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Frutas extrañas cuelgan de los álamos


(Tiempo de lectura: 4 - 8 minutos)

Entre 1938 y 1949, en el número 1 de Sheridan Square, en Manhattan, Barney Josephson dirigió Café Society, el primer club interracial de Estados Unidos, cuyo nombre utilizaría Woody Allen para una de sus mejores películas.

Josephson fundó el club con la intención de exhibir el talento afroamericano. Eligió el nombre para burlarse de la "beautiful people", de la alta sociedad neoyorquina, conocida como "café society", un término inventado por el periodista Lucius Beebe. Con el paso de los años, Josephson se negó a cumplir con las leyes de segregación que prevalecían en todo el país y acogía a un público interracial, que era recibido con el lema «El lugar equivocado para la gente adecuada», que acabó por convertir al club en un fenómeno cultural.

Primavera de 1939. Una noche Billie Holiday iba a estrenar Strange Fruit, la primera canción antirracista de Estados Unidos que se entonó en un espectáculo público. Antes de eso las piezas reivindicativas se cantaban en mítines, huelgas o festivales sindicalistas, pero hasta entonces nunca habían entrado en el masivo escenario de la cultura popular.

Esa noche, cuando su actuación parecía terminada, arrancó una triste melodía de trompeta seguida de un piano. Billie cerró los ojos, aguardó a que trompeta y piano se solaparan como dos amantes. No empezó a cantar hasta que no transcurrió un minuto y diez segundos de un tema que dura solo tres minutos y cinco segundos. La intérprete cantó durante menos de dos minutos tres estrofas profundas, dolientes y sobrecogedoras:

De los árboles del sur cuelga una fruta extraña.

Sangre en las hojas, y sangre en la raíz.

Cuerpos negros balanceándose en la brisa sureña.

Frutas extrañas cuelgan de los álamos.

 

Estampa bucólica del valiente sur.

Los ojos saltones y la boca retorcida.

Aroma dulce y fresco de las magnolias.

Y el repentino olor a carne quemada.

 

Aquí está la fruta para que la arranquen los cuervos,

para que la lluvia la arrastre, para que el viento la aspire,

para que el sol la pudra, para que los árboles la dejen caer.

Esta es una extraña y amarga cosecha.

 

Segundos antes de terminar la canción, cuando entonaba la última estrofa, las luces del cabaré se apagaron. Instantes después se encendieron, pero Billie había desaparecido. Sobrecogida después de su estremecedora interpretación, estaba vomitando en el pequeño aseo del local. Los espectadores intentaban recuperar el aliento tras asistir a aquella desgarradora actuación. Fue una pieza breve que cambio para siempre la historia de la música comprometida.

 

Billie Holiday canta en el Café Society. Foto.

Para escribir la letra de la canción, Abel Meeropol, un poeta judío que militaba en el Partido Comunista, se inspiró en una cruda fotografía de los cuerpos de dos negros colgados macabramente de un álamo después de un linchamiento que tuvo lugar en una alameda del río Mississinewa a su paso por Marion, Indiana, la ciudad natal de James Dean.

Nos gusta pensar en el linchamiento como una reliquia previa a la abolición de la esclavitud. Capturados en instantáneas sombrías y en tonos sepia, los cuerpos que cuelgan de árboles y puentes parecen completamente premodernos, evidencias grabadas e inmóviles del odio. Pero el 25 de julio de 1946, en los albores del “baby boom” americano, cuando miles de negros intentaban incorporarse a la vida civil después de haber combatido en Europa, en el condado de Walton, Georgia, una muchedumbre blanca asesinó a dos jóvenes parejas negras. Puede que fuera el último linchamiento de masas de Estados Unidos, pero el legado del crimen sigue vivo.

En Fuego en el cañaveral: El último linchamiento de masas en América, la periodista Laura Wexler se ocupa de ese asesinato. Confiesa que esperaba resolver un caso que todavía permanece abierto, cuya brutalidad impulsó al gobierno de Truman a crear la Comisión Federal de Derechos Civiles. Pero la Georgia rural, basada en una sociología de miedo mutuo, no es muy diferente de la que se encontró el FBI en su investigación inicial hace ahora tres cuartos de siglo.

A través de informes archivados en dependencias policiales y judiciales y de múltiples entrevistas, Wexler ofrece nuevas pistas sobre las historias de las víctimas y de los sospechosos del crimen. Pero al final comprobó que nadie quiere esclarecer las cosas. La gente más cercana a víctimas y verdugos no habló jamás y, aunque algunos de ellos todavía viven, la verdad murió desde el día después de que aquella extraña y amarga cosecha colgara de unas alamedas del Medio Oeste.

La idea de una América diferente, que se acarició por primera vez cuando un afroamericano llegó a la Casa Blanca, la de una era en la que la cuestión de la raza pasaría a un segundo plano, se antojó fantasiosa rápidamente. Todo el mandato de Obama estuvo salpicado de incidentes racistas, a veces de tragedias, que recuerdan lo viva que sigue la fractura social del país, la mala salud de hierro del viejo racismo renacido bajo el trumpismo.

El virulento racismo de los años sesenta fue el telón de fondo de Green Book (Libro Verde), una road movie y una comedia amable sobre el supremacismo, la amistad y la reconciliación, que conquistó tres premios Óscar en 2018. La película de Peter Farrelly lleva el nombre de una guía que, en los Estados Unidos de 1962, en pleno auge de la segregación, proporcionaba a los viajeros negros lugares "seguros" en los que les estaba permitido detenerse, comer o dormir. Entre 1937 y 1966 se publicaron veintidós ediciones, todas ellas recopiladas y digitalizadas por el Centro Schomburg para la Investigación de la Cultura Negra de la Biblioteca Pública de Nueva York.

Un cartel protestando contra los negros que pretendían mudarse a una urbanización de viviendas federales protegidas en Detroit, 1942. Foto Arthur S. Siegel/Library of Congress.

Leyendo uno de esos ejemplares, encuentro que la guía incluía información sobre los “pueblos del atardecer” que descubrí en un libro, Sundown Town, que relata una más de las dimensiones ocultas del racismo americano. Partiendo de un análisis minucioso de los censos municipales, el libro saca a la luz los patrones residenciales estadounidenses y descubre los centenares de “sundown towns" (“pueblos del atardecer") que surgieron a lo largo del siglo XX reservados exclusivamente para blancos mediante la aplicación de una regla no escrita: los negros no solo no podían vivir allí, ni siquiera podían caminar cuando se ponía el sol.

Desde la década de 1890, cuando se da por finalizada la reconstrucción posbélica del país, hasta la legislación sobre viviendas de 1968, los blancos estadounidenses levantaron miles de pueblos y comunidades exclusivos para anglosajones. De hecho, James W. Loewen, el profesor de Sociología autor de Sundown Towns, afirma que es más que probable que la mayoría de todas las poblaciones fundadas en Estados Unidos durante ese período de 70 años excluyesen a los afroamericanos.

Según Heather A. O'Connell, «los pueblos del atardecer son una pieza clave, aunque a menudo invisible, de nuestra historia que reformó drásticamente el panorama social y paisaje demográfico de los Estados Unidos». El miedo a la afluencia de negros, así como de asiáticos y judíos entonces, y de hispanos ahora, en comunidades predominantemente blancas es lo que dio lugar a esas comunidades. En la década de 1890, los pueblos del atardecer ya estaban comenzando a proliferar en el medio oeste rural. Pero a partir de 1915, cuando los sureños negros comenzaron a emigrar al norte en masa, también allí comenzaron a aparecer pueblos del atardecer. 

Loewen debilita la idea ampliamente extendida de que, cuando se trata de racismo, el Sur es siempre «el escenario del crimen», como sentenció el activista y escritor James Baldwin. En lo que a supremacismo se refiere, la línea Mason-Dixon era solo virtual. La incidencia de los pueblos del atardecer en el Sur, según Loewen, era en realidad mucho menor que en un estado del Medio Oeste, como Illinois, en el que alrededor del 70% de las localidades estaban dentro de la categoría en 1970.

Los pueblos del atardecer nunca se han ido. Mientras los negros tengan historias de lo que les ha sucedido a ellos o a otros por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado, y mientras los blancos aterroricen a los afroamericanos que se muden a sus vecindarios, o creen leyes para dificultar que vivan allí, los pueblos del atardecer siempre serán parte del tejido sociocultural estadounidense.

Después de leer Sundown Towns, la película de Farrelly adquiere una nueva dimensión y los viajes por Estados Unidos merecerán, con toda razón, una nueva y sospechosa atención.

Catedrático de Universidad de Biología Vegetal de la Universidad de Alcalá. Licenciado en Ciencias Biológicas por la Universidad de Granada y doctor en Ciencias Biológicas por la Universidad Complutense de Madrid.

En la Universidad de Alcalá ha sido Secretario General, Secretario del Consejo Social, Vicerrector de Investigación y Director del Departamento de Biología Vegetal.

Actualmente es Director del Real Jardín Botánico de la Universidad de Alcalá. Fue alcalde de Alcalá de Henares (1999-2003).

En el PSOE federal es actualmente miembro del Consejo Asesor para la Transición Ecológica de la Economía y responsable del Grupo de Biodiversidad.

En relación con la energía, sus libros más conocidos son El fracking ¡vaya timo! y Fracking, el espectro que sobrevuela Europa. En relación con las ciudades, Tratado de Ecología Urbana.