perspectiva. Tenemos muchos datos, pero no información. Si al comienzo de la epidemia eran un bien escaso, ahora estamos bastante surtidos, y hemos entrado en el problema habitual de la sociedad de la información, el exceso. Hay cada vez más entidades y personas haciendo análisis, difundidos por medios y redes sociales, el ritmo empieza a ser frenético y entramos en el terreno de la intoxicación informativa y la saturación mental.

Evaluar correctamente implica un tiempo más pausado y perspectiva. Se trata de saber, en el caso de la epidemia, dónde y cómo se producen las relaciones significativas para el contagio, por ejemplo. Y una lógica generalista con respuestas apresuradas conduce a respuestas poco efectivas y muy costosas. Veamos el caso del toque de queda, que es un ejemplo estupendo. La evidencia científica nos dice que reducir la movilidad y las relaciones es genéricamente bueno, con lo que esta medida en Madrid o Barcelona será efectiva. Sin embargo, es dudoso que lo sea igual en El Toboso, pequeño y literario rincón de Toledo. Por obviedades como esta, no parece sensato andar reclamando soluciones únicas para todo el país, que es lo que nos invitan a pensar los medios de comunicación y amplifican las redes. Ritmo y perspectiva.

Para filtrar esos apresuramientos hay que tener en cuenta los aspectos socioeconómicos, que, en las epidemias, y en esta como en cualquier otra, son claves. No soy el primero comentando que el entorno de las personas es más o menos seguro dependiendo de su nivel económico, y además las consecuencias de la epidemia castigan más a quienes menos recursos tienen. Factores de este tipo se han de tener en consideración al diseñar medidas, y valorar además el potencial comportamiento individual de los colectivos afectados, importante porque la responsabilidad tiene consecuencias sociales.

¿Podemos hacer una hipótesis razonable sobre el comportamiento de un colectivo a propósito de las medidas contra la pandemia? Los economistas para estos menesteres empleamos la Teoría de Juegos. Estamos en una situación un tanto singular, porque a largo plazo solo se pueden producir dos resultados: ganamos todos o perdemos todos. Resulta que con muchas de las medidas de protección el jugador gana poco (o nada) con un comportamiento responsable, casi todo el beneficio es social. En consecuencia, cabe esperar un comportamiento más responsable de aquellos que tengan más interiorizado el valor de lo colectivo.

Es tentador pensar que, si tienes dinero podrás comprar salud, más de uno lo cree firmemente, pero la historia demuestra que es imposible. Como este artículo está resultando ser una colección de obviedades, añadiré una más: recordemos que esta situación no es nueva, se ha vencido a enfermedades terribles como la viruela porque se adquirió conciencia de que mientras hubiera un solo caso nadie estaría a salvo. Y se vencieron por ese invento maravilloso que son las vacunas, que es otro caso de percepción errónea por las prisas: su protección individual es marginal, lo importante es el factor social. Los sinvergüenzas que se han vacunado cuando no debían añaden a su absoluta carencia de ética la ignorancia sobre la utilidad esencial de las vacunas: son medicinas preventivas que damos a los demás.

Ahora parece que los fabricantes tienen problemas con la producción y no van a poder entregar las cantidades proyectadas en plazo, retrasándose algunas semanas. De nuevo, el ritmo acelerado y la ausencia de perspectiva que nos imponen nos hacen ver esto como una catástrofe. Ahora bien, se ha desarrollado una vacuna en un plazo increíblemente breve, y se ha puesto en marcha un proceso de producción y dispensación que permite pensar en tener vacunado al más de dos tercios de la población europea en verano, por lo que una incidencia que implique un retraso de unos días sea por reorganización productiva o por logística, entra dentro de lo que podría esperarse en un proceso nuevo. En fin, una obviedad más. En momentos en los que todo se acelera, parece necesario reducir el ritmo, alcanzar un poco de perspicacidades y reconocer obviedades como estas.

Nacido en 1967, es economista desde 1990 por la Universidad Complutense. En 1991 se especializó en Ordenación del Territorio y Medio Ambiente por la Politécnica de Valencia, y en 1992 en Transportes Terrestres por la Complutense, empezando a trabajar en temas territoriales, fundamentalmente como profesional independiente contratado por empresas de ingeniería.

Ha realizado planeamiento urbanístico, planificación territorial, y evaluación de impacto ambiental. En 2000 empezó a trabajar en temas de desarrollo rural, y desde 2009 en cuestiones de políticas locales de cambio climático y transición con su participación en el proyecto de la Fundación Ciudad de la Energía (en Ponferrada, León).

En 2012 regresó a Madrid, hasta que, en diciembre pasado, previa oposición, ingresó en el Ayuntamiento de Alcalá de Henares, en el Servicio de Análisis Económico.