Lo que se dirime en Ucrania
- Escrito por Manuel Peinado Lorca
- Publicado en Opinión
Salvo que hayan leído Tarás Bulba, la extraordinaria novela histórica y romántica de Nikolái Gógol, para la mayoría de los occidentales y más aún a 5.000 km de distancia al otro lado del Atlántico, Ucrania es un lugar lejano que comparte poca historia con nosotros. La Guerra Fría es la excepción que marca todo un período histórico reciente de amenazas y tensión.
Todos pensamos que el desmantelamiento de la Unión Soviética supuso la desaparición definitiva de la Guerra Fría. Parece que nos equivocamos. Impulsada por un Putin que teme el acercamiento de amenazas militares y la expansión de la democracia a sus fronteras, y para evitarlo enseña el poderoso arsenal nuclear y las fuerzas convencionales más grandes de Europa, está surgiendo una nueva Guerra Fría.
El académico ucraniano Yevhen Hlibovytskyi dice que Ucrania es el nuevo Berlín, el país que alberga el Muro en este momento. Es una buena reflexión, porque la invasión rusa coloca a Ucrania en el centro de una lucha geopolítica que recuerda los días de la Guerra Fría cuando Alemania y su capital, Berlín, fueron divididas en dos por un muro que dividía la democracia occidental y el comunismo ruso.
Esta vez, en 2022, desaparecida la Unión Soviética, las trincheras ideológicas son entre democracias y autocracias. Las autocracias que podrían atrincherarse libremente en una nueva coalición varían por el tipo de regímenes políticos que las sostienen, pero tienen en común líderes que ejercen poder y autoridad ilimitados. Algunos son autoritarios, como en Rusia. Otros son comunistas, como China y Corea del Norte. Otros, en Irán, son islamistas teocráticos.
Durante un conflicto como el de Ucrania o como el que potencialmente podría tener lugar en Taiwan, las autocracias pueden apoyarse mutuamente mediante el respaldo diplomático, la cooperación económica y la asistencia militar. Su apoyo, a su vez, se enfrentaría con la cooperación política, económica y militar de los países democráticos.
Antiguas repúblicas soviéticas. Las fechas corresponden a su respectiva fecha de independencia, Creative commons.
La expansión de la OTAN se ha convertido en un punto crítico para Putin, que teme la posibilidad del ingreso a medio plazo de Ucrania en la Organización. La OTAN proporciona defensa colectiva a sus miembros, de modo que un ataque a uno se considera un ataque a todos. Fundada en 1949 por doce países, diez de Europa Occidental y Estados Unidos y Canadá, la OTAN ha ido sumando nuevos países. A partir de 1999 todos los países que se integraron fueron países excomunistas que formaban parte del bloque del Este: Hungría, Polonia y la República Checa, en 1999; en 2004 se adhirieron Rumania, Bulgaria, Eslovenia, Eslovaquia, Estonia, Letonia y Lituania, y en 2009 Albania y Croacia. En 2017 se sumó también Montenegro. El último país en ingresar fue Macedonia, en 2020.
Dado el enorme arsenal nuclear de Rusia y su posesión del ejército convencional más grande de Europa, es dudoso que la seguridad militar de la Rusia de Putin esté realmente amenazada. La mayor preocupación para el liderazgo ruso es la expansión de la democracia. En estos momentos la preocupación real de Putin radica en la democracia de Ucrania, su independencia y su deseo de formar parte de la UE. Este precedente podría dar a los rusos y otros europeos orientales un asiento de primera fila en una democracia funcional que contrasta marcadamente con sus gobiernos autoritarios actuales.
Entre 1947 y 1991 la Guerra Fría supuso una intensa rivalidad política, económica y militar entre Estados Unidos y sus aliados democráticos y no comunistas, por un lado, y la URSS y sus aliados comunistas por el otro. Dominaban la desconfianza y el recelo mutuos. Aunque hubo guerras de poder, como en Vietnam, donde cada lado respaldó a aliados que luchaban entre sí, no se libró una guerra convencional directa entre las dos superpotencias. La Crisis de los Misiles Cubanos de 1962 fue el suceso potencialmente más peligroso de la época porque había armas nucleares rusas situadas en Cuba a unos de 160 kilómetros del territorio estadounidense.
Cuando la URSS aún estaba intacta, entre 1922 y 1991, Ucrania, con una superficie de 603.628 km2, era, después de Rusia, la nación más grande de la gran potencia soviética. Su gran población, 52 millones en 1991 y 44 millones en la actualidad, y sus recursos económicos como importante productor de trigo, maíz, leche, carbón, mineral de hierro, acero y manganeso, combinados con su ubicación estratégica en el mar Negro, beneficiaron a la URSS durante la Guerra Fría. Además, Ucrania poseía armas nucleares y estaciones de radar que eran claves para proteger el Telón de Acero.
La Guerra Fría terminó cuando la URSS, el principal rival de Estados Unido, se desintegró. Putin ha llamado a la desaparición de la Unión Soviética «la mayor catástrofe geopolítica del siglo». La declaración de independencia de Ucrania en 1991 fue contemplada como una pérdida dolorosa para muchos rusos que se sentían con derecho a gobernar la Ucrania eslava oriental y Bielorrusia.
El sueño imperial que ahora está persiguiendo Putin fue pronosticado por Zbigniew Brzezinski, el asesor de seguridad nacional durante la administración Carter, que escribió en 1994 que «sin Ucrania , Rusia deja de ser un imperio, pero con Ucrania sobornada y subordinada, Rusia se convierte automáticamente en un imperio».
Al estar unidos por una historia y una cultura compartidas, Putin cree que los ucranianos, los bielorrusos y los rusos son un solo pueblo, Pero también es consciente de que se han convertido en estados soberanos reconocidos por el derecho internacional. Al mismo tiempo, cuestiona la formación histórica del estado ucraniano moderno, que dice que fue el trágico producto de las decisiones de los exlíderes rusos Vladimir Lenin, Josef Stalin y Nikita Khrushchev. También cuestiona la soberanía y la nacionalidad distintiva de Ucrania. Mientras promueve la identidad nacional en Rusia, denigra el creciente sentido nacional en Ucrania.
Putin nunca ha asumido por completo la independencia nacional de Ucrania. El 12 de julio de 2021, hace tan solo unos meses, escribió un controvertido ensayo que se publicó en el sitio web del Kremlin en el que afirmaba que los rusos y los ucranianos son «un solo pueblo». Un periodista estadounidense escribió que el ensayo era de lectura obligatoria para todos los soldados rusos.
Con esa afirmación, Putin niega que los ucranianos sean una nación con su propio idioma, cultura, historia, identidad y un estado independiente. La afirmación también proporciona una razón falsa para que Rusia domine y controle el país. Si algo es verdaderamente cierto, es que si se exceptúan las poblaciones prorrusas de Donetsk y Lugansk (cuya independencia como sendas Repúblicas Populares fue decretada por Putin el pasado 21 de febrero), Ucrania sueña con Occidente. Con la desaparición de la URSS y el final de la Guerra Fría, Estados Unidos y Ucrania se convirtieron en socios y aliados estratégicos.
Los norteamericanos querían ayudar a que la joven democracia consolidara su independencia, que fue declarada por primera vez por el Parlamento ucraniano el 24 de agosto de 1991 y luego reafirmada en un referéndum nacional el 1 de diciembre de ese año. Los líderes democráticos y la sociedad de Ucrania aspiraban a realizar reformas económicas y esperaban unirse a la Unión Europea y la OTAN.
De hecho, la Unión Europea es el mayor socio comercial de Ucrania y representa el 40% de su comercio. El giro ucraniano hacia Occidente tuvo un punto de inflexión el 5 de diciembre de 1994 cuando Ucrania acordó en el Memorando de Budapest renunciar a las armas nucleares heredadas de los rusos a cambio de las promesas de Estados Unidos, Gran Bretaña y Rusia de respetar su integridad territorial, soberanía y seguridad. En ese momento, Ucrania tenía el tercer arsenal nuclear más grande del mundo. Aunque Rusia firmó el acuerdo, las acciones actuales de Putin hacen que el acuerdo sea virtualmente nulo y carente de valor.
La invasión rusa de Ucrania plantea un desafío serio para Estados Unidos y Europa. Varios países de la OTAN han estado ofreciendo a Ucrania asistencia política, económica, militar y de defensa cibernética. Desde 2014, cuando Rusia se anexó Crimea, Estados Unidos ha proporcionado a Ucrania tres mil millones de dólares en asistencia militar y otros tres mil en préstamos. Las tropas estadounidenses en el oeste de Ucrania entrenan a sus colegas ucranianos. Washington, en concierto con la Unión Europea, ha tomado medidas para aislar políticamente a Moscú e impuso una serie de sanciones económicas y de visado a Rusia y los rusos.
Además, la administración Biden está considerando proporcionar armas y apoyo a una posible insurgencia ucraniana en caso de que Ucrania fuera ocupada por fuerzas rusas, tal como sucedió en Afganistán, donde el apoyo militar estadounidense a los muyahidines afganos entre 1979 y 1989 contribuyó a la eventual derrota y retirada de la URSS.
En la crisis actual, en un platillo de la balanza está la independencia y la democracia de Ucrania, en el otro el comienzo de una nueva Guerra Fría.
Manuel Peinado Lorca
Catedrático de Universidad de Biología Vegetal de la Universidad de Alcalá. Licenciado en Ciencias Biológicas por la Universidad de Granada y doctor en Ciencias Biológicas por la Universidad Complutense de Madrid.
En la Universidad de Alcalá ha sido Secretario General, Secretario del Consejo Social, Vicerrector de Investigación y Director del Departamento de Biología Vegetal.
Actualmente es Director del Real Jardín Botánico de la Universidad de Alcalá. Fue alcalde de Alcalá de Henares (1999-2003).
En el PSOE federal es actualmente miembro del Consejo Asesor para la Transición Ecológica de la Economía y responsable del Grupo de Biodiversidad.
En relación con la energía, sus libros más conocidos son El fracking ¡vaya timo! y Fracking, el espectro que sobrevuela Europa. En relación con las ciudades, Tratado de Ecología Urbana.