Ucrania: breve crónica de las revoluciones de colores y de una invasión anunciada
- Escrito por Manuel Peinado Lorca
- Publicado en Opinión
A medida que la guerra prosigue en Ucrania, la diplomacia continúa pasando a un segundo plano a pesar de la devastación desgarradora que la invasión de Rusia ha causado. La arquitectura global posterior a la Segunda Guerra Mundial se muestra simplemente incapaz de regular los problemas de la guerra y la paz, y Occidente continúa ignorando los temores de Rusia por su propia seguridad.
Sin embargo, motivaciones políticas como las argumentadas por el presidente Putin, no pueden utilizarse como argumento para justificar el inicio de una invasión contra una nación soberana. La invasión rusa de Ucrania es un grave crimen de guerra comparable a la invasión estadounidense de Irak y a la invasión de Polonia por parte de Hitler-Stalin en septiembre de 1939, por poner sólo dos ejemplos relevantes.
Es razonable buscar explicaciones, pero no hay ninguna justificación ni atenuante. Con la invasión de Ucrania adquiere especial relevancia lo que escribió Kant en Teoría y práctica:
Ningún Estado se halla seguro frente a otro respecto de su independencia o patrimonio. Para esto sólo hay una solución: instaurar un Derecho internacional fundado en leyes públicas coercitivas a las que todo Estado tendría que someterse. Pues una paz universal y duradera lograda gracias al denominado equilibro de las potencias en Europa es una simple quimera, comparable a esa casa de que nos habla Swift, tan perfectamente construida por un arquitecto conforme a las leyes del equilibro que, al posarse un gorrión encima, se desplomó en un santiamén.
Ese conocido ensayo de Kant se escribió en 1795, el año en que se firmó el Tratado de Basilea entre la Primera República Francesa y la Monarquía de Carlos IV de España, que puso fin a la Guerra de la Convención entre los dos países que se había iniciado en 1793 y que había resultado un desastre para la monarquía española, pues las entonces provincias Vascongadas y Cataluña acabaron ocupadas por las tropas francesas. Este tratado se firmó después de la paz entre Francia y Prusia acordada en abril de ese mismo año.
Ese mismo año Kant redactó Hacia la paz perpetua: Un diseño filosófico, un ensayo sarcástico en el que remeda un tratado de paz convencional, que el filósofo prusiano aprovechó para expresar su antimilitarismo abogando por la supresión total de los ejércitos profesionales, defendiendo que ningún Estado debe interferir por la fuerza en la Constitución o el Gobierno de otro Estado soberano, y asumiendo que aquellos tratados cuyo trasfondo secreto escondiera las premisas de una guerra venidera son inválidos de pleno derecho.
Sin poder imaginar lo que ocurriría dos siglos después con el inicio de la Guerra Fría, Kant abominaba de Estados gigantescos cuyo poder les impulse a ejercer un dominio despótico sobre los demás y defendí una especie de quimérica confederación mundial en la que las relaciones internacionales debían sustentarse sobre un federalismo de estados libres que se irían asociando sin llegar a fusionarse, conservando sus rasgos distintivos y su soberanía, sin dejar de considerarse al mismo tiempo integrantes del orden mundial.
En el tiempo convulso (pero ¿ha habido algún tiempo que no lo haya sido en la breve historia de la humanidad?) que le tocó vivir a Kant, en ese tiempo de bellum omnium contra omnes, se estaba fraguando un nuevo orden global que quedaría marcado por la expansión del Imperio Británico, la cascada de declaraciones de independencia hispanoamericanas que provocarían el imparable desplome del Imperio Hispano, el estancamiento y fin del Estado feudal prusiano, la Revolución Francesa continuada traumáticamente por el auge y caída de Napoleón, y, como colofón, el nacimiento de una Nación que adquiría un enorme protagonismo en la geopolítica mundial: Estados Unidos de Norteamérica.
Puede que la invasión de Ucrania haya sorprendido a muchos, pero la crisis se ha estado gestando durante 25 años mientras Estados Unidos menospreciaba las inquietudes rusas en materia de seguridad. No lo digo yo, lo escribió el historiador Jack Matlock, exembajador de Estados Unidos en Rusia, el 15 de febrero, poco antes de la invasión, en un esclarecedor artículo titulado Yo estuve allí: la OTAN y los orígenes de la crisis de Ucrania, en la que Matlock recuerda que después de la caída de la Unión Soviética dijo en el Senado que la expansión llevaría al mundo al punto exacto en el que nos encontramos hoy.
Continúa Matlock hasta concluir que la crisis «puede resolverse fácilmente aplicando el sentido común [...] Desde cualquier punto de vista, el sentido común apunta que a Estados Unidos le interesa promover la paz, no el conflicto. Tratar de desprender a Ucrania de la influencia rusa –el objetivo declarado de los que agitaron las “revoluciones de colores”– fue una misión absurda y peligrosa».
Matlock no está solo. En las memorias del exjefe de la CIA, William Burns, otro de los escasos auténticos expertos en Rusia, se llega a las mismas conclusiones sobre las cuestiones de fondo. La misma postura, pero aún más firme, la sostuvo ese gran defensor de la política de contención que fue el diplomático George Kennan, en su ahora famoso Telegrama Largo, un memorándum de cinco mil palabras que envió a Washington el 22 de febrero de 1946 y que ha adquirido amplia cobertura tres cuartos de siglo después.
Esa postura también fue respaldada por el también diplomático y exsecretario de Defensa de Clinton William Perry y, fuera de las filas diplomáticas, por el prestigioso catedrático de relaciones internacionales de la Universidad de Chicago John Mearsheimer, quien durante años ha afirmado que la agresión de Putin hacia Ucrania es causada por la intervención occidental y que Estados Unidos, al presionar para expandir la OTAN hacia el este y establecer relaciones amistosas con Ucrania, aumentaba la probabilidad de una guerra entre las potencias con armas nucleares y sentaba las bases para la posición agresiva de la Rusia de Putin hacia Ucrania. De hecho, en 2014, después de que Rusia se anexara Crimea, Mearsheimer escribió que «Estados Unidos y sus aliados europeos comparten la mayor parte de la responsabilidad de esta crisis».
"No va a conquistar toda Ucrania", dice Mearsheimer, sobre Putin. "Sería un error de proporciones colosales tratar de hacer eso".
Por su parte, los documentos sobre Estados Unidos y la OTAN publicados por WikiLeaks y que cualquiera puede consultar en este enlace, revelan que la imprudente oferta de Bush II a Ucrania para entrar en la OTAN provocó enseguida duras advertencias por parte de Rusia indicando que la expansión de la amenaza militar era intolerable.
Cada vez está más claro, para quien no se deje llevar por la idea de un Putin paranoico (no sabemos por qué se tomó la decisión de invadir Ucrania y ni siquiera si la tomó Putin en solitario o el Consejo de Seguridad ruso), que la expansión de la OTAN fue el error estratégico más profundo cometido desde el final de la Guerra Fría.
Dado que la principal exigencia de Putin era la garantía de que la OTAN no aceptaría a más miembros y, en concreto, a Ucrania o Georgia, obviamente no habría existido ninguna motivación para la crisis actual si no hubiera habido una expansión de la alianza atlántica tras el final de la Guerra Fría o si la expansión hubiera tenido lugar de acuerdo con la construcción de una estructura de seguridad en Europa que incluyera a Rusia.
No se puede negar que estamos de nuevo en un momento crucial de la historia de la humanidad. No se puede ignorar que hay una fuerza agresora, el ejército ruso, que por ambos lados hay intereses del gran capital en juego, que las bombas rusas, los cohetes, las balas vuelan hacia los ucranianos y no les preguntan sobre sus opiniones políticas y el idioma que hablan y, más aún, que quienes padecen ahora por los delirios de unos y los taimados cálculos económicos de otros, son los pueblos de Rusia y Ucrania.
Mientras tanto, la invasión se ha convertido en una oportunidad de negocio para empresas petroleras y gasísticas, armamentísticas, mineras y logísticas que ya han ganado la guerra.
Manuel Peinado Lorca
Catedrático de Universidad de Biología Vegetal de la Universidad de Alcalá. Licenciado en Ciencias Biológicas por la Universidad de Granada y doctor en Ciencias Biológicas por la Universidad Complutense de Madrid.
En la Universidad de Alcalá ha sido Secretario General, Secretario del Consejo Social, Vicerrector de Investigación y Director del Departamento de Biología Vegetal.
Actualmente es Director del Real Jardín Botánico de la Universidad de Alcalá. Fue alcalde de Alcalá de Henares (1999-2003).
En el PSOE federal es actualmente miembro del Consejo Asesor para la Transición Ecológica de la Economía y responsable del Grupo de Biodiversidad.
En relación con la energía, sus libros más conocidos son El fracking ¡vaya timo! y Fracking, el espectro que sobrevuela Europa. En relación con las ciudades, Tratado de Ecología Urbana.
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