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Ayuso, sólo ficción


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El discurso emocional ha desplazado de la arena política a la razón y a la gestión. Con dos crisis profundas en apenas una década y una fatiga pandémica muy extendida entre la población española, el ilusionismo triunfa ante una sociedad desencantada y ahíta de malas noticias. Con este caldo de cultivo, al menos a corto plazo, pueden hacer su agosto los vendedores de humo, los charlatanes de feria, los sofistas del populismo. En esta sociedad del simulacro, en más ocasiones de las deseables, la verdad tiene menos valor que la apariencia. Hasta el punto de que, siguiendo a Jean Baudrillard, lo simulado se presenta como verdad ante la imposibilidad de diferenciar entre lo que es real y lo que es falso. Lo estamos viendo en esta campaña electoral en la Comunidad de Madrid, donde se imponen la soflama y la impostura y se soterran los hechos, los argumentos y las propuestas.

Isabel Díaz Ayuso es un producto de laboratorio de marketing. Su equipo ha construido un personaje y un relato para ocultar los déficits de gestión en sus casi dos años de mandato. Se ha tejido toda una cortina de humo que diluye la realidad y nos ofrece un escenario recreado, epidérmico y engañoso. Los datos y su acción de gobierno hablan por sí mismos. Nada digno de mención que destacar. No ha aprobado ni un presupuesto y sólo ha sacado adelante un proyecto de ley. Su gestión de la pandemia, más que discutible, se ha basado en la confrontación, en ser la voz discordante ante todas las decisiones del Gobierno y del conjunto de CCAA y en agitar la idiosincrasia de Madrid como supuesto exorcismo ante el virus. El liderazgo en negativo de la Comunidad en número de muertes totales, de mayores fallecidos en residencias o de contagios, el colapso de las UCI, el agotamiento de los profesionales sanitarios o la ausencia de rastreadores, entre otras muchas cuestiones, pasa casi desapercibido o ni siquiera se le tiene en cuenta. Como si no fuera con ella o responsabilidad de ella.

Además de este desastre sanitario y social, sus indicadores económicos ni mucho menos sostienen la proclama del milagro madrileño: la recuperación del producto interior bruto está en la media nacional, con once autonomías por delante, y la creación de empleo avanza a menor ritmo. Por no hablar de la brecha de la desigualdad, que se ha acrecentado con esta crisis, o las colas del hambre, a las que con tanto desatino y desdén se refirió la propia candidata del PP. Hechos que definen con nitidez una forma de hacer política que, al parecer, no tienen mucha trascendencia en el debate público y en el pensamiento colectivo. Lo importante es poder tomarse una caña con los amigos aunque los problemas nos asfixien o nos lleguen hasta el cuello.

La derecha ha creado un espacio emocional, irreal y sin sustento fáctico. Una ficción (¿o un engaño?) que le ha granjeado un importante ascenso en las encuestas con vistas al 4 de mayo. Hay que reconocerle la habilidad para atraer a los rivales a su terreno y debatir en su marco y no en el de la cruda realidad, donde haría aguas por muchos sitios. Díaz Ayuso es el principal exponente del trumpismo en este país, situándose muy por delante de los principales dirigentes de la extrema derecha. Su acción política se resume en debate identitario y supremacismo cañí. En el fondo, su discurso es muy semejante al del independentismo catalán. Se ha convertido en una especie de Puigdemont a la madrileña. Madrid como metáfora del nacionalismo español. ¿O es que acaso Jaén, Soria, Teruel o Albacete son menos España dentro de España que Madrid?

La palabrería se la lleva el viento. Lo único que cuentan son los hechos. Por sus frutos (u obras) los conoceréis, recuerda la referencia evangélica. Por tanto, que los árboles de la propaganda y la ficción no nos impidan alcanzar el bosque de la razón. Pero como expresó Baudrillard, “hemos caído en el pánico inmoral de la indiferenciación, de la confusión de todos los criterios”. A ver si espabilamos.

Senador socialista por Andalucía, y periodista.