Las justificaciones de la guerra. Putin y Europa
- Escrito por Vicente Rodríguez Carro
- Publicado en Opinión
«El nacionalismo es la guerra» (Mitterrand)
El que fuera presidente de Francia, Mitterrand, un hombre que vivió personalmente la dolorosa experiencia de las guerras europeas del siglo XX, nos sigue recordando que nacionalismo significa guerra con esa impactante frase con que abrimos el artículo. Para las generaciones de hoy, la guerra parecía cosa del pasado. Pero, ahora, el pasado nos ha vuelto a alcanzar con la invasión de Ucrania. Aunque el pasado, sin embargo, seguía estando también, de alguna manera, entre nosotros.
Lo estamos viendo incluso en la evaluación política y geopolítica de los hechos. Tanto las intenciones como las actividades asesinas de Putin en Ucrania se están viendo desde dos diferentes perspectivas que influyen no sólo en el pensamiento sino también en la acción, incluso en occidente.
Por un lado, la perspectiva del estado-nación que, a veces, desemboca en el nacionalismo, es decir, la perspectiva de las zonas de influencia, la etnia, la de los llamados derechos territoriales o históricos, o sea la perspectiva de Putin y la guerra de Putin, una perspectiva de ayer. Y, por otro lado, la perspectiva actual, la perspectiva no de los derechos territoriales o históricos, que ya no existen, sino de los derechos del hombre y del ciudadano, tal como los conocemos en nuestras actuales democracias. En definitiva, los derechos basados en el antropocentrismo humanista de la ética de la Ilustración que representa el orden liberal y que, en la academia, algunos politólogos, haciendo honor al papel que en su fundamentación filosófica ha jugado Kant, denominan también los del “orden mundial kantiano”.
Esta es la perspectiva desde la que también debe verse el conflicto actual de Putin con Ucrania. No se pueden negar los derechos de soberanía de Ucrania recurriendo a razones de orden étnico, histórico o territorial, como lo hace Putin, porque su soberanía no está basada en razones de esa índole. Los ucranianos no son ya súbditos de un monarca ni su país “la finca” de este, sino ciudadanos que, a la desintegración de la Unión Soviética, han decidido libremente en plebiscito sobre su independencia y fronteras. Ucrania forma parte de la ONU y está reconocida internacionalmente. Es más, la propia Rusia no solo reconoció explícitamente la soberanía de Ucrania y sus fronteras, sino que incluso las garantizó documentalmente cuando firmó el Memorandum de Budapest de 1994 junto con Estados Unidos y Gran Bretaña, al firmar por su parte Ucrania la entrega de su arsenal nuclear. Pero Putin ahora nos está mostrando de manera brutal lo que valen para él los tratados internacionales y el derecho internacional en general.
Llegados a este punto, más de uno se estará preguntando: ¿no hacen los Estados Unidos de América lo mismo? ¿No han invadido Irak contra derecho? ¿No han entrado en tiempos de Reagan sin miramientos en la pequeña e indefensa isla de Granada? ¿No mantienen de hecho zonas de influencia?
Naturalmente. Y al menos la parte más consciente de la opinión pública en Europa y América lo sabe. Aquella que igualmente de manera más consciente ha interiorizado ya plenamente los valores humanistas del orden mundial kantiano al que nos referíamos más arriba. Y, además, muchos de ellos han podido libremente protestar por ello. Cosa que, como estamos viendo, en el caso de Rusia no es así.
Podríamos decir que lo que ahora hace Putin y lo que, en ocasiones, hace USA es ídem sed aliter, como reza el dicho tradicional: lo mismo, pero de otra manera. Lo mismo por cuanto las grandes potencias, a fin de cuentas, lo que hacen es imponer sus intereses a otros estados porque disponen del poder para hacerlo, dado que el mundo de las relaciones internacionales es aún un mundo hobbesiano, aún no kantiano, donde sigue imperando la ley del más fuerte. Pero la justificación ideológica frente a la opinión pública que siempre va ligada al ejercicio del poder depende del universo de valores en que se mueve el agente y de la opinión pública que supone o a la que se dirige, incluida la de su propio pueblo. Y aquí está la diferencia.
Los Estados Unidos de América son una democracia. Una democracia con todas las imperfecciones de la democracia, y con las imperfecciones de esa primera democracia de los nuevos tiempos que le son propias, y que no es el momento aquí de abordarlas. Y, quiérase o no, los Estados Unidos son también un protagonista histórico del orden liberal con el que, teóricamente, están comprometidos.
No así Rusia. La Rusia soviética, que intentó, falseando el pensamiento de Marx, superar el orden liberal burgués sin alcanzarlo, y aún en buena parte la Rusia de Putin, han seguido marcadas por la realidad de su sociedad y lo que algunos analistas han llamado el “despotismo asiático” de sus dirigentes. Y aún podemos decir que sigue siendo básicamente una dictadura y que, también básicamente, así se comporta. Y eso sin negar, lógicamente, que la “contaminación” liberal democrática en Rusia existe, lo mismo que existía en el pasado en otras sociedades europeas que aún no se habían emancipado del antiguo régimen o mientras habían sucumbido a fenómenos también de ayer, es decir, alócronos, como el bolchevismo o el fascismo. Rusia, como afirman algunos rusólogos, es “un país civilizado y a la vez bárbaro”, y esto sin dejar de reconocer que algo de bárbaro tienen todos los países, si no estaríamos ya ante “el fin de la historia”.
Por otra parte, vemos que los valores que informan las organizaciones internacionales prevalentes hoy en día como la ONU, la Cruz Roja o la Corte Penal internacional responden ya a una concepción propia del universo liberal y se basan en un reconocimiento explícito de los derechos humanos. Por eso, cuando a Estados Unidos o a Rusia se le piden explicaciones en la ONU por actos cuestionables contra otros estados, raramente confiesan la verdad. En un momento de sinceridad inhabitual, lo hizo una vez la representante de Reagan ante la ONU, Kirkpatrick, quien acabó defendiendo la invasión de la pequeña isla de Granada apelando a la ley del más fuerte. Pero mayormente tratan de salvar las apariencias recurriendo a falsedades que puedan encajar con los principios de la ONU, como las armas de destrucción masiva de la guerra de Irak o la intención de Ucrania de hacerse con armas atómicas que se ha sacado de la chistera en el último momento el ministro de asuntos exteriores ruso, Lavrov. Falsedades que, según y cómo, deben sostener también dentro de sus propios países. Aunque, de todas formas, siempre les queda el derecho al veto que se reconocen mutuamente, el gran residuo “bárbaro” del Consejo de Seguridad de la ONU que ni siquiera puede anular la Asamblea General. Lo que delata, por otra parte, las deficiencias actuales del orden mundial kantiano, aunque Kant mismo sí lo pensó hasta el final postulando una especie de federación mundial en que eso ya no pudiera ocurrir.
El recurso al engaño y la apariencia es, sin embargo, una muestra más del poder de la idea en la historia frente al hiperrealismo de quienes piensan que sólo los intereses y el poder a su servicio deciden sobre el acontecer humano. ¿Estaríamos donde estamos si los principios del orden mundial kantiano no se hubieran ido abriendo paso impulsando la igualdad racial, la igualdad de género, en definitiva, los derechos del hombre y del ciudadano desde el siglo XVIII?
Sería ingenuo negar la lógica del poder, pero esa misma lógica, como estamos viendo, implica saber “ganar el relato”, como se dice ahora. Y eso supone, a su vez, reconocer el poder de las ideas. Hasta tal punto que, si Putin pierde el relato en la propia Rusia, perdería probablemente la guerra, y no sólo eso. De ahí también la radicalidad de la represión interior. Fuera de Rusia Putin, a ojos vistas, el relato ya lo ha perdido, incluso entre su simpatizante extrema derecha europea.
A pesar de todo - retomando el hilo del principio de este artículo - no es raro encontrarse, todavía, con expertos que en diversos foros continúan discutiendo dentro de esa perspectiva de zonas de influencia, etnias, pertenencias históricas, etc.… con que Putin, al margen de mentiras oportunistas, como la del nazismo de los dirigentes ucranianos, justifica la guerra. Y no dejan claro que la descripción de tales circunstancias no debe conducir a la justificación de reivindicaciones territoriales. Son los argumentos de ayer y, no lo olvidemos, los habituales de los nacionalistas de todos los pelajes. Y también los que generan cierta “comprensión” con el comportamiento de Putin en Ucrania. También dentro de los estados miembros de la UE.
Residuos nacionalistas
Huelga decir que los estados nacionales dentro de la UE ya han cedido parte de su soberanía a la Unión, pero están aún en proceso de integración, y la Unión misma en construcción. Pero en construcción sobre principios humanistas del orden liberal. Un orden que postula la tolerancia, la colaboración, la igualdad de todos los seres humanos y los derechos que emanan de la ciudadanía y que, sin embargo, está siendo contestado por partidos de extrema derecha que, en ciertos casos, han llegado incluso a controlar los gobiernos de algunos estados miembros.
Por eso Putin, en su particular guerra de desinformación, se ha dirigido a explotar divisivos sentimientos nacionalistas y xenófobos en su labor de fomentar las disensiones dentro de la Unión Europea. Por ejemplo, a través de su injerencia en la crisis catalana o por medio de la comprobada difusión de fake news o la construcción de fake facts con el fin de avivar la confrontación en el interior de la UE durante la crisis migratoria en Alemania y en otros países.
Son de sobra conocidas las simpatías mutuas de Putin y los partidos de extrema derecha en Europa, como la formación de Le Pen en Francia o la de Abascal en España, y las de estos con el actual gobierno de extrema derecha en Polonia y del gobierno de Orban, del mismo signo, en Hungría, así como de las especiales relaciones de este último con Putin.
Sin embargo, todos ellos, aunque no todos de la misma manera, han acabado condenando la brutal incursión armada de Putin en Ucrania. Vox, a pesar de todo, no ha desaprovechado la ocasión para realzar el papel del estado nacional frente a las supuestas carencias de la supranacional EU; y, como no – genio y figura -, luego atribuir contra toda evidencia y con la incontinente vehemencia que caracteriza a sus portavoces, inconfesables connivencias de la izquierda con Putin. Tal vez ni siquiera Vox se ha atrevido a desmarcarse de una opinión pública española, masivamente opuesta a la invasión que, a pesar de los residuos franquistas, ha interiorizado ya fuertemente los valores del orden liberal que sostienen nuestra democracia.
El papel de la guerra
La guerra, por muy detestable que sea, ha acompañado y condicionado siempre la historia del homo sapiens y dado origen a muchas cosas. Casi nadie cuestionará, por ejemplo, que a la guerra se debe, en última instancia, el orden europeo que, desde la Segunda Guerra Mundial, nos ha traído una era de paz sin precedentes. Y que este es el resultado del surgimiento de fuertes aspiraciones de paz y unidad en el continente, lo que finalmente condujo al paradójico nacimiento de la Unión Europea, un logro extraordinario de la razón ilustrada, que ha sido capaz de sacar las conclusiones correctas de los horrores del pasado. Pero fue un nacimiento paradójico, porque, por lo general, la guerra, como expresión de extrema amenaza a cualquier grupo organizado, lo que fomenta es la discordia y no la unidad entre las partes en conflicto. Más bien, lo que fomenta es la unidad del propio bando frente al otro. Ahora la UE misma forma parte de un bando en la guerra de Putin.
Consecuentemente, ahora vemos que el gobierno de Polonia e incluso el explícito amigo de Putin, Orban, de Hungría, han cerrado filas con su propio grupo, conscientes de su propia historia reciente y de que ellos mismos se encuentran en primera línea del frente. Pero, a pesar de todo, según se ha podido saber, nadie en el Consejo Europeo ha puesto sobre la mesa los intereses de la política energética de su propio país tan sin rebozo como Orban, con la consecuencia de que las anunciadas “sanciones masivas" contra Putin no fueron tan masivas inicialmente. Todos los representantes de los estados miembros, por supuesto, tienen en mente los intereses de su propio país. Y no es de esperar que ello sea de otra manera. Pero otros lo hicieron con una cierta vergüenza y, luego, todos rectificaron, permitiendo a la Unión Europea dar un decisivo paso hacia adelante. Sin embargo, todavía Orban sigue oponiéndose a que pasen por su país las armas de ayuda a Ucrania de sus socios comunitarios. Cálculos, otra vez, de orden étnico-nacionalista le llevan, al parecer, a pensar que ello, a la vez que manda un mensaje a Putin, protegerá de posibles represiones rusas a la minoría húngara en Ucrania, por otra parte ciudadanos ucranianos (¡y seres humanos!) como los demás. A pesar de todo, es indudable el efecto aglutinador de la guerra en el propio campo y de ello se pueden sacar algunas conclusiones, - si es que nuestro mundo sobrevive a la guerra.
Y es que hemos visto cómo comenzó la guerra, pero no sabemos cómo terminará. Frente a palabras y hechos de un hombre como Putin debemos tener en cuenta todo, incluso lo indecible. Y eso significa que no podemos dar por excluida una conflagración atómica como consecuencia del acto desesperado de un autócrata frustrado y acorralado, o por otra razón. Y, aunque resulte difícil imaginárnoslo ahora, está igualmente en el ámbito de lo posible una espantada de los Estados Unidos que podría poner a toda Europa en una situación similar a la de Ucrania en estos momentos. Pero si Europa sale razonablemente bien parada de esta guerra, una cosa está ya clara: el orden liberal se verá consolidado y la Unión Europea se reforzará. Ya lo estamos viendo. Y, dicho con todas las cautelas que nos aconseja la historia, no parece que vaya a haber marcha atrás.
La guerra de Putin está alimentando el fortalecimiento de la conciencia nacional ucraniana, un efecto tan indeseado por Putin como el fortalecimiento de la unión en Europa. Pasada esta guerra, la mayoría de los ciudadanos de la UE también entenderán su libertad, usando una expresión de Hegel, como "la evidencia de la necesidad” de que la Unión Europea, por fin, se convierta en el sujeto político que le corresponde ser de acuerdo a sus capacidades.
Pero para ello, si había dudas, ahora ya es patente que necesitamos una auténtica política de defensa y exterior común, aumentando, pero, a la vez, coordinando y racionalizando, los gastos de cada país en la correspondiente partida presupuestaria. Y ya es hora de que se vaya concluyendo la imprescindible unión bancaria y fiscal; y se hace necesario ampliar sin miedos la práctica de decisiones por mayoría dentro del Consejo Europeo. Las decisiones por mayoría definen precisamente la funcionalidad de la democracia. Es, por tanto, necesario encontrar, también en la UE, un nivel más ambicioso de equilibrio pragmático entre representatividad y gobernabilidad que agilice la toma de decisiones. ¿Queremos que la Unión sea una democracia que funcione, sí o no? Y es necesaria, en el mismo sentido, una ampliación de los poderes del Parlamento Europeo. Además, la UE habrá de clarificar sin complejos su nueva relación con los EE. UU. y China. El curso de la guerra decidirá sobre las relaciones con Rusia porque, no lo olvidemos, el fracaso de la Unión también forma parte de los planes de Putin.
Casi nadie duda de que estamos a las puertas de una nueva época. Sería lamentable que fuese Putin quien la marcase con su impronta, ya que Putin representa a un mundo alócrono, es decir, de ayer, bárbaro, aun cuando condicione la realidad del presente. Pero hay motivos para la esperanza. ¿Cómo hemos de entender esto?
La fuerza de la "idea liberal"
Hay diferentes maneras de entenderlo, dependiendo de las claves hermenéuticas que se apliquen. Pero se puede entender como se ha entendido al fascismo y al bolchevismo, realidades que también condicionaron a su manera la realidad histórica del siglo pasado. Podemos entenderlo como entendió ya Ortega y Gasset estas dos plagas de su tiempo: en contraposición a los principios del orden mundial kantiano, a lo que él denominaba “la idea liberal”. Una idea que, como hemos reiterado ya en este artículo ad nauseam, ataca frontalmente Putin. Una idea que, a la altura del Siglo XXI configura ya el orden institucional internacional y predomina en la opinión pública occidental de manera ya más profunda que entonces.
“Uno y otro - bolchevismo y fascismo - son dos seudoalboradas; no traen la mañana de mañana sino la de un arcaico día, ya usado una o muchas veces; son primitivismo”, escribió Ortega proféticamente ya en 1929 en la primera edición de su mundialmente conocida obra La rebelión de las masas. Y esto en una etapa aún muy temprana del desarrollo de estos dos fenómenos políticos cuyo final preveía. Porque una vez que la “idea liberal”, “la idea más grande que ha producido Europa”, según Ortega, ha hecho su entrada en el tablero de la historia, acabará imponiéndose, así como, una vez inventado el cañón, “el cañón es más arma que la lanza".
Ahora sabemos como terminaron bolchevismo y fascismo, esos primitivos portadores de "lanzas", y como la democracia emergió frente a su desafío con mucha mayor fuerza y vigor, como si de una providencial intervención de aquella hegeliana “astucia de la razón” se tratara.
Se ha dicho que Ortega y Gasset, aparentemente de fácil lectura, sólo se le entiende bien sobre el trasfondo del idealismo alemán, del que se impregnó en su juventud. Aquí algunos reconocerán ecos de la filosofía de la historia de Hegel. Y, por cierto, Ortega también avanzó, en una época igualmente temprana, la necesidad histórica de la unificación de Europa, concibiéndola como una innovadora forma de organización política, síntesis superadora de unos estados nacionales que habrían agotado ya su función histórica. Si alguien lo dudaba, ahora es el momento de reconocerlo.
Pero, a pesar de que “el cañón es más arma que la lanza”, hemos visto que ha habido y sigue habiendo "lanzas" y “portadores de lanzas” en el mundo. Indudablemente, también Putin es un primitivo portador de “lanzas”. Incluso su invasión y el anuncio de su invasión, las columnas de sus ejércitos en marcha, su agresivo nacionalismo, nos resultan en cierto modo arcaicos. Incluso, también, cuando proclama representar los valores de la tradición cristiana europea y recibe por ello el aplauso de la extrema derecha en occidente. Porque, en realidad, como lo hiciera ya en su día Franco, lo que representa específicamente son valores caducos, los valores que aún justifican la persecución del que es o piensa diferente. Esos valores que la “idea liberal”, también con raíces en la tradición cristiana, ha sabido sustituir ya, en cambio, por la libertad y la tolerancia.
Pero Putin, el portador de "lanzas" de hoy, ya no sólo juega con cañones, como Hitler. Putin es Hitler con la bomba. A pesar de todo, si la superioridad histórica de la "idea liberal" vuelve a prevalecer, como es de esperar, ello fortalecerá la democracia, relanzará la unión de Europa y beneficiará a todos. También a los rusos.
El original de este articulo ha sido publicado en el periódico alemán EuroJournal pro Management. Traducción y adaptación al español por su autor
Vicente Rodríguez Carro
Vicente Rodríguez Carro (www.vrodriguezcarro.wordpress.com), actualmente jubilado, es doctor, especializado en teoría del estado y de la sociedad, por la Universidad de Münster en Alemania y licenciado en filosofía por la UAM.. Ha sido profesor de la Universidad Libre de Berlín, CEO de una multinacional americana en España y presidente fundador de una empresa internacional de biología computacional.
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