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El dilema catalán


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Al escritor mexicano Carlos Monsiváis le leí que "si nadie te garantiza el mañana, el hoy se vuelve inmenso". La incertidumbre sobre el resultado en Cataluña hace que estos últimos días de la campaña no sólo sean inmensos, sino también extraordinariamente intensos. Los partidos apuran sus bazas en unas elecciones excepcionales por la situación de pandemia y por la extrema polarización del espacio público. Las encuestas pronostican un triple empate, con un mayor número de votos para el PSC, y mucha igualdad en los escaños asignados a socialistas, ERC y Junts. Todo queda muy abierto en la medida del elevado porcentaje de indecisos que auguran los sondeos y el alto índice de abstención por el eventual impacto del coronavirus. El recuento será de infarto y el nuevo gobierno puede caer de un lado u otro por apenas unos miles de votos.

La irrupción de Salvador Illa ha dinamitado las previsiones iniciales y ha puesto en cuestión la reedición de una mayoría independentista en el Parlament que, hasta ese momento, parecía inevitable. El escrutinio del 14 de febrero resolverá el dilema de si continuar con más de lo mismo, más procès, o abrir un nuevo tiempo con cambios en los objetivos de gobierno. Si ERC y Junts suman con la CUP, hipótesis probable, habrá un remake, pese al enfrentamiento de ambos en estas jornadas de campaña y las rarezas de los anticapitalistas. El ruido electoral, con acusaciones cruzadas de corrupción hacia los herederos del pujolismo y de entreguismo a Pedro Sánchez hacia los de Junqueras y Rufián, no les hará desistir de su matrimonio de conveniencia ni dejar de perseverar en su hoja de ruta exclusivamente identitaria.

En estos tiempos políticos, ganar es gobernar. Pero tiene un enorme valor, tanto real como simbólico, ser el partido más votado y abrir otras posibles geometrías en la arena política catalana. Ése es el reto de Salvador Illa. El ex ministro de Sanidad se presenta con la vitola de favorito y con la bandera de la gestión y de la solución de los problemas de la gente como prioridad absoluta tras años y años en los que el Govern ha estado más pendiente del procès que de las cuestiones cotidianas y el bienestar de sus conciudadanos. Su gran baza es, precisamente, el hartazgo de muchos catalanes con una gobernanza que orilla lo cotidiano y se centra en una quimera imposible. Pase lo que pase, y desde luego si alcanza el Palau de la Generalitat, con el candidato socialista avanzará la serenidad, la convivencia y la necesidad de anteponer el bien común en el debate catalán, esto es, la recuperación de la tan añorada Cataluña del seny y del progreso social y económico.

Hay otras cuestiones secundarias que también están en liza en este Día de los Enamorados electoral: hasta dónde llegará el desgaste de Ciudadanos y si un resultado indefendible supondrá el principio del fin de la marca naranja; si la extrema derecha de Vox dará el sorpasso al PP y cómo repercutirá este golpe en el débil liderazgo de Pablo Casado, o qué apoyo recibirán los Comunes y si podrán ser determinantes en pactos ulteriores. Pero, sin duda, lo principal es dilucidar si Cataluña opta por el continuismo o por el futuro. Al estilo Hamlet, ser o no ser… he ahí el dilema.

Senador socialista por Andalucía, y periodista.

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