Identidades
- Escrito por Ricardo Peña Marí
- Publicado en Opinión
La revista Investigación y Ciencia ha publicado recientemente un número monográfico dedicado a los neutrinos. Su lectura me ha resultado apasionante y, sin duda, interesará a todos aquellos que sientan curiosidad por la ciencia. No se requieren grandes conocimientos de física gracias a que —como es tradición en esta revista— se utiliza un lenguaje muy asequible y también unas magníficas ilustraciones.
Uno de los misterios que más tiempo tardó en desvelarse fue el del cambio de identidad de los neutrinos. Hay tres tipos de neutrinos —para simplificar, llamémosles tipos 1, 2 y 3—. Pues bien, resulta que en el Sol se originan cada segundo millones de neutrinos de tipo 1, pero, cuando llegan a la Tierra, la mayor parte de ellos se han transmutado en los tipos 2 y 3. Realmente, van cambiando de identidad cíclicamente y pasando de un estado a otro repetidas veces. También se ha observado el fenómeno contrario: una parte de los neutrinos de los tipos 2 y 3 que se originan en los reactores nucleares se convierten, tras unos centenares de kilómetros de raudo viaje, en neutrinos de tipo 1. Parece que la causa de estos cambios de identidad está en que cada tipo de neutrino tiene algo de mezcla de los otros dos y eso facilita las mencionadas transiciones.
Se me ha ocurrido pensar que tal vez la misma transmutación podría aplicarse a las personas y que eso mejoraría muchos de los problemas que las sociedades modernas padecemos actualmente. Imaginemos, por ejemplo, a un independentista catalán que, a medida que transcurre la semana, fuera cambiando de identidad y quizás el martes se sintiera tan solo autonomista; el miércoles y el jueves mutaría algo más y se sentiría tan catalán como español; y el viernes, tan solo español; el fin de semana mutaría de nuevo para volver a sentirse, al llegar el domingo, puramente catalán.
Esos cambios de identidad le permitirían entender mejor los sentimientos de otros catalanes con los que convive y tal vez —aunque su identidad principal siguiera siendo la de nacionalista catalán— se le bajarían un poco los aires de superioridad y vería a sus convecinos simplemente como sus iguales.
La misma estrategia podría aplicarse a las identidades religiosas. La mayoría de las religiones se consideran a sí mismas como las únicas verdaderas. Eso ha dado lugar históricamente a no pocos y no poco sangrientos conflictos entre partidarios de unas y otras. Todavía hoy, algunos adeptos de la religión musulmana siguen empleando términos belicosos tales como “infieles” y “guerra santa” para animar a aniquilar a los que no comparten sus creencias. Si esos fanáticos pudieran —aunque solo fuera transitoriamente— ponerse en la piel de un cristiano o de un judío, tal vez verían que sus respectivas religiones tienen más cosas en común de las que pensaban y que no hay razón para no respetar los sentimientos de los otros creyentes, sentimientos que —para aquellos— son tan valiosos como para los musulmanes los suyos. En este sentido, el imperio romano hizo gala de una gran inteligencia: cada vez que conquistaban un pueblo, no trataban de imponerles su religión; tan solo sumaban los nuevos dioses a los que ellos ya tenían.
La transmutación de identidad también podría aportar algo a las cuestiones de género. Si muchos hombres —aunque solo fuera transitoriamente— pudieran experimentar el miedo que puede sentir un mujer cuando vuelve sola a casa de madrugada por lugares poco transitados, tal vez entendieran mejor la necesidad de proteger a las mujeres y el por qué las leyes tienen que tratar de forma específica la violencia contra ellas.
Como las personas no somos neutrinos, todo esto no pasa de ser una especulación, pero tal vez sí esté a nuestro alcance —cuando mejore esta terrible pandemia— una forma sencilla de experimentar distintas identidades y de poder así comprender mejor a nuestros congéneres: viajar. Si uno viaja, por ejemplo, a la India, verá que el hinduismo adora a numerosos dioses, algunos —como Brahma o Kali— con cuatro y más brazos, y otros —como Ganesha— con cabeza de elefante. No muy lejos de allí, en Tailandia, los templos exhiben enormes estatuas de sonrientes Budas recubiertas de oro. A una persona de educación cristiana le resultan estos dioses y santos tan extraños como probablemente le resultarán a un hindú nuestros pasos de Semana Santa, con sus Vírgenes atravesadas por puñales y sus Cristos crucificados. Sin embargo, por extraños que nos parezcan sus dioses, el hinduismo es la tercera religión más numerosa del mundo, con 1.100 millones de adeptos, y el budismo la cuarta, con más de 500 millones.
Si uno viaja por nuestra variopinta España, descubrirá diferentes paisajes, costumbres, folclores, gastronomías y, en definitiva, distintas culturas de las que sus habitantes se sienten muy orgullosos. Descubrirá en todas partes personas laboriosas e indolentes, amables y antipáticas, inteligentes y simplonas, igual que las podríamos encontrar en nuestra amada comunidad. Si viaja por Europa y por otras partes del mundo, descubrirá aun más variedad de costumbres, personas y culturas. Y, si uno viaja lo suficiente, tal vez se percate de que la identidad es en gran medida un accidente geográfico e histórico, cuestión a veces de unos pocos kilómetros. Nacer musulmán no es mejor ni peor que nacer cristiano, como no es mejor ni peor nacer catalán que andaluz; tan solo son circunstancias diferentes de tiempo y lugar. Si a eso añadimos la movilidad de las personas por razones familiares o de trabajo, veremos que —al igual que los neutrinos— los seres humanos somos, por lo general, una mezcla de identidades que vamos incorporando a partir de la familia, el barrio, la región o país donde nacemos y la región o país a los que nos trasladamos a vivir.
Lo que somos, en definitiva, es bastante relativo y circunstancial y, pretender que lo nuestro es mejor y lo del vecino peor, revela en el fondo un cierto provincianismo y seguramente un déficit de haber viajado lo suficiente. ¿Por qué, en lugar de pelearnos por dilucidar qué identidad es más buena que otra, no nos preocupamos de mejorar nuestros derechos? Esos si que son universales y no hacen distingos de raza, lugar de nacimiento, género o religión.
Ricardo Peña Marí
Catedrático de Lenguajes y Sistemas Informáticos y profesor de Ingeniería Informática de la Universidad Complutense. Fue diputado por el PSOE en la legislatura X de la Asamblea de Madrid.