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Pervitina: la droga de la Wehrmacht


(Tiempo de lectura: 4 - 8 minutos)

«Yo, ¡el gran cobarde!, convertido en héroe gracias a una brutal borrachera de morfina». Esto fue lo que escribió en sus memorias el miliciano republicano Juan Alonso cuando en mayo de 1937 ascendió de teniente a capitán por el valor que demostró en el campo de batalla.

El uso bélico de drogas, que es tan viejo como la propia guerra, está vinculado a sus virtudes terapéuticas, pero en absoluto limitado a la práctica médica. Drogas estimulantes como el alcohol (en pequeñas cantidades), la cocaína y las anfetaminas resultan de gran ayuda para eliminar la necesidad de sueño, combatir la fatiga y reforzar el valor. Por el contrario, depresores como el alcohol (en grandes cantidades), el opio, la morfina o la marihuana se han utilizado para reducir el estrés en el combate y mitigar los traumas causados por la guerra.

En El arte de la guerra, Sun Tzu escribió que la velocidad es «la esencia de la guerra». Aunque en sus tiempos (544-496 aC) no se habían diseñado las anfetaminas (sintetizadas por primera vez en 1887), al estratega chino le hubieran impresionado sus poderosos efectos psicoactivos. Las anfetaminas son un grupo de drogas sintéticas que estimulan el sistema nervioso central, reducen la fatiga, el apetito y el sueño, y aumentan la sensación de bienestar.

Las anfetaminas, las drogas de la era industrial moderna, llegaron justo a tiempo para su consumo masivo durante la Segunda Guerra Mundial. Los alemanes fueron pioneros en emplearlos en el campo de batalla durante las fases iniciales de la guerra. Paradójicamente, la ideología nazi consideraba el consumo social de drogas tanto un signo de debilidad personal como un símbolo de la decadencia moral del país tras su derrota traumática y humillante en la Primera Guerra Mundial.

Creada en 1938, la Pervitina fue muy popular entre las tropas alemanas, especialmente cuando invadieron Polonia y Francia. Sus efectos fueron tremendamente útiles para los soldados: induce una subida de adrenalina y reduce el cansancio, el dolor, el hambre y el sueño. Dominio público.

Pero como escribió Norman Ohler en High Hitler: Las drogas en el III Reich (2015), la metanfetamina fue la excepción privilegiada. Mientras que se prohibían o se restringía el consumo de otras drogas, cuando apareció en el mercado a fines de la década de 1930 fue publicitada como un producto milagroso.

De hecho, aquel fármaco que se administraba en tabletas era perfecta la droga nazi: «¡Alemania, despierta!» era el lema de los nazis. Energizante y estimulante, la metanfetamina contribuyó a la obsesión del Tercer Reich por la superioridad física y mental de los pueblos germanos. «No necesitamos gente débil, decía Hitler, ¡solo queremos a los fuertes!».

Los débiles "bohemios, aristócratas decadentes, afeminados, homosexuales y prostitutas" tomaban opiáceos para huir de la realidad. Las metanfetaminas no se consideraban un placer escapista. Los fuertes tomaban metanfetamina para sentirse todavía más fuertes. En marcado contraste con las drogas como la heroína o el alcohol, eran consideradas herramientas para la creación el superhombre ario.

Desde que se usó como dopaje en los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936, el químico alemán Friedrich Hauschild conocía la Benzedrina, una anfetamina patentada en Estados Unidos por Gordon Alles en 1932. El año siguiente, cuando trabajaba para Temmler-Werke, una empresa farmacéutica berlinesa, Hauschild logró sintetizar metanfetamina, un potente derivado de la anfetamina. Temmler-Werke comenzó a vender metanfetamina bajo la marca Pervitin en el invierno de 1937. Gracias a la agresiva campaña publicitaria de la compañía, el Pervitin se hizo muy conocido en pocos meses. Las tabletas eran muy populares y se podían comprar sin receta en las farmacias. Incluso se podrían comprar bombones con metanfetamina. Pero el uso más importante de la droga aún estaba por llegar.

Los ejércitos habían consumido durante mucho tiempo varias sustancias psicoactivas, pero la invasión de Europa oriental fue el primer uso a gran escala de una droga sintética para mejorar el rendimiento de las tropas. Los oficiales médicos de la Wehrmacht administraron Pervitin a los soldados de la Tercera División de Tanques durante la ocupación de Checoslovaquia en 1938. La invasión de Polonia en septiembre de 1939 sirvió como la primera prueba militar real de la droga en campaña. Alemania invadió a su vecino del este en octubre, aniquilando 100.000 soldados polacos en un avance arrollador nunca visto.

La invasión introdujo una nueva forma de guerra industrializada, la Blitzkrieg. Esa guerra relámpago estaba basada en la velocidad para sorprender al enemigo con la guardia baja gracias al avance mecanizado que proporcionaba una rapidez sin precedentes. El eslabón débil de esa estrategia bélica eran los soldados, seres humanos y no máquinas y, como tales, susceptibles a la fatiga. Necesitaban descanso y sueño regulares, lo que, por supuesto, ralentizaba el avance militar. Ahí es donde entró el Pervitin.

En la fábrica de Temmler-Werke, la producción se aceleró a toda marcha hasta superar las 800.000 tabletas diarias. Entre abril y julio de 1940, antes de invadir el oeste de Europa, la Wehrmacht recibió más de 35 millones de tabletas. La droga se distribuyó a los pilotos y a las tripulaciones de tanques en forma de barras de chocolate conocidas como Fliegerschokolade (chocolate para pilotos) y Panzerschokolade (chocolate para tanquistas). Durante la Segunda Guerra Mundial, el tercer Reich distribuyó chocolate mezclado con metanfetamina a sus soldados en el frente, quienes pronto apodaron el estimulante como Panzerschokolade.

Esa guerra dependía de la velocidad, del avance implacable de tropas y carros de combate, de día y de noche. En abril de 1940, cayeron rápidamente Dinamarca y Noruega. Al mes siguiente, las tropas germanas, dopadas a tope de pervitina, se trasladaron a Holanda, Bélgica y, finalmente, a Francia. Los tanques alemanes cubrieron casi quinientos kilómetros de terreno abrupto, incluido el bosque de las Ardenas, en once días, sin necesidad de chocar con las fuerzas británicas y francesas atrincheradas que creían que las Ardenas eran intransitables.

El general Guderian, experto en guerra de tanques y líder de la invasión, dio la orden de avanzar rápidamente hacia la frontera francesa sin dormir durante al menos tres noches si era necesario. La infantería avanzó a marchas forzadas para cumplir las previsiones de ataque, hasta recorrer sesenta kilómetros por jornada. Las unidades motorizadas se desplazaban día y noche. No era necesario dormir, o eso parecía. Cuando penetraron en Francia, los refuerzos franceses aún no habían llegado y sus defensas resultaron aplastadas por el ataque alemán.

La velocidad del ataque fue asombrosa. Atiborrados de metanfetaminas, los tanques y la artillería motorizada alemanas batían el terreno día y noche, casi sin detenerse. Pero algunos militares informaron de los efectos secundarios negativos del Pervitin.

Los primeros casos de efectos indeseables entre las tropas alemanas se dieron en esa época: el Pervitin generaba una fuerte dependencia que exigía un aumento constante de las dosis para reducir los temblores y nerviosismo. A ello le acompañaba la muerte fulminante por problemas cardiacos y circulatorios de muchos oficiales veteranos, que asociaban al consumo de la droga unían el de alcohol. Además, la vigilia prolongada exigía después el triple de horas de descanso.

El dilema entre los intereses militares y la salud de las tropas hizo que Leo Conti, el responsable médico alemán, el "Reich Health Führer", y otros médicos alertaran sobre el riesgo del Pervitin, que pasó a ser un fármaco que debía ser consumido bajo prescripción médica. El resultado fue obvio: la receta masiva.

En medio de las crecientes preocupaciones sobre el potencial adictivo y los efectos secundarios negativos del uso excesivo de la droga, el ejército alemán comenzó a recortar las asignaciones de metanfetaminas a finales de 1940. El consumo disminuyó drásticamente en 1941 y 1942, cuando los responsables médicos reconocieron formalmente que las anfetaminas eran adictivas.

Sin embargo, la droga continuó distribuyéndose tanto en el frente occidental como en el oriental. Los últimos soldados niños que defendieron las ruinas de Berlín recibían raciones diarias de chocolatinas impregnadas de pervitina.

A pesar de la creciente conciencia de los efectos negativos para la salud, Temmler-Wenke siguió siendo tan rentable como siempre. El último empleo públicamente conocido de la droga ocurrió en la final de campeonato mundial de fútbol de 1954, cuando Alemania derrotó a la imbatible Hungría. Los jugadores alemanes recibieron antes del partido una dosis inyectable de supuesta vitamina C, que resultó ser una vieja conocida: la pervitina.

Años después, tras superar la depuración franquista, el morfinómano Juan Alonso se convirtió en adicto a las anfetaminas y al alcohol. Sus memorias, donde habla abiertamente de estas adicciones son un valiente y honesto testimonio del papel de las drogas durante la crisis de la Segunda República y la Guerra Civil.

Catedrático de Universidad de Biología Vegetal de la Universidad de Alcalá. Licenciado en Ciencias Biológicas por la Universidad de Granada y doctor en Ciencias Biológicas por la Universidad Complutense de Madrid.

En la Universidad de Alcalá ha sido Secretario General, Secretario del Consejo Social, Vicerrector de Investigación y Director del Departamento de Biología Vegetal.

Actualmente es Director del Real Jardín Botánico de la Universidad de Alcalá. Fue alcalde de Alcalá de Henares (1999-2003).

En el PSOE federal es actualmente miembro del Consejo Asesor para la Transición Ecológica de la Economía y responsable del Grupo de Biodiversidad.

En relación con la energía, sus libros más conocidos son El fracking ¡vaya timo! y Fracking, el espectro que sobrevuela Europa. En relación con las ciudades, Tratado de Ecología Urbana.