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La matanza de Atlanta: una larga historia de racismo y sexismo antiasiático


(Tiempo de lectura: 4 - 7 minutos)

El pasado 16 de marzo ocho personas, incluidas seis mujeres estadounidenses de origen asiático fueron asesinadas en Atlanta, Georgia. En 2020, los ataques contra estadounidenses de origen asiático aumentaron más del 150% con respecto al año anterior. Todos esos ataques y asesinatos encajan en una larga historia que contempla a los asiáticos estadounidenses como unos modelos vitales que aumentan la posibilidad de que la discriminación y la violencia se cebe con ellos.

En el día en el que escribo este artículo (20 de marzo) aún se desconocen muchas cosas sobre los ataques en Atlanta, pero el hombre acusado de los asesinatos ha dicho que no tiene prejuicios raciales contra las personas de ascendencia asiática, sino que sufre una adicción sexual. Pero esa declaración indica una visión racista que asumió que estas mujeres eran prostitutas, fuera cierto o no.

Una larga historia de racismo

Hasta que comenzó crisis del COVID-19, la idea predominante sobre los estadounidenses de origen asiático era la de una minoría modelo. El concepto de minoría modelo, desarrollado durante y después de la Segunda Guerra Mundial, postula que, debido a su éxito económico, los asiáticos eran los inmigrantes de color ideales en los Estados Unidos.

Pero en los Estados Unidos, los ciudadanos de pleno derecho, pero de origen asiático han sido considerados durante mucho tiempo como una amenaza para una nación que promovió una política de inmigración solo para blancos. Se les llamó un "peligro amarillo": impuros para ser ciudadanos estadounidenses.

A finales del siglo XIX, los nativistas blancos difundieron en San Francisco propaganda xenófoba sobre la impureza china. Esa publicidad racista impulsó la aprobación de la infame Ley de Exclusión de Chinos, la primera ley de Estados Unidos que prohibió la inmigración basada únicamente en la raza. Inicialmente, la ley impuso una moratoria de 10 años que impedía toda migración china.

A principios del siglo XX, los funcionarios norteamericanos en Filipinas, por entonces una colonia estadounidense de hecho, denigraban a los filipinos como patológicamente inmundos e incivilizados. Los funcionarios y médicos coloniales identificaron dos enemigos: los insurgentes filipinos contra el dominio estadounidense y las "enfermedades tropicales" que supuestamente se incubaban en los cuerpos de los nativos. Al subrayar la ingobernabilidad política y la insalubridad congénita de los filipinos, esos funcionarios justificaron la continuación del dominio colonial estadounidense en las islas.

El 19 de febrero de 1942, el presidente Franklin Delano Roosevelt firmó la Orden Ejecutiva 9066 para encarcelar en campos de concentración situados en el interior a cualquier sospechoso de ser enemigo del país. Aunque la orden también afectó a los alemanes e italoamericanos de la costa Este, la gran mayoría de los encarcelados en 1942 eran de ascendencia japonesa residentes en los estados costeros del Pacífico. Muchos de ellos eran ciudadanos estadounidenses de segunda y tercera generación. Los internados que lucharon en el célebre 442º Regimiento de Infantería fueron reclutados bajo coacción para que demostraran su lealtad a un país que los encerró simplemente por ser japoneses.

En el siglo XXI, incluso las ciudades norteamericanas más “multiculturales”, como Toronto, Canadá, son focos de racismo virulento. Durante el brote de SARS de 2003, Toronto vio un aumento del racismo antiasiático, muy parecido al de hoy. Ninguna expresión de patriotismo, ni siquiera ser trabajadores de primera línea en una pandemia, hizo que los inmigrantes asiáticos fueran inmunes al racismo. Un estudio de la socióloga Carrianne Leung destacó el racismo cotidiano contra las trabajadoras de la salud chinas y filipinas en los años posteriores a la crisis del SARS. Mientras que su trabajo abnegado en clínicas y hospitales era celebrado públicamente estas mujeres temían por sus vidas cuando volvían a su domicilio.

El hipódromo de Tanforan, en San Bruno California, se utilizó durante la Segunda Guerra Mundial como un centro de internamiento para estadounidenses de origen japonés. Los establos se utilizaron como vivienda. Cerca de 8.000 personas estuvieron recluidas en Tanforan durante la guerra. Foto.

Durante la última década, desde los premios Pulitzer hasta las películas populares, los estadounidenses de origen asiático han ido ganando terreno en el cine y en otras industrias culturales. En los Globos de Oro de 2018, Sandra Oh lanzó un lema que se hizo famoso: «Es un honor ser asiática». Ese parecía ser un momento álgido de inclusión cultural culminada con la multipremiada Parásitos, una película surcoreana

Sin embargo, como la luna, la denominada inclusión asiático-estadounidense tiene un lado oscuro. En realidad, como ha argumentado el historiador Robert G. Lee, la inclusión se ha utilizado para socavar el activismo de los afroamericanos, los pueblos indígenas y otros grupos marginados en los Estados Unidos. En palabras del escritor Frank Chin, «los blancos nos aman porque no somos negros».

Por ejemplo, en 1943, un año después de que Estados Unidos encarcelara a los japoneses estadounidenses bajo la Orden Ejecutiva 9066, el Congreso abolió la Ley de Exclusión de Chinos para permitir el paso libre de inmigrantes chinos no por altruismo hacia ellos, sino para mostrar su supuesta idoneidad como superpotencia interracial que rivalizaba con Japón y Alemania. Mientras tanto, los estadounidenses de origen japonés encarcelados en campamentos y los afroamericanos seguían encerrados bajo las leyes Jim Crow de segregación racial.

Una larga historia de prejuicios sexistas

La supuesta conexión entre las mujeres asiáticas y el sexo se remonta a casi 150 años: en 1875, el Congreso aprobó la Ley Page, que prohibía la inmigración de las mujeres chinas porque era imposible saber si viajaban «con propósitos lascivos e inmorales y fines de prostitución». Partir de la base de que todas las mujeres chinas tenían un dudoso carácter moral colocaba la carga de la prueba sobre las propias mujeres, quienes debían demostrar de alguna manera que no eran prostitutas antes de que se les permitiera inmigrar.

El ejército estadounidense contribuyó a la concepción de las mujeres asiáticas como objetos hipersexuales. Durante las guerras de Filipinas a principios del siglo XIX y las de mediados del siglo XX en Corea y Vietnam, los militares se aprovecharon de las mujeres que habían recurrido al trabajo sexual en respuesta a que la guerra había arruinado sus vidas.

En la década de 1960, el Gobierno estadounidense negoció un acuerdo con Tailandia para que el país fuera un centro de "descanso y relajación" para el personal militar que luchaba en Vietnam. Eso convirtió a Tailandia en la cima de la industria moderna del turismo sexual, que cada año atrae a miles de viajeros norteamericanos y europeos. Esta asociación de las mujeres asiáticas con las fantasías sexuales de los hombres ha impregnado la cultura popular que ha hecho que las mujeres asiáticas sean más deseables para los traficantes de sexo, traídas para satisfacer los deseos masculinos en spas y salones de masajes como los atacados en Atlanta.

Al ayudar a crear las condiciones para que esos locales asiáticos estuvieran en la diana del presunto asesino, la historia de sexualización moldeada por el ejército y el patriarcado de Estados Unidos, que presenta a las mujeres asiático-americanas como agentes sumisos y receptivos de la tentación sexual, creó el telón de fondo de los tiroteos de Atlanta.

La raza y el género están son el telón de fondo de lo sucedido en Atlanta, por más que el presunto tirador alegue motivos racistas o no.

Catedrático de Universidad de Biología Vegetal de la Universidad de Alcalá. Licenciado en Ciencias Biológicas por la Universidad de Granada y doctor en Ciencias Biológicas por la Universidad Complutense de Madrid.

En la Universidad de Alcalá ha sido Secretario General, Secretario del Consejo Social, Vicerrector de Investigación y Director del Departamento de Biología Vegetal.

Actualmente es Director del Real Jardín Botánico de la Universidad de Alcalá. Fue alcalde de Alcalá de Henares (1999-2003).

En el PSOE federal es actualmente miembro del Consejo Asesor para la Transición Ecológica de la Economía y responsable del Grupo de Biodiversidad.

En relación con la energía, sus libros más conocidos son El fracking ¡vaya timo! y Fracking, el espectro que sobrevuela Europa. En relación con las ciudades, Tratado de Ecología Urbana.