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Yo me vacuno


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Cuando me disponía a escribir este artículo, he recordado a mi compañero periodista Valentín García, quien fue todo un símbolo de vida frente al cáncer. Le plantó cara con valentía, entereza y unas intensas ganas de vivir. Valentín resistió con todas sus fuerzas al grito de #YoMeCuro y se sometió con convicción al tratamiento médico hasta el último momento. Cuando veo ahora las dudas de ciertos sectores de la sociedad española ante la vacunación, he rememorado su confianza en la ciencia y en la labor de los profesionales sanitarios a la hora de encarar un desafío de tanta envergadura.

No hay razones científicas ni solidarias para rechazar la inmunización contra el Covid con cualquiera de los inyectables aprobados por la Agencia Europea del Medicamento. Las muertes por trombos requieren indudablemente su investigación rigurosa, su completa aclaración para despejar cualquier sombra sobre la eficacia y la seguridad de los compuestos, y mucha pedagogía pública para evitar las campañas interesadas de desinformación. La detección de los escasísimos episodios con AstraZeneca y Janssen viene a demostrar que la ciencia continúa con su trabajo y que funciona la monotorización de los nuevos medicamentos lanzados al mercado.

Haciendo números redondos, sólo una de cada millón de personas que ha recibido la inyección ha perdido la vida (y no en todos en los casos, ese fallecimiento, tras recibir la vacuna, guarda relación con su aplicación). Por el contrario, la tasa de mortalidad por coronavirus, tomando la media nacional, ascendería a 2.000 personas por cada millón. La diferencia en el número de víctimas es abismal. Otro indicador para la esperanza y la tranquilidad: la letalidad en las residencias de mayores se ha reducido al mínimo desde la inmunización de toda la población ingresada. Los datos no dejan lugar a la duda: vacunarse no es sólo necesario y solidario, sino que es, además y sobre todo, seguro. La campaña de vacunación, por consiguiente, ha de seguir. Es hoy el único instrumento para acabar con esta crisis sanitaria con todas las garantías.

Si se aplicara el mismo rasero de exigencia a cualquier medicamento que se está comercializando y que consumimos con frecuencia, los anaqueles de las oficinas de farmacia estarían prácticamente vacíos. Todo principio activo presenta posibles efectos secundarios, basta con leer el prospecto de cualquier fármaco que tengamos en casa, pero son muchos más los beneficios que reporta que los riesgos a los que nos enfrentamos. Confiemos sin reservas en los frutos de la investigación científica, que ha estado a la altura y ha reaccionado con urgencia y compromiso frente a esta emergencia sanitaria.

El miedo es libre. Se trata quizá de uno de los sentimientos humanos más irrefrenables. Desde la empatía se puede entender cierta prevención, que no tanto compartirla. Otra cuestión es el negacionismo, una expresión irracional, acientífica y, en muchos casos, moralista, que se ancla en los tiempos del medievo. Al fin y al cabo, no deja de ser una insumisión insolidaria y carente de argumentos. Pese a los pequeños contratiempos, los resultados saltan a la vista. Por este motivo, estoy dispuesto a vacunarme con cualquiera de las marcas en cuanto me corresponda por protocolo. Es la mejor forma de salvar vidas, contribuir al bien común, recuperar la economía y volver lo más pronto posible a la tan ansiada normalidad.

Senador socialista por Andalucía, y periodista.