La política del miedo
- Escrito por Francisco Aranda
- Publicado en Opinión
Dijo Tito Livio que “el miedo siempre está dispuesto a ver las cosas peor de lo que son”.
Y es que no le falta razón al historiador romano, pues el miedo es algo consustancial al ser humano, y es una de las principales emociones que rigen nuestra vida.
Es el miedo una emoción que se define según la RAE por la angustia producida por la percepción de un riesgo, de un peligro, que puede ser real o no y que puede percibirse de manera presente, pero también de futuro. También miedo es el recelo de alguien de que le suceda algo contrario que no desea.
Es por ello que a lo largo de la Historia el miedo siempre ha sido algo buscado por aquellos que han querido influir, dominar, someter o anular, tanto de manera individual o colectiva.
En el ámbito privado, el generar miedo a través de amenazas o falsas sensaciones de peligro, así como el provocar miedo real y riesgo real siempre ha sido una de las características de la dominación. Una de las caras del machismo, por ejemplo, es esa.
En el ámbito del poder ha pasado también con numerosos ejemplos de gobernantes u organizaciones a lo largo de la Historia que han visto en el miedo un elemento decisivo en la manera de hacer política o en tratar al adversario o a la población.
Hay también quienes se apoyan en el miedo, quienes de manera estratégica lanzan el miedo (al diferente, a lo nuevo, al progreso, al cambio) como el principal argumento para paralizar avances y a la vez situarse como los valientes sin miedo capaces de hacer frente a los miedos por ellos provocados.
La política del miedo ha sido una constante en regímenes totalitarios, que han despreciado a la población y que han hecho de él uno de los ejes del control social. Hoy es visto aun, tanto en regímenes dictatoriales, como en formaciones y movimientos que, sin tener poder, intentan llegar a él azuzando el miedo.
Hay otra forma de miedo que se da en política. Es la de aquellos que hacen política con miedo. Aquellos que se esconden tras las bravatas para no dejar traslucir la incapacidad de afrontar sus propios miedos, que no son en este caso más que propias limitaciones.
En política una de las principales acciones es tomar decisiones. Y en esa toma de decisiones, de posicionamientos puntuales o estratégicos asoman múltiples consideraciones.
Hay buena parte de lo que uno mismo ha prometido y se ha comprometido con su electorado; hay una buena parte también que sucede tras haber escuchado, de formarse una opinión en base a recoger y recabar información de diferentes lugares; hay una parte que viene dada por la propia inercia de los acontecimientos, actos dados que se suceden; hay una parte que se produce por el consenso, por el diálogo, por el aceptar las diferentes sensibilidades y acordar puntos intermedios entre diferentes.
Todo ello se da en política.
Como también se da, y cada vez más en algunos actores, la toma de decisiones en función de los propios miedos y limitaciones de quienes han de tomarlas. Y en esto no importa si se está gobernando o no.
A saber y por ejemplo, miedo a que tu espacio lo ocupe otro, miedo a tener razón, miedo al qué dirán los que siembran miedo, miedo a que tu argumento no convenza, no seduzca, miedo a que un paso adelante en acuerdos te retroceda dos atrás en apoyo, miedo a reconocerle al otro legitimidad, miedo a asumir la posición que los ciudadanos nos han dado, miedo a no llegar a tiempo, miedo a llegar tarde, miedo a llegar pronto, miedos en definitiva que no sólo paralizan la toma de decisiones si no que la hacen rehén de aquellos que usan ese miedo para su beneficio.
Y es que, en política, hacer política únicamente desde el miedo lleva a la parálisis y al bloqueo.
Hubo una época en que podías en parte intuir o adivinar hacia donde irían las decisiones, porque el miedo no era la principal de las excusas.
Y es que hoy día, y ante los grandes retos y decisiones que se vislumbran, y viendo cómo toma las decisiones la derecha en España, con una posición en temas trascendentales desleal e irresponsable con el Gobierno, con el miedo predominante a ser fagocitados dentro de la política del miedo de la ultraderecha, cada vez parece más lejos vislumbrar un debate sensato y de consenso.
Un debate libre de miedo.
Y eso es una mala noticia para la política.
Francisco Aranda
Diputado en el Congreso y Portavoz de Justicia del Grupo Parlamentario Socialista.