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El consenso sobre el tratamiento a las víctimas de la Guerra Civil española


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Debía correr el año 2009 y habían pasado 70 años del final de la contienda. Me encontraba en la plaza principal de la localidad de Arganda del Rey (Madrid) y en medio del bullicio del montaje de una plaza de toros de quita y pon tiraba el lazo sobre un paisano de una edad avanzada que cruzaba por allí. Las primeras palabras sobre el tiempo fueron simpáticas pero al pasar a descubrir mi objetivo sobre entablar una conversación sobre los sucesos de la represión en la Guerra Civil se oscureció el cielo y aparecieron negros nubarrones. Su respuesta: “yo estoy limpio”. Se repitió media docena de veces. Terco como una mula el investigador zigzagueaba entre sonrisas dando capotazos para arriba y para abajo pero el paisano se me escapaba haciendo mutis por el foro.

No siempre se gana una guerra y hay que admitirlo. A mi me han censurado entrevistas en centros de mayores porque “se iban a poner nerviosos”. Algún archivo público local me impidió el acceso a fondos públicos por silencio administrativo. Lo ponía por escrito y ni caso. Mejor que no enrede. No iba a entrar en el archivo con la Guardia Civil. Me parecía feo entrar con la pareja hombro con hombro como Antoñito el Camborio y con la sensación de estar cometiendo un delito. Además la misma documentación la encontré en Salamanca. Problema resuelto. Recuerdo a una señora en Villarejo de Salvanés (Madrid) hace más de una década que me decía de manera cariñosa: “Yo entiendo que usted tiene sus habichuelas en eso, pero nosotros todavía estamos dolidos porque es muy reciente”. Se refería a la represión franquista. ¿Reciente en 2010? Arrea.

Desde el altar de la historia escribir sobre cualquier tema de la Guerra Civil española es descorazonador. El sentimiento de peligro, y hasta culpabilidad, hace que la mayoría ni se atrevan a entrometerse en semejante avispero. Desde el punto de vista metafórico le puede caer a cualquiera desde una bomba a un ramillete de navajazos traperos (dígaselo con flores). La falta de acuerdo con un consenso claro desde la alta jerarquía de la historia, por lo que señalo a los especialistas universitarios y eméritos, debería darnos el marco institucional o tablero de juego en donde desarrollar nuestras actividades académicas. De un tiempo a esta parte a rebufo de la memoria histórica todo tipo de energías se han vinculado a la labor de recordar o indagar sobre nuestro estúpido pasado guerracivilista. El esfuerzo va ligado, sobre todo, al conocimiento de la represión franquista que tras una Transición comprometida echó balones fuera para no afrontar su estudio como se debía. Claro que había asuntos importantes que atender antes como apuntalar la democracia.

No se quien inventó el término “equidistante”, pero se utiliza como un insulto simpático para todo el que se sale de una norma no escrita. Ésta dice que los de derechas deben investigar a sus muertos y los de izquierdas a los suyos. Quien investiga la violencia de ambas represiones políticas (la de los revolucionarios del 36 y la de la represión franquista) ya es sospechoso de entrada. Entre mis antepasados más o menos cercanos y los de mi pareja, que también es familia, tengo un bisabuelo con carné de Renovación Española (fusilado en 1936), su cuñado quemó una iglesia en el mismo pueblo de La Mancha para finalmente huir a Francia al final de la guerra dejando allí a su esposa y casándose con otra en Francia (tengo familia lejana francesa desconocida), el tío abuelo de mi pareja fusilado por el franquismo por anarquista (ya sabéis, no se fue porque no había hecho nada) y un hermano de mi abuelo materno Sargento en la División Azul. El resto de los españoles imagino que tendrán un panorama similar. Apoteósico y novelesco. Cada familia cuenta su caso.

Si todos los españoles con el tiempo se dan cuenta que nuestros antepasados estuvieron en su mayoría en el bando que defendieron por su ubicación geográfica ante el avance rebelde se darían cuenta que descendemos de todos aquellos, de los unos y de los otros. Aunque siempre habrá quien diga que desciende de la pata del caballo del Cid Campeador, por supuesto. Deberíamos dejar algún territorio delimitado para estos “indígenas” de pura cepa en alguna “reserva india” para que sigan pintándose la cara con sus colores de guerra mientras hacen sonar el tan-tan de sus tambores. Siempre fui partidario de la biodiversidad.

Es difícil modelar las estructuras de pensamiento del lector hispánico. Aquí hay quien nace siendo del “atleti” y muere siendo atlético. Ocurre algo parecido con los temas políticos. Los historiadores vemos con espasmos las curvas y piruetas que dan los políticos sobre temas como la Guerra Civil. Recuerdo como en las primeras dosis económicas sobre la memoria histórica, en época del Gobierno Rodríguez Zapatero, se prohibía expresamente que los profesores de la universidad española pudieran acceder a aquellos presupuestos para investigar sobre nuestra Guerra Civil. Tras varias partidas económicas aquella política cambió, afortunadamente, para incluirlos. Desde la política se buscaba crear tensión entre los españoles en busca del disputado voto. Y que mejor tema para ello que la guerra.

Parece que continuamos en la misma dinámica y lo que nos va a tocar escuchar en la disputa del trono político madrileño será llevado a los titulares de la prensa como si viviéramos en 1936. No me atrevo a comparar los presupuestos destinados a la investigación frente a otros presupuestos destinados a la propaganda y la agitación. Si lo intentáramos alguien sabría cocinarlos para justificar lo injustificable. Llevo bastantes años viendo como a cuenta gotas y con esfuerzo más personal que institucional nacen libros de investigadores académicos. Junto a estos aparece todo lo demás. Es frecuente la reedición de libros escritos hace muchos años. Obviamente estos repiten fórmulas ya superadas por la historiografía actual. Estos llenan las estanterías junto a memorias de todo tipo y personajes iluminados por las ventas que hablan de la guerra para su regimiento de seguidores. Si a cierta cara conocida de la TV le escribieran un libro sobre la guerra llegaría a más lectores que cualquiera de las últimas grandes investigaciones de profesores universitarios. Es posible que los historiadores seamos un rollo patatero. Será cuestión de evolucionar para hacer de nuestros textos un lugar de encuentro para el conocimiento. Al hilo de la historia se generan novelas muy demandadas socialmente. Quizás nos falta eso. Novelar nuestras investigaciones para hacerlas más atractivas. Literatura, más literatura.

Y con esos textos poder convencer a la población de que el llanto de los hijos y la viuda de un fusilado de derechas por los revolucionarios de 1936 en las tapias del cementerio del Este (Madrid) es el mismo que la tristeza de los hijos y viudas de los izquierdistas de los fusilados en el cementerio de La Almudena (Madrid). Que es el mismo dolor. En las mismas tapias. Con la misma mala leche y sinrazón. Es cierto que fueron represaliados en España 50.000 de derechas y 150.000 de izquierdas en el frente de los cobardes. Los primeros sobre todo en los últimos seis meses del 36 y los segundos con la ocupación del territorio por los rebeldes y la posguerra. Para este torticero historiador todos ellos son víctimas de la Guerra Civil española. Aunque haya quien siga pensando que unos son suyos y los otros no. La misma disputa que cuando el defensa de un partido de futbol arrasa la pierna del delantero. Unos ven penalti claro, otros dicen que se ha tirado.

El run run de la guerra ha ido asentando verdades oficiales que son difíciles de alterar. Por ello afirmar que los brigadistas internacionales vinieron a matar españoles es sorprendente. Pero cierto. A esta altura del artículo ya se me han cabreado la mitad de los lectores. Los chicos que vinieron como internacionales además de intentar defender la república parlamentaria española (la democracia) también vinieron a matar españoles rebeldes. Claro que traídos por la Internacional Comunista siguiendo la política estalinista de intervención en la política española no queda muy claro a quien defendían, si a la República parlamentaria española o a la URSS. Recuerdo leer a un inglés que decía venir a luchar contra Hitler en España. Cierto es que Franco y compañía se alinearon entre las potencias fascistas. Pero también es verdad que el del bigote estaba en Alemania. No eran cascos azules, disparaban con balas de verdad “contra el fascismo”, aunque en frente los soldados franquistas habían sido obligados por estar ubicados en territorio franquista, salvo las tropas profesionales y los militantes de extrema derecha. Aquellos “donut boys” venidos desde lejos igual que mataban morían. Aquí quedaron muchos para dolor de sus familias. Los cuáqueros, sin embargo, tuvieron otro papel. Sin balas y con mucho cariño por los españoles, aunque nadie los quiera recordar como héroes. También lo fueron.

El dolor que aún tienen otras familias españolas que no saben ni donde está enterrado su antepasado. Sin cerrar esa herida primero estuvieron 40 años sin poder hablar de ello, salvo a escondidas y en bajito. Después sigue pasando el tiempo y allí siguen en la cuneta o en la fosa común. Abandonados por una sociedad que hasta desde la ONU nos han tenido que tirar de las orejas para sacar a nuestros muertos de tumbas sin nombre. Allí siguen.

¿Dónde está el esfuerzo para realizar un catálogo o base de datos? Pues dependiendo del color político se hace algún esfuerzo o no. Los que lo hacen a menudo sacan tiempo de su descanso laboral para desarrollar esta labor. Años hace que bajo la base de datos pública denominada “Víctimas de la Guerra Civil” se ofrece una numerosa muestra de víctimas (todas de la represión franquista). Lo que llama poderosamente la atención. Que fácil sería cambiarle el nombre por “Víctimas del franquismo” y no habría nada más que decir. Clara Campoamor afirmaba sobre nuestra guerra que faltaba madurez al pueblo español para desarrollar su vida en democracia. Cierto es que el político, o funcionario, o a quien le caiga el marrón de poner de acuerdo a los españoles sobre este tema tendrá grandes dificultades. Menuda tropa. El consenso en política es algo necesario, aunque primero hemos de resolver la pandemia. Cuidaros todos (de izquierdas y de derechas).

PD. Y tú más.

Juan de Á. Gijón Granados es Doctor en Historia por la Universidad Complutense de Madrid. Trabaja en la enseñanza secundaria desde hace más de 20 años en la Comunidad de Madrid. Profesor Visitante (2006) en el Instituto de Historia (CSIC). Ha colaborado con la editorial Oxford en la elaboración de libros para profesores y alumnos. Entre sus temas de investigación están las Órdenes Militares, la arquitectura militar o la represión de los dos bandos en la Guerra Civil, entre otros. www.juangijon.com