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En horas de “menor pandemia”, ¿menor resiliencia?: humanismo y humanidad


(Tiempo de lectura: 2 - 4 minutos)

Hace unos meses, observé cómo nos habíamos “acomodado” a la pandemia, a lo que exigía de nosotros. Quedarnos confinados en casa, con algunos medios a nuestro alcance… y a seguir. Al principio sufrimos un pasmo que se resumía en una pregunta acuciante: y ahora, ¿qué? (¡qué lejos nos parece todo!, ¿verdad? Es el milagro del tiempo y de la mente). Y ahora, ¿qué?

A seguir remando a pesar del oleaje, remar contra viento y marea: cintura, adaptación y resiliencia. Todo eso (nos) exigió control y templanza.

Solo la generosidad es propia de los seres inteligentes, parafraseando a san Ignacio. Y hemos sido conscientes del reto que nos planteaba la pandemia. Claro que fue un batacazo, en toda regla.

La posibilidad de poder conectarnos a través del “cristal” del ordenador y del móvil nos ha favorecido la interactuación personal y colectiva; somos auténticos protagonistas de nuestras relaciones en medio del barullo de inquietudes que se apelmazaban en las redes lanzando mensajes, llamaradas de contenidos, fotos, imágenes y vídeos: estábamos creando una red de sintonía en común, en un trajín irreprimible, incontenido.

¿Qué ha aprendido la humanidad? ¿Y cada uno de nosotros? Y no se trata de cosmetología. Nuestro día a día estaba muy fundamentado en la solidaridad, en desgranar y superar la adversidad general y particular.

Hemos tenido que buscar nuestras fortalezas y detectar nuestras debilidades: de esta manera pudimos explorar las oportunidades futuras y, sobre la base de las posibilidades descubiertas, ordenar las iniciativas y organizar acciones proyectadas para lograr objetivos personales.

Estamos inmersos en una transformación de gran magnitud, una puesta a prueba de nuestras propias capacidades: nos debemos medir con el tiempo y su velocidad. Ir a su ritmo.

La disrupción que se avecinaba para engullirnos, se iba a manifestar con tanta intensidad y tanta crudeza que decidimos hacer realidad el dicho de “obras son amores, que no buenas razones” y nos hemos constituido en ejemplo y epítome para llevarlo a cabo. Ahora cobra cabal sentido “ser para estar y estar para ser”. Y no caben las medias tintas: arrojo y decisión, sobreponerse y avanzar de manera creativa, reinventarse… Innovar y no tener miedo: indagar y “navegar” para dar respuesta a este tiempo.

No negaré las lágrimas derramadas de dolor e impotencia, de incertidumbre por el confinamiento que sufríamos como ciudadanos asolados por la covid 19.

Es el momento, ha llegado desde hace unos meses: nuestro cerebro sigue reactivando sus neuronas para dibujar un panorama algo más templado y sólido: subir al tren que marca la nueva realidad, asimilar los cambios y aceptar las modificaciones como el agua a la superficie. Lo artrósico del pasado se diluye y favorece el descubrimiento para poner al servicio de los demás nuestra esencia: humanismo y humanidad, siempre.

Abandonar lo caduco, la antigualla, vencer a la Quimera mitológica: activar para reconstruir, lograr que la médula reconozca unas células optimistas, capaces de encarar el porvenir con un nuevo espíritu bienintencionado.

Hemos de superar, por tanto, el individualismo y lograr la alteridad plena de sentimientos profundos de apoyo sin espejismos asimétricos.

Estamos recorriendo un camino entre todos nosotros, un itinerario conjunto, que a veces llegamos a franquear y en el que otras nos estrellamos, recordando términos cortazarianos.

Y ante la desesperación, mantengamos la calma. Difícil. Ante la carencia, la imaginación. Cierto. Ante la necesidad, la empatía. Y la compasión.

A partir de ahora, nuestra percepción se ve asistida por la comunicación mutua entre lo cognitivo y lo sensitivo. No sirve la poltrona ni el enrocamiento, sino el tesón y la constancia: los grandes logros no se han cimentado en un único día, sabemos que llevan su tiempo…Y el verdadero viaje del descubrimiento no consiste en explorar nuevos territorios sino en explorar con nuevos ojos, hacerlo desde una situación o perspectivas distintas, de nuevo, Cortázar.

Doctora en Ciencias de la Educación, Licenciada en Filología Hispánica y Diplomada en Filología francesa. Actualmente Profesora de Lengua Española en la Universidad Pontificia Comillas (Madrid) donde ha desarrollado distintas responsabilidades de gestión.

Ha impartido cursos de doctorado y Máster en Didáctica de Segundas Lenguas en la Escuela Diplomática del Ministerio de Asuntos Exteriores de España y en universidades extranjeras, entre otras: Wharton College, en la School of Law de Seattle University, Université de Strasbourg, y desde 2002, es profesora invitada en la Copenhagen Bussiness School de Dinamarca, en el Tecnológico de Monterrey (México), en la UNAM de DF (México) y en la Universidad de Ginebra (Suiza). Forma parte del claustro de la Universidad de Maroua en Camerún.

Destacan entre sus publicaciones, Con eñe, Lengua y Cultura españolas; Cuadernos didácticos para el guión de cine (C.D.G.); En el aula de Lengua y Cultura; Idea y redacción: Taller de escritura, y ediciones críticas de diferentes obras literarias enfocadas a la enseñanza: La tesis de Nancy, El conde Lucanor, Romancero, Fuenteovejuna…

Asiste como ponente invitada a congresos internacionales, entre los que destaca el último celebrado en La Habana sobre Lingüística y Literatura. Ha participado en la Comisión para la Modernización del lenguaje jurídico del Ministerio de Justicia y en diferentes Jornadas de Innovación docente. Dicta conferencias y publica artículos sobre la interconexión lingüística en traducción.

Su investigación se centra en la metodología de la enseñanza del español (lenguaje para fines específicos) y análisis del discurso.

Actualmente coordina el proyecto de investigación Violencia y Magia en el cuento infantil y forma parte del programa Aglaya sobre la investigación en mitocrítica cultural.