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Vox: el aliado del PP y el enemigo para Europa


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Las prisas no son buenas consejeras, en particular en política y mucho menos para las decisiones importantes, como es la de formar por primera vez un gobierno de coalición con la ultraderecha. Tampoco lo es la estrategia del avestruz de no darse por enterado, eludir tu responsabilidad o actuar como si contigo no fuera la cosa. Ambos errores los ha cometido el PP en Castilla y León.

Por una parte, el candidato Mañueco ni siquiera se ha permitido un tiempo para facilitar el relato que hiciera creíble una cierta resistencia, aunque no tanta para hacer peligrar la investidura, para integrar finalmente a la ultraderecha en el Gobierno. No digo ya apostarlo todo a lograr su voto sin aceptar como contrapartida su entrada en el gobierno, arriesgando incluso el adelanto electoral.

Muy al contrario, lo que más ha llamado la atención en el acuerdo de gobierno de Castilla y León no ha sido el breve e ininteligible contenido programático, sino su carácter exprés: la rapidez en la consecución del acuerdo para otorgar a la ultraderecha, por primera vez en más de cuarenta años de democracia, todo lo que pedían sin limitaciones, la presidencia de las Cortes y su entrada con una vicepresidencia y tres consejerías en el gobierno de coalición. El PP se ha echado sin pensarlo en brazos de la ultraderecha y además sin despeinarse.

Pero es aún mayor la sorpresa ante la actitud de sumisión del presidente Mañueco, que en horas venticuatro ha pasado de denominarlos ultras a considerarlos partido constitucionalista e imprescindible para la estabilidad. Y lo que es aún más inquietante, la asunción de la retórica ultra de eufemismos programáticos relativa a la violencia intrafamiliar, al adoctrinamiento en la enseñanza pública y a la irregularidad e inseguridad asociada a la inmigración, precisamente en Castilla y León, como algo propio.

Porque hasta ahora, la ultraderecha no había entrado a formar parte de los gobiernos autonómicos, ni siquiera cuando sus votos eran imprescindibles para la investidura, quedando limitado su papel al apoyo externo desde el parlamento a cambio de un vago acuerdo programático bilateral con el PP. Pero es que a pesar de ello y para más inri la experiencia de esos acuerdos no ha sido precisamente un aval para la estabilidad de los respectivos gobiernos. Muy al contrario, si algo han sido los acuerdos programáticos con Vox es uno de los principales motivos de inestabilidad en la legislatura, en particular en el momento de negociación de los presupuestos, provocando su prórroga e incluso la amenaza de adelanto electoral.

Cabría pensar entonces que el acuerdo exprés podría deberse a los tiempos tasados por la ley y el reglamento para la constitución de las Cortes. Sin embargo, nada obligaba a precipitar junto con la elección de la mesa de la Cámara el acuerdo de gobierno, si no fuera porque se trataba de una parte ineludible del trágala asumido por el PP de Castilla y León a cambio de mantener el poder y no someterse a unas nuevas elecciones.

Otra de las razones ha podido ser el aprovechar el momento de transición interna en la dirección del PP y a a vez la situación de crisis internacional provocada por la invasión rusa de Ucrania, para diluir el impacto de la noticia, pero lo cierto es que no lo ha conseguido. En todo caso, flaco favor le ha hecho el Sr Mañueco a su futuro presidente del partido el Sr Feijóo que se ha visto obligado a pronunciarse, aunque haya sido para escurrir el bulto, aludiendo a las competencias indelegables del presidente de Castilla y León o al bloqueo del PSOE, mostrando con ello su debilidad como estadista, incluso antes de empezar su residencia, ante el que es quizás el mayor reto estratégico de su partido antes de las elecciones de 2023.

Así lo entendió en su momento Ángela Merkel, paralizando el acuerdo en Turingia, y así lo ha entendido Donald Kurz, presidente del partido popular europeo, que lo ha considerado contundentemente como una capitulación.

Es algo mucho peor que un error en las actuales condiciones de la política internacional, en plena invasión de Ucrania por la Rusia de Putin, cuando la ultraderecha ya no es sólo el adversario político antisistema a nivel nacional, en el marco de la UE y a nivel internacional, sino el enemigo estratégico de la democracia representativa en alianza con los regímenes totalitarios.

Porque de una diferencia política doméstica la relación con la ultraderecha se ha transformado en una confrontación geoestratégica. Algo muy serio Sr Feijóo.

 

Médico de formación, fue Coordinador General de Izquierda Unida hasta 2008, diputado por Asturias y Madrid en las Cortes Generales de 2000 a 2015.