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Por unas Fuerzas Armadas profesionales y modernas


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El canal digital de contenido joven Playz de la televisión pública española ha desempolvado recientemente un asunto tan polémico como desconcertante: recuperar el servicio militar obligatorio. Para sus defensores, se trataría de adaptar un modelo generalmente percibido como obsoleto a una realidad que estos consideran decadente, la sociedad (pos)moderna, líquida, amoral y excesivamente individualista. ¿Pero hasta qué punto este debate tiene sentido en la sociedad en la que vivimos y en un país que ya dispone de un Ejército profesional que goza de reconocimiento? Cuando estábamos expuestos a una situación de inestabilidad durante la Transición, llegando a producirse una grave intento de golpe de estado y otros tantos incidentes que se gestaron en un clima de violencia política, para algunos sectores de la izquierda que existiera un servicio militar obligatorio podría suponer la garantía de que un posible pronunciamiento militar no terminase siendo efectivo. Contar con un ejército de reemplazo que, más numeroso y con una base sociocultural más amplia pudiese asegurar mayor democratización en la institución, se dibujaba entonces como una alternativa frente a un país con un ejército profesional que venía del franquismo, ante el riesgo de que este actuase a favor de dicha posición ideológica.

Pero frente a esta idea marginal se imponía un país con una visión modernizadora de la que participaban distintas ideologías, desde las izquierdas hasta una incipiente derecha democrática, surgiendo así un movimiento transformador que pedía la objeción de conciencia. De esta forma, se abría un debate coherente con aquel contexto post dictatorial alrededor del modelo de Fuerzas Armadas deseado para España, siendo una de las posturas más determinantes aquella que estuvo precisamente influenciada por el movimiento pacifista. ¿Qué podía aportar en aquellos momentos la mili para el individuo y el progreso social? La realidad es que el servicio militar obligatorio solo proporcionaba una instrucción militar muy básica durante un periodo de tiempo demasiado corto, apenas 1 año o 17 meses. Esa mili con una instrucción tan deficiente no dejaba de representar tan solo una masa de jóvenes con escasa formación militar movilizados en un momento clave de su desarrollo vital y profesional, desarrollo que en consecuencia se veía mermado y condicionado ante un procedimiento de carácter preceptivo.

Actualmente escuchamos que recuperar la mili, o en su defecto una suerte de servicios forzosos a la comunidad que desmerecen los ya existentes programas de voluntariado, reforzaría el sentimiento de pertenencia a la comunidad, lazos de hermandad y esa disciplina idealizada a la que se alude constantemente en un guiño a la nostalgia. No es de extrañar que el ala más radical la derecha, ni siquiera la derecha clásica conservadora en lo social pero abiertamente capitalista, sino otra mucho más populista y profundamente iliberal, vea en esta pretendida izquierda tradicionalista que se viste de socialista la oposición soñada, pues ambos muestran el mismo fin moralizador. Lejos de suspicacias y prejuicios, reconocer con normalidad el peso de la tradición y por tanto también del conservadurismo en instituciones como el Ejército no debería ser incompatible con querer mirar hacia delante y aspirar a corregir anomalías que han persistido hasta nuestro tiempo, como el hecho de que la Iglesia siga formando parte de la identidad de sus unidades. Hoy la reivindicación del servicio militar obligatorio rezuma un perfume anacrónico, planteamiento legítimo siempre que implique honestidad intelectual, tomando distancia de un proyecto progresista y en cualquier caso, de difícil encaje aquí y en nuestro entorno.

De hecho, con la llegada de la democracia entendimos que nuestras Fuerzas Armadas tenían que ser como las europeas y derivar en un modelo profesional donde un ejército enorme de hombres mal dotados en medios y tecnología debía ser reemplazado por un ejército operativo con unidades con capacidad para un despliegue rápido. Se requería un ejército con profesionales no solo en la oficialidad formados en su tarea sino también en la tropa, así como impulsar el desarrollo de empleos de alta cualificación y tecnificación y captar profesionales en la sociedad civil con vocación de servicio público en este ámbito, algo que estuvo acompañado de un mayor desarrollo de la industria armamentista. El progresivo desarrollo de capacidades operativas para contribuir en el contexto de la UE en el marco de la OTAN habría posibilitado a su vez transitar de una visión defensiva que miraba hacia el enemigo interior (control de la población durante la dictadura) a participar activamente de los compromisos adquiridos en la construcción de un mundo mejor (operaciones internacionales de estabilización). Poco a poco fue quedando atrás una polémica que había nacido a la izquierda del PSOE y que apostaba por mantener una posición de neutralidad y no entrar en la OTAN en línea con una visión aislacionista de nuestra propia realidad en un contexto de bloques militares como aquel que se extendió hasta la caída del muro de Berlín. Frente a esta reticencia, la OTAN supuso una entrada en la modernidad en el ámbito militar y terminó por convertirse en un factor defensivo para Europa con la descomposición de la URSS, puesto que la UE carecía y carece de un ejército propio.

Además, en ese periodo de participación y despliegue en operaciones internacionales las FAS alcanzarían el cenit de su reconocimiento por el conjunto de la sociedad española en todo el espectro ideológico. Mientras que hoy por el uso de cierta simbología, expresiones y por su iconografía la extrema derecha intenta monopolizarlas, lo cierto es que estas han gozado a lo largo de la democracia del aprecio y afecto de la ciudadanía. Pasando así de representar un factor de temor comprensible para la democracia y la sociedad española, a convertirse en una institución respetada e incluso querida. Prueba de ello que en su modernización y adaptación a las necesidades de nuestro país, con una costa vastísima y una climatología cambiante con ciertos episodios recurrentes de carácter extremo, este proceso de modernización culminaría con la creación de la UME, el rostro mas cercano de las FAS en el interior. Incluso tratándose las FAS de una institución de naturaleza defensiva y ofensiva, curiosamente su presencia en la calle durante una pandemia y una catástrofe natural no implica un efecto coercitivo, en cambio, la ciudadania la reclama, respalda y avala.

Tampoco hay que olvidar la contribución que en proporción a sus recursos realiza la Armada, el Ejército del Aire y de Tierra en muchos frentes internacionales desde Afganistán hasta el Sahel, por lo que resulta fundamental que a partir de ahora continúen estando muy profesionalizadas. Tanto esto como el propio carácter de las amenazas actuales y emergentes nos debería llevar a centrar el debate en el gasto en defensa antes que en el servicio militar obligatorio y sobre todo, a reforzar un modelo de fuerzas armadas profesionales. Lo que interesa realmente es que este sea lo suficientemente atractivo como para captar el talento más cualificado en la sociedad, puesto que muchos empleos vinculados a las FAS requieren un alto nivel de especialización técnica. Esto precisa abordar no modelos anteriores sino los problemas propios de una estructura moderna, que serían la renovación de sus recursos humanos para que estén en capacidad de prestar servicio y la innovación tecnológica más avanzada aplicada a sus necesidades. En este sentido, poner el valor el I+D+I aplicado a las necesidades militares nos haría menos dependientes del exterior generando oportunidades de desarrollo tecnológico extraordinariamente altas.

Tampoco parece razonable que para quien está preparado para poder afrontar una situación excepcional en la que pone en juego es su propia vida la sociedad española no encuentre mecanismos que permitan ese reconocimiento aprovechando esas capacidades y ampliado esa vida laboral. El talento de quien presta servicios en las FAS requiere por tanto encontrar acomodo en la sociedad civil cuando finalice su periodo de servicio y que no se pierda el esfuerzo y los recursos económicos que se han invertido en su formación, puesto que su ciclo de vida profesional tiene preestablecido un límite de edad normalmente corto, en función de la actividad que desarrolla cada individuo. En conclusión, España no necesita recuperar el servicio militar obligatorio sino un ejército profesional cada vez mas tecnificado y desarrollar planes orientados a reducir esas dificultades de integración laboral. Hoy como consecuencia de una situación laboral absolutamente desastrosa en la que los jóvenes integran el grueso del desempleo, muchos de ellos sobrecualificados y sin perspectivas de futuro en una economía fuertemente terciarizada y precaria, las generaciones X, Z y los millenials tienen, afortunadamente, menor capacidad de resistencia a este tipo de experiencias. Recuperar el servicio militar obligatorio sería recuperar un modelo agotado, inaplicable porque la sociedad guste o no ha avanzado.